Sigue tu vocación. Dedícate a lo que te haga vibrar. Guíate
por la pasión. Atrévete. Métete en los charcos.
Los gurús de la motivación, y a veces yo también, te retarán
continuamente a qué sigas tus sueños. “La felicidad se esconde tras ese lugar
parapetado tras tus miedos”, “escucha a tu corazón y verás que emoción”, “el
universo premia a los valientes” …
No seré yo quien reniegue a estas alturas de estos mensajes,
aunque siempre he tenido claro que el universo está más ocupado manteniendo en
equilibrio las órbitas gravitacionales de los planetas que organizando galas
para conceder galardones individuales al valor. Lo que sí creo es que hay que
explicar a los principiantes que seguir tu vocación no es un camino fácil. Te
encontrarás obstáculos, entre ellos la paradoja de la que voy a hablar hoy.
Seguir tu pasión despertará la admiración en tu entorno.
¡Bieeeen! Pero también se convertirá en un estigma curricular ¡Ooooohh!
Escribo hoy desde la experiencia o, para ser más exactos,
desde mi experiencia, porque nuestra tendencia al egocentrismo a veces nos
lleva a pensar que nuestro caso es siempre extrapolable a lo demás, y esto no
tiene por qué ser así, que quede claro desde un principio.
A mí me gusta pensar de mí mismo que fue mi vertiente valiente,
romántica y humanista la que me llevó a tomar la decisión que cambió mi vida
profesional al dejar el mundo IT por el de los Recursos Humanos. Queda
requetebién eso de decir que cambié las máquinas por las personas o los
algoritmos por las emociones. Pero si lo analizo fríamente puede que mi
decisión fuera más de ciencias que de letras. Me explico. En realidad, creo que
me pareció de una lógica aplastante pensar que si ponía todo mi empeño en hacer
las cosas que más me apasionaban mis posibilidades de tener éxito se
incrementaban. Aunque la realidad es que la lógica (sobre todo la aplastante)
funciona mucho mejor con las máquinas que con las personas. Además al final esto no va tanto de alcanzar el éxito como de
disfrutar con el camino.
Pero de lo que quería hablaros hoy es de la paradoja
vocacional. Esa que hace que todo el mundo te felicite por tu decisión (más o
menos valiente) de arriesgar en pos de tu vocación, pero a le vez recelen de
ella. Me explico de nuevo. Exceptuando la paternidad, ninguna cosa de las que
he hecho en mi vida ha recibido tantos parabienes y tantas felicitaciones (en
público y en privado) como mi cambio de carrera profesional. La verdad es que
vienen muy bien porque refuerzan tu convicción por una decisión que no resulta
ni mucho menos fácil de tomar. Lo que ocurre es que, exceptuando a tu círculo
más cercano, aquellos que conocen bien tus valores, para el resto de personas
esa decisión, que debería ser de lógica aplastante, genera desconfianza.
“¿Por qué lo hiciste?” “¿Qué te empujó a ello?” O el más
clásico … “Si no estabas bien…”. ¡Cómo si hiciera falta una razón adicional de
peso para hacer lo que te apetece! Yo estaba bien en mi vida profesional
anterior, y eso despierta todavía más recelo. Para la lógica mayoritaria de la sociedad actual, solamente se abandona
un trabajo si algo va mal.
Lo importante en estos casos, y en tantos otros en la vida, es tener la
seguridad de que tus decisiones están en consonancia con tus valores, porque el
peligro de esta paradoja es que, si no estás muy convencido de lo que has
hecho, la desconfianza de los demás podría hacer que te tambaleases en medio de
una época de transformación que te exige mucha convicción.
Ojalá lleguemos un
día a vivir en una sociedad donde seguir tu vocación sea la norma y no la
excepción, donde arriesgar para trabajar en lo que te gusta no sea visto
con desconfianza, que no se convierta en la línea de tu currículo que atrae
toda la atención de tu entrevistador…
Mientras tanto, se trata de convivir con esta paradoja como
un pequeño efecto colateral. De abrazarla en toda su contradicción. Formará
parte de tu vida, y habrá que quererla. Y recordar que sí surgen las dudas…. la buena dirección te la debe marcar la
brújula de tus valores.
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