Los errores en la toma
de decisiones, que provienen, por ejemplo, de convicciones que se van adoptando en la vida, marcan la economía
cotidiana y definen cómo será el futuro.
Un día normal en la vida de Sesgismundo Biasone empieza con
un despertador que suena 15 minutos antes del horario que debería.
Metódicamente se despierta, lo apaga y disfruta de otro rato durmiendo. Durante
el desayuno evita leer el diario, aplicando la ignorancia estratégica, para que
estos tiempos de posverdad no lo confundan. Mientras toma un baño escucha en la
radio a su periodista favorito, ese que suele confirmarle cada una de sus
posiciones, y se pregunta si no le convendría prestar atención a otras voces
para reflexionar mejor sobre la realidad.
Para ir a trabajar, Sesgismundo jamás usa el auto. Está
convencido de que conduce mucho mejor que el resto, pero sabe que el resto de
los que manejan también piensan lo mismo, así que prefiere no pecar de
demasiado confiado en su idoneidad para manejar. Dispuesto a tomar el 132,
recuerda el accidente que sufrió la línea el día anterior, pero este hecho
saliente no lo paraliza, porque entiende que estadísticamente no es
significativo.
Sesgismundo tiene un proyecto en danza: armar un cerramiento
en la terraza de su casa y construir una pieza para su hijo mayor, que pide más
independencia. Sus intentos de ahorrar para este fin solían fallar debido a sus
erróneas previsiones de gastos, sus continuas tentaciones para gastar en cada
paseo al centro comercial y la aparición de proyectos menos costosos, que se
colaban y se encaraban antes que la reforma de la terraza. Pero un día Biasone
(el doctor Biasone, él es contador) descubrió cómo controlarse para ahorrar, al
reparar en el chanchito de su hija menor: un agujero de entrada, ninguno de
salida... Biasone pensó y se le ocurrió una idea: destinar de manera automática
una parte de sus ingresos a un plazo fijo todos los meses. Hoy, Sesgismundo
está cada vez más cerca de cumplir su sueño.
Clara, la esposa de Sesgismundo, también tiene planes:
quiere reciclar el baño de la casa y consulta al banco por un crédito. Mientras
ambos evalúan la propuesta, su marido se entusiasma por lo accesible que parece
la cuota mensual. Pero Clara le explica que está fallando en el cálculo y que
no importa el valor de la cuota, sino el costo financiero total, que incluye
los intereses más todos los gastos del préstamo.
Quien lea estas líneas puede pensar que a Sesgismundo
Biasone lo acosan los problemas. En realidad, lo acosan 168 problemas.
Sesgismundo es la antinomia del homo economicus, esa construcción hiperracional
de la economía tradicional. Sesgismundo, podríamos decir, es el homo
fallacious, o el homo sesgus, un hombre acechado permanentemente por todos los errores
cognitivos conocidos, que, según reza Wikipedia, suman 168. Pero algo
diferencia a Biasone de otros individuos irracionales, y es que él es
consciente de sus sesgos y toma acciones concretas para evitarlos.
La vida de Sesgismundo es un poco nuestra vida. La gente no
es ni puede ser puramente racional y comete sesgos, pero no se rinde tan fácil
y pelea cuerpo a cuerpo con cada uno de ellos. Noticias contradictorias, datos
de dudosa interpretación, argumentos falaces, señuelos para equivocarnos; la realidad
nos enfrenta todo el tiempo con el peligro de cometer errores de juicio. Pero
entonces, ¿quién podrá ayudarnos?
Lo primero es no desesperar. En la práctica es casi
imposible que cometamos al mismo tiempo los 168 sesgos. Una razón inmediata es
que muchas de estas fallas se contradicen entre sí. En algunas ocasiones somos
demasiado confiados en nosotros mismos (como cuando nos evaluamos como
conductores) y en otras somos excesivamente tímidos respecto de nuestras
capacidades potenciales (como cuando somos escépticos respecto de nuestras
cualidades matemáticas).
Pero además, como Sesgismundo, luchamos contra los errores,
porque a la larga esto sería catastrófico para nuestra economía personal y para
nuestra vida social. A veces el ajuste lo hacemos solos; a veces nos ayuda
nuestro entorno, y otras veces nos protegen el Estado y sus instituciones. El
Estado se encarga de establecer reglas de seguridad en el tránsito, de proveer
estadísticas confiables, de obligar a las empresas a transparentar la información
de sus productos y de exigir a los bancos mostrar el verdadero costo financiero
incluido en sus préstamos.
También se encarga de ahorrar por nosotros para la
jubilación, mediante los aportes obligatorios, que evitan que los ansiosos
gasten todo su dinero antes de tiempo y se queden sin un peso al alcanzar la
vejez. El Estado también prohíbe el consumo de sustancias adictivas, tentadoras
en el corto plazo, pero decididamente destructivas en el largo.
Gracias a las recomendaciones que da el reciente premio
Nobel Richard Thaler en su libro Nudge, en algunos países los gobiernos
han establecido algunas políticas que se meten en las decisiones diarias de los
individuos, para minimizar posibles sesgos. En Estados Unidos, por ejemplo,
algunos estados especifican un tamaño más pequeño para las bebidas dulces, con
el fin de desestimular el consumo extra de azúcar de envases más grandes,
porque sentimos que debemos agotar su contenido para no "derrochar".
En busca de nosotros
mismos
En toda esta confusión entre racionalidad e irracionalidad
cabe preguntarnos, finalmente, quiénes somos. De partida, podemos descartar los
extremos: nadie es completamente racional y nadie yerra todo el tiempo. Quizá
podamos sacar alguna pista interpretando el "cableado" que nos legó
nuestra historia evolutiva.
Por un lado, no todos los sesgos constituyen verdaderos
"errores". La evolución nos dotó de un catálogo de facultades muy
ventajosas para la supervivencia, pero sobrevivir no siempre requiere una
racionalidad mecánica. Hay atajos lógicos que ayudan, como cuando elaboramos
estimaciones aproximadas en lugar de perder el tiempo buscando resultados
exactos. Mientras solucionamos ecuaciones para determinar la probabilidad de
que detrás de aquella mata se esconde un león, el felino aumenta
exponencialmente sus posibilidades de transformarnos en su almuerzo. En
consecuencia, no es que venimos "fallados" para este mundo moderno,
sino que fue el contexto el que cambió demasiado rápido para lo que veníamos
preparados.
Además, los sesgos no se activan en todos los ámbitos. Por
ejemplo, no es posible endeudarse para gastar de más si la economía no cuenta
con instituciones dispuestas a otorgar créditos. Un país que jamás sufrió
devaluaciones traumáticas seguramente no exhiba una psicología de ahorro en
moneda extranjera tan obsesiva como la nuestra.
La buena noticia es que algunos investigadores están
logrando identificar nuestras limitaciones cognitivas y sus relaciones de una
manera un poco más sistemática. En dos trabajos recientes donde conducen
múltiples experimentos, los investigadores Victor
Stango, Joanne Yoong y Jonathan Zinman intentan basar sobre roca sólida
esta mirada de sesgos. Sus resultados indican que los fallos humanos
prevalecen por sobre la racionalidad y que no se trata de meras anomalías. Ni
los mecanismos de mercado, ni el aprendizaje, ni la plata en juego los
corrigen. Los sesgos, además, contribuyen a explicar nuestra economía personal,
ya que, según parece, quienes son menos pacientes terminan obteniendo ingresos
más bajos.
El acoso cognitivo que sufre Sesgismundo Biasone (y que
sufrimos todos) es permanente, pero esto no le impide vivir, relacionarse ni
progresar. El antídoto definitivo a estos sesgos no se ha inventado, pero
mantener una actitud escéptica de desconfianza hacia las percepciones primarias
ayuda mucho. Es este sentido de la racionalidad humana el que los economistas
deberían considerar más a menudo en sus modelos.
Pablo Mira.
Economista (UBA)
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