Maru Rz
La amenaza que sentimos, la incertidumbre y la sensación de falta de control son algunas de las razones psicológicas por las que es difícil ser resolutivos en esta crisis sanitaria global.
Una pandemia global amenaza a la humanidad y está
deteriorando la salud y la economía de países de todo el mundo. La crisis del
coronavirus está cambiando las prioridades de los ciudadanos e influyendo en su
forma de procesar la información, tal y como ha sucedido anteriormente con
otras situaciones traumáticas. A la vez, los ciudadanos se ven obligados a
seguir tomando decisiones, más o menos vitales, que tienen como contexto una
situación estresante sin precedentes y un futuro incierto.
Hay varias razones psicológicas por las que puede ser
difícil decidir qué hacer en una crisis como esta. Algunas decisiones que antes
carecían de importancia ahora son trascendentales. Por ejemplo, elegir quién
baja a hacer la compra y corre más riesgo de infectarse, cuál es la mejor forma
de llevar un medicamento a una persona mayor sin ponerla en peligro o cuánta
intimidad debemos tener con las personas con las que compartes hogar. Otras
están más relacionadas con la vida laboral o con cómo resolver problemas como
afrontar los pagos y facturas pendientes.
Lo que todas esas encrucijadas tienen en común es que dejan
la sensación de inseguridad que genera el no saber si se ha escogido la mejor
opción. La incertidumbre, la sensación de falta de control y la ansiedad, según
explican los psicólogos, influyen en la dificultad para gestionar la
información y elegir. Para empezar, los ciudadanos perciben que tienen muy poco
control cuando están en mitad de una crisis. “Sentir que no puedes hacer nada
por mejorar tu situación crea una ansiedad adicional, así como un deseo de
hacer algo, lo que sea, para reafirmar el control”, explica Art Markman,
profesora de psicología y marketing en la Universidad de Texas”.
Evitar actos
impulsivos
El pánico empuja a querer actuar rápidamente, incluso cuando
la inacción puede ser más prudente. “Pensar detenidamente antes de tomar
decisiones personales y comerciales importantes es clave. Hay muchas cosas que
las personas deberán hacer durante las próximas semanas y meses, pero la
decisión de actuar debe basarse en la deliberación, la reflexión sobre los
datos y la discusión con expertos, no en la reacción a un titular o un tuit”,
añade Markman. “Tomar decisiones rápidas puede reducir parte de la ansiedad a
corto plazo, pero es probable que creen más problemas de los que resuelven”.
Pero mantener la calma y pensar detenidamente es difícil
porque estamos bombardeados por emociones. “En mitad de una emergencia pasamos
por distintas fases, tal como sucede con los cambios imprevistos o los duelos”,
explica Elisa Sánchez, psicóloga laboral. “Pasamos por momentos de shock,
miedo, tristeza y aceptación. No es algo lineal, se van intercalando. Y,
dependiendo de en qué fase estemos, interpretaremos la información para tomar
decisiones de una forma u otra”. Según Sánchez, los cambios emocionales en
mitad de una crisis son habituales porque la información también varía mucho,
incluso a lo largo de un mismo día. “Por la mañana sabes que alguien conocido
ha salido de la UCI y por la tarde te cuentan que tu empresa va a hacer un
ERTE. Vivimos en una montaña rusa y estamos aprendiendo a gestionar las
emociones mientras nos mantenemos a salvo”. Por eso, es recomendable evitar
tomar decisiones en momentos en que las emociones sean muy intensas.
Esta volatilidad emocional influye en cómo procesamos la
información, por eso es habitual que caigamos en los sesgos, esas pequeñas
trampas que utiliza el cerebro para llegar a conclusiones de la forma más
rápida posible. “En épocas de incertidumbre como la actual, junto al miedo y la
falta de perspectivas seguras, es muy probable que se incremente la aparición
de los denominados heurísticos cognitivos, que son las normas que aplica el
cerebro para simplificar la selección y procesamiento de la información y que
provocan esos sesgos”, cuenta Sánchez.
Por ejemplo, el sesgo de disponibilidad hace que se
consideren más probables aquellas situaciones de las que tenemos más
información. Si alguien solo recibe noticias de personas ingresadas o
trabajadores despedidos, creerá que es más probable que le suceda a él también.
“Esto hará que sus decisiones estén marcadas por el temor y sean más
conservadoras”, asegura.
UN FUTURO INCIERTO A este cóctel se añade la incertidumbre.
Primero sobre la propagación del virus: ¿cuánta gente lo tiene realmente?
¿Cuándo se estabilizará? ¿Acabaré teniéndolo yo? ¿Se habrá contagiado alguien
de mi familia? “La incertidumbre aumenta nuestra atención y hace que
necesitemos más información”, cuenta Markman. Tampoco se sabe qué pasará
después. Se avecina de forma inevitable una crisis económica, pero la
dificultad para anticiparse hace que los ciudadanos tengan las manos atadas a
la hora de tomar decisiones que tienen que ver con su futuro laboral y con su
estilo de vida. También tenemos dificultad para valorar distintas opciones y
tener amplitud de miras. Los humanos estamos programados para prestar atención
a las amenazas que se ciernen sobre nosotros porque eso facilita nuestra
supervivencia. La Covid-19 se ha percibido como una de las principales amenazas
para la salud debido a su virulencia y al colapso que ha provocado en los
sistemas sanitarios de todo el mundo. “Las consecuencias de esta situación se
perciben como inminentes y estresantes, lo que hace que esta crisis capte más
nuestra atención que otras amenazas percibidas como más lejanas, como el cambio
climático”, explica Markman.
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