“La
constancia no está en empezar sino en perseverar” Leonardo Da Vinci.
Entendemos por hábitos, cualquier
comportamiento aprendido que es repetido regularmente de manera automática (o
casi). Los hábitos definen, en buena medida, nuestro comportamiento y
los vamos adquiriendo según vamos creciendo, muchas veces sin plantearnos su
utilidad o necesidad. Somos lo que hacemos, no somos
lo que decimos.
Tradicionalmente, los especialistas en conducta nos
han venido diciendo que la formación de un hábito llevaba unas tres semanas o 21 días. El veintiuno es casi un número
cabalístico. Como curiosidad, decir que 21 días parece ser el plazo medio que
tardan en convertirse en neuronas las células madre que generamos diariamente
(unas 1.400) mediante un proceso llamado neurogénesis.
Lo cierto es que un estudio bastante reciente del
University College de Londres dice que es necesario un máximo de 66 días para crear un hábito y que
éste permanezca con el paso de los años. Con solo 21 días, según este estudio,
las neuronas no asimilan lo suficiente un determinado comportamiento y es fácil
abandonarlo (*el mismo estudio reconoce que dicho plazo
depende del tipo de hábito, de la persona en cuestión…).
Sea como fuere, no pretendo
convertir esta entrada en un artículo de neurociencia o psicología conductual.
Simplemente me gustaría aplicar lo que se conoce sobre formación de hábitos a
la productividad personal.
Sobre el tapete, dos noticias: una buena y una mala.
La buena es que los hábitos se pueden adquirir.
Puede que existan diferencias en los plazos o métodos para conseguirlo pero es
un hecho empírico que la adquisición de hábitos es connatural al ser humano.
La mala es que los hábitos no se pueden suprimir.
Es una noticia mala sólo a medias ya que, los hábitos no se pueden
suprimir pero sí sustituir. Sustituir un hábito, durmiendo el
subyacente, es más complicado que adquirir uno nuevo pero es perfectamente
posible.
Para crear un hábito es útil anclarlo a una rutina que ya tengas establecida.
Por ejemplo, si quieres preparar diariamente tu jornada de trabajo y vas en
tranvía al mismo tiempo, aprovecha el viaje para planificar tu jornada en cinco
minutos. Al cabo de poco tiempo te resultará imposible ir en tranvía al trabajo
sin esbozar las tres cosas más importantes de tu jornada.
Para sustituir o modificar un hábito es útil
desanclarlo de la rutina disparadora. Por ejemplo, si quieres leer medio hora al día
pero te duermes en la cama con el libro entre las manos quizás debas leer
sentado en el salón o probar a levantarte media hora más temprano y leer
temprano aprovechando el sosiego matinal.
¿Para qué adquirir nuevos hábitos?
Adquirir nuevos hábitos es una forma de
crecimiento. Los hábitos actuales forman una estructura que se suele
llamar zona de confort. La zona de confort es dónde nos
sentimos cómodos, dónde tenemos todo controlado.
Debemos evaluar la calidad
de nuestra zona de confort ya que ésta tiene aspectos positivos
pero también negativos. El principal aspecto positivo es la automatización. Si nuestros hábitos son excelentes,
produciremos excelencia “sin despeinarnos”. En el otro extremo, si nuestros
hábitos son pobres, nuestra zona de confort se convierte en una pesada armadura
que limita nuestras posibilidades y nuestra capacidad de desarrollo.
Nadie nace con hábitos. Los hábitos los vamos
adquiriendo según crecemos. Por tanto, es más que posible que nuestra zona de confort esté
compuesta de hábitos adquiridos por imitación y/o herencia sociocultural.
Hay gente que nunca revisa sus
hábitos: siempre va al trabajo por el mismo camino, se sienta en la misma silla
en clase, come lo mismo en su restaurante favorito o navega “un ratito” por
Internet antes de ponerse a trabajar.
El control aporta comodidad pero también es
limitante. Como decía Mario Andretti, “Si todo parece estar bajo
control, significa que vas muy despacio”.
En la próxima entrega enumeraré
algunos hábitos productivos y abordaré algunos consejos prácticos que a
mí me han funcionado.
Artículo originalmente publicado en ¿Qué aprendemos hoy?
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