Cada vez adquieren más
protagonismo, como parte importante de las personas que dedican gran parte de
su vida al trabajo y que vuelcan allí sus propias vivencias.
Cabría festejar con bombos y platillos el ingreso de las
emociones en las empresas. Es parte de la historia reciente, aunque con
antecedentes verificables. Fue definitivamente introducido por Daniel Goleman en su libro La
inteligencia emocional, publicado en 1995.
El título es casi un oxímoron si se lo piensa como fue
siempre, donde había un tabique entre la inteligencia y las emociones. Todo
apuntaba a que quien actuaba inteligentemente no podía ser arrastrado por las
emociones, lo cual configuraba un empleado o líder brillante, pétreo y
automático, que obligaba a dejar la vida personal puertas afuera. "¡Aquí
se viene a trabajar!" ¿Alguien recuerda esta célebre frase?
Hace pocos días se publicó en el diario El País de España
una nota de Ramón Oliver que recoge
distintos puntos de vista. Se llama "Empresas con gestos humanos".
Surge de aquí que no todas las empresas muestran la misma sensibilidad con sus
empleados.
Es un concepto tan elemental que casi da vergüenza
mencionarlo. La gente sufre emociones de distinto tipo que no puede dejar en el
perchero o en el armario. La muerte o el nacimiento de un familiar cercano, un
divorcio, una enfermedad y, por qué no, un enamoramiento.
La ley introduce términos arbitrarios e inalterables,
arrasando con cualquier diferencia individual. Nacimiento de hijo (padre): 2
días corridos (por ahora). Fallecimiento de esposa, concubina, hijos y padres:
3 días corridos. Por fallecimiento de hermano: 1 día. ¿Cómo es posible medir el
tiempo necesario para recuperarse de semejantes conmociones? Algunos necesitarán
menos, otros más, y es en este punto donde las empresas pueden demostrar su
sensibilidad, adecuándose a lo que empleado precise.
No todo es producción en este mundo, pero si queremos
ponerlo en términos más pragmáticos, citemos a José María Gasalla, profesor en Deusto Business School: "Nos
llevamos nuestros problemas a todas partes y eso afecta a nuestro equilibrio
emocional. Es fundamental que un jefe sepa captar que a esa persona le está
sucediendo algo, que se preocupe y le ofrezca su ayuda".
No es imprescindible ser psicólogo. Con algún grado de
sensibilidad es suficiente. Porque no solo el beneficiado por un otorgamiento
de licencia especial estará afectivamente mejor vinculado con la empresa, sino
todo el conjunto de la organización, que percibirá el mensaje.
Gasalla agrega:
"Cuidamos el dinero y olvidamos a las personas. Es una paradoja, porque el
dinero hoy se puede conseguir con relativa facilidad. Sin embargo, lo más
escaso es el capital humano en sus tres dimensiones: tiempo, talento y
energía". Y Gasalla recuerda
que todas personas tienen unas necesidades que necesitan cubrir: "ser
aceptadas, queridas y cuidadas".
He aquí el punto. La obsesión por conservar talentos queda
desarticulada cuando se apela a la ley. Lo cual no incluye solamente a los
profesionales, aun cuando el artículo no lo mencione, sino a todo el personal.
Los cadetes u operarios talentosos también existen y su pérdida no es barata y
tampoco gratuita.
La detección de problemas personales suele ser más fácil en
las empresas pequeñas, por la relación más directa, lo que no implica que las
grandes corporaciones no puedan establecer relaciones más abiertas a través de
sus políticas. También es cierto que las nuevas modalidades de trabajo a
distancia traen dificultades para detectar problemas emocionales; implica mayor
atención y comunicación. En cualquier caso, es para celebrar, aceptar y poner
en práctica esta novedad organizacional: adentro hay gente que sufre, se
altera, disfruta, llora o ríe, como cualquier ser humano.
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