No existe la
posibilidad de innovar, y mucho menos a la velocidad que hoy se requiere para
sobrevivir en el mundo de los negocios, si se penaliza el error.
Hay una tendencia creciente, mencionada hace algunas semanas
en este mismo espacio, que es el reconocimiento del error como valor positivo
en vez de ser objeto de sanción. Podríamos decir que se ha subido un escalón
más, a través de un artículo de Bill Taylor,
publicado nada menos que en Harvard
Business Review. Va ocupando su lugar "El
Fracaso", legitimado por CEO's de corporaciones como Coca Cola,
Netflix y Amazon, quienes "instan a sus empresas y compañeros a cometer
más errores y asumir más fracasos" (sic).
La frase no puede ser más sorprendente y escandalosa, si se
quiere, pero tiene sus fundamentos. Jeff Bezos, de Amazon, lo explica de este
modo: "Si vas a hacer apuestas audaces, van a ser experimentos. Y si son
experimentos, no sabes de antemano si van a funcionar. Los experimentos son,
por su propia naturaleza, propensos al fracaso. Pero unos pocos éxitos grandes
compensan las decenas y decenas de cosas que no salen bien".
James Quincey,
nuevo director ejecutivo de Coca Cola, define: "Si no cometemos errores,
no nos estamos esforzando lo suficiente". El autor de la nota sintetiza,
argumentando que "si uno no está dispuesto a fracasar, no estará preparado
para aprender. Y a menos que las personas y las organizaciones logren aprender
a la misma velocidad que el mundo cambia, tampoco lograrán crecer y
evolucionar".
Quizás éste sea el punto más relevante, porque pone al
descubierto lo que ha cambiado realmente. Parafraseando aquel famoso consejo
que recibiera el ex Presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, "es el
contexto, estúpido". En el ámbito privado - no en el público, que va por
otros carriles- siempre se ha asumido que hay que correr riesgos, algunos de
los cuales pueden ser muy exitosos y otros no.
Durante la mayor parte del siglo XX la planificación, por
ejemplo, era la columna vertebral de todas las decisiones. Cualquier desvío era
mal visto y hasta condenado. No dejaba de ser una ilusión óptica, ya que se
trataba de ver la realidad tal como se pretendía, sin contar con cambios importantes.
Y en verdad no los había, porque todo era más previsible. Ergo, el desvío era
una falla humana, no de una realidad que cambió. El que no lo supo ver era un
miope poco confiable.
En la parte de este nuevo siglo que nos toca vivir las cosas
se han invertido. Lo menos confiable del mundo es la realidad, que puede
cambiar de modo abrupto y hasta caprichoso. El ensayo y la experimentación
pasaron a ser las herramientas fundamentales para sobrevivir, pero para ello
hay que abandonar los viejos hábitos de conducción. Alentar los fracasos
termina siendo una revolución cultural que muchas generaciones, anteriores,
actuales y futuras, no podrán digerir fácilmente.
En definitiva, de esto se trata cuando se busca dirigentes
que tomen riesgos, con la imprescindible salvedad que la compañía entera lo
acompañará si la cosa sale mal, en vez de convertirlo en chivo expiatorio. La
tendencia es tan clara que la Universidad
Smith, de Massachusetts, ha creado un programa bajo el nombre de
"Fracasando bien" donde aclaran que "lo que estamos intentando
enseñar es que el fracaso no es un fallo del aprendizaje, sino su
función".
Esta vuelta de tuerca fue y es necesaria. En los '90 se
desarrollaban seminarios y conferencias donde los expositores contaban al
público asistente sus asombrosos éxitos. Hoy debería abrirse un Congreso
Internacional de Fracasos Empresariales (CIFE, en sus siglas en español) donde
todos aprenderíamos mucho.
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