Ahora lo habitual es
distraerse pasivamente en Internet, pero muchas horas conectados con un mismo
estímulo resulta cansador para el cerebro. Cómo “desenchufar” a los chicos.
Tiempos modernos. La constante conexión digital provoca un
constante estímulo al cerebro que tiene efectos: un nuevo aburrimiento que trae
más estrés.
Aburrirse, no saber qué hacer y “ponerse a papar moscas” –
apartarse momentáneamente de las tareas– cada vez produce más estrés. “La
ansiosa batalla que se libra en todos los rincones contra el aburrimiento es la
mejor prueba de su apogeo”, escribe Luigi Amara en Escuela de aburrimiento,
editado en España por Sexto Piso. En efecto: el aburrimiento se ha vuelto tan
vertiginoso, ha cobrado tal velocidad, que ha empezado a confundirse con la
diversión. En los últimos tiempos, un número llamativo de psicólogos, pedagogos
y filósofos han publicado estudios acerca de él. Los observadores han detectado
que vivimos en una sociedad por la que circulan estímulos cada vez más rápido,
aunque ello esté causando, paradójicamente, “más aburrimiento que nunca”,
recalca Sandi Mann, una psicóloga de la Universidad Central de Lancashire (Gran
Bretaña) que acaba de publicar, en Europa, “El arte de saber aburrirse”
(Plataforma).
Según diversos informes a gran escala que cita Mann, el 66%
de los estudiantes reconoce aburrirse a diario en clase, por más que sus
profesores compitan por introducir métodos cada vez más atractivos. Otro tanto
parece estar pasando en el trabajo y en las relaciones de pareja. Pero Mann
todavía va más lejos y apunta que el auge experimentado por los deportes de riesgo
podría guardar relación con “el boom del aburrimiento” (como tituló la revista
The Psychologist un artículo) y la creciente necesidad de segregar dopamina,
por ejemplo, saltando desde puentes con una cuerda atada a la cintura.
“El aburrimiento es la sensación que se produce cuando los
niveles de estimulación que necesitamos en un determinado momento son demasiado
bajos”, explica esta psicóloga, cuyo interés por el tema comenzó al poco de
graduarse, cuando trabajó de empleada en una tienda de ropa muy tranquila,
donde se aburría tanto que se dedicaba a desplegar y a plegar suéteres sólo
para tener algo que hacer.
La cuestión es que, como si se tratara de una plaga bíblica,
cada vez más personas dicen no poder soportar el aburrimiento. “A los pocos
segundos de guardar el celular ya experimentan una sensación de vacío”, apunta
el neuropsicólogo Álvaro Bilbao. En
sus estudios en el Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral de
España, Bilbao asegura que encuentra que muchos pacientes reconocen tener
tolerancia cero al aburrimiento.
Remedio contra el aburrimiento. Poco poder de concentración,
un mal de época.
La tradicional forma de aburrirse, afirman los expertos,
empezó a cambiar con la revolución industrial, cuando la productividad y el
consumismo comenzaron a apropiarse del tiempo libre. A partir de este momento,
el trabajo pasó a estar por encima del ocio y el entretenimiento por delante de
la contemplación, según anota el filósofo mexicano Luigi Amara, quien para
escribir su libro convirtió su habitación en una isla desierta para que ni
Internet ni el teléfono le distrajeran de navegar por sí mismo.
El resultado es el ya sabido: a finales del siglo XX, muchos
japoneses y norteamericanos reconocieron sentirse improductivos durante sus
vacaciones y admitieron pasarlo mal al sumergirse en il dolce far niente. La
versión 2.0 del aburrimiento fue desarrollándose en años posteriores a partir
de la creencia calvinista de que “el tiempo es oro” y de que no hay nada peor
que estar ocioso. Y así, hasta llegar al siglo XXI, cuando estudios sobre el
uso del tiempo, como Conspicuous Consumption of Time: When Busyness and Lack of
Leisure Time Become a Status Symbol, han puesto de manifiesto que estar muy
ocupado es el nuevo símbolo de estatus. Esta es la razón por la que en los
últimos años los anuncios publicitarios ya no retratan a ricos en un yate,
jugando al polo o practicando el esquí, sino que los muestran como personas que
trabajan un montón de horas y tienen escaso tiempo libre, indican Silvia
Bellezza, profesora de la Columbia Business School, Neeru Paharia, profesora de
la Universidad de Georgetown, y Anat Keinan, profesora de la Harvard Business
School.
En vacaciones y aburridos. Son muchos los que no logran
disfrutar el período de descanso porque extrañan "estar conectados".FOTOS: LEANDRO MONACHESI/Archivo Clarín.
Tras estudiar durante años el aburrimiento, Sandi Mann
explica que incluso en los largos inviernos medievales, la mayor parte de la
población no tenía constancia de aburrirse, porque sobrevivir ya era bastante
distracción. “En el pasado sólo se aburrían los ricos, pero ahora se trata de
un fenómeno más de clase baja”, confirma esta psicóloga de Manchester.
Por lo demás, no parecen existir diferencias entre la forma
de aburrirse de mujeres y hombres, salvo que ellas tienen una mayor propensión
a la multitarea, mientras que ellos se inclinan por el hobby obsesivo. Con
todo, el diagnóstico es el mismo: el aburrimiento se está convirtiendo en el
nuevo estrés, aunque el neurólogo Álvaro Bilbao puntualice que, en buena
lógica, gozar de momentos de quietud debería servir de contrapunto al actual
frenesí.
La propia Mann reconoce recetarse cinco minutos diarios de
aburrimiento para concentrarse en ella misma. Asimismo, cuando conduce menos de
una hora, no se pone la radio para obligar a su mente a vagar, de la misma
manera que camina sin música para evitar estar todo el día estimulada.
Los investigadores del aburrimiento también han analizado lo
que hace alguien cuando está aburrido: beber algo (generalmente, café), charlar
con otras personas y comer (especialmente, chocolate). Incluso en Gran Bretaña
ha surgido un Club de Hombres Aburridos, aunque la principal resistencia al
“ocupacionismo” la protagonicen destacados pensadores. Es el caso, por ejemplo,
del filósofo y pedagogo José Antonio Marina, quien ya en el 2013 reivindicó una
“pedagogía del aburrimiento” en vista del “¡Me abuuuuurro!” quejumbroso y
exclamativo de cada vez más niños. Interpelado sobre en qué consiste el nuevo aburrimiento,
Marina señala: “Hay un aburrimiento que se da cuando no se tienen estímulos
suficientes y otro que se da con la repetición del estímulo”, tras sacar a
colación que “los ingleses del imperio británico inventaron la palabra spleen
para designar el aburrirse elegante”. Es decir, el aburrimiento es una emoción
moderna que aparece cuando la gente comienza a disponer de tiempo libre, ya que
“cuando una persona sufre, trabaja, se esfuerza, tiene que luchar, podrá
sentirse muy desgraciada, pero no aburrida”, aclara.
“Lo que hay de nuevo –prosigue Marina– es que vivimos en una
sociedad saciada e hiper estimulada que busca obsesivamente el bienestar. Se ha
puesto de moda la felicidad y todo el mundo la busca directamente, cosa que,
como ya dijo Aristóteles, es imposible. Esa obsesión hace que la gente tenga
muy poca paciencia para conseguirla, con lo que aparece una actitud de zapping
continuo. No tengo tiempo de ver si el programa (o la experiencia vital) es
interesante. Si en los primeros diez segundos no me atrapa, cambio: da igual
que sea de programa, de relación o de trabajo”, subraya.
Al respecto, el periodista estadounidense Nicholas Carr
señaló en su libro “Superficiales: ¿qué está haciendo Internet con nuestras
mentes?“ que la cantidad media de tiempo en que podíamos estar concentrados en
una tarea sin dejar vagar la mente con algo nuevo era, en el año 2000, de 12
segundos y en el 2010 de 8 segundos, ahora nuevas investigaciones sugieren que
estas cifras siguen a la baja.
Cuando a Sandi Mann su hijo le dice “¡Me aburro!”, ella le
contesta: “¡Genial! Abúrrete un poco más”, a diferencia de muchas mamás-tigre
–la expresión que surgió del libro de Amy Chua, The Battle Hymn of the Tiger
Mother, traducido como “Madre tigre, hijos leones”– que creen que someter a sus
hijos a actividades extraescolares estimula sus mentes.
“El aburrimiento de los niños –prosigue Marina– es fruto del
aislamiento en que ahora viven y de que sus padres, en general, están demasiado
responsabilizados con su bienestar”, indica. Por cierto, cuando este pedagogo
tenía que hacer frente en clase al monstruo de las mil cabezas, solía irritar a
sus alumnos al decirles: “No están aburridos porque las cosas sean aburridas,
sino al contrario. Las cosas son aburridas porque están aburridos”.
"Me aburro". El niño que está todo el día
entretenido no tiene tiempo para buscar dentro de sí las respuestas o para
hacerse él las preguntas, señalan los especialistas.
Pero hay un problema: como advirtió el Lio Messi del
aburrimiento, Peter Toohey, profesor de la Universidad de Calgary (Canadá) y
autor de Boredom: A Lively History (Yale University Press), y como se encargó
de recordar el propio Marina hace cinco años, el aburrimiento es la antesala de
la creatividad.
Basta echar un vistazo hacia atrás para consignar que la
teoría de la gravedad de Newton o el principio de Arquímedes surgieron en
momentos de relajación. Algo similar puede decirse de las “cabañas filosóficas”
en las que se recluyeron escritores y filósofos como Eugeni d’Ors, quien, tras intuir las posibilidades de este estado
mental, se fue al hotel Blancafort de La Garriga (Barcelona) a no hacer nada y
luego a contarlo en “Oceonagrafía del Tedio”. Otro tanto (autoexplorarse)
hicieron cracks de diferentes ámbitos como Nietzsche, Heidegger o Thoreau, el
referente de Gandhi y Martin Luther King, quien se construyó una pequeña y austera
cabaña en la laguna de Walden (al oeste de Boston) y se pasó allí dos años
pensando y observando lo que sucedía a su alrededor para relatarlo en “Walden,
la vida en los bosques”.
También Amalia Creus,
profesora de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la Universitat
Oberta de Catalunya (UOC), además de experta en cultura digital, ha desnudado
al aburrimiento en varios artículos. Su conclusión es que hoy día se pauta el
tiempo libre como si fuera un día laboral.
“Casi todos los juguetes de ahora tienen una finalidad
educativa, que al final es productiva”, reflexiona. “Todo esto puede estar
haciendo que muchos niños estén perdiendo aquello que confiere textura y
significado a una vida humana: las pequeñas aventuras, los viajes secretos, los
contratiempos y percances, la gloriosa anarquía y los momentos de soledad y de
hasta aburrimiento”, afirma.
“Cuando un niño no tiene ni un minuto para estar aburrido,
su cerebro no aprende a jugar consigo mismo”, recuerda el español Bilbao, que
es autor de El cerebro del niño explicado a los padres.
En búsqueda de la creatividad. Aburrirse puede ser un
estímulo para que los más chicos creen.
“El niño que está todo el día entretenido no tiene tiempo
para buscar dentro de sí las respuestas o para hacerse él las preguntas”,
indica. En cambio, los niños de entre 3 y 5 años que saborean el aburrimiento
acaban desarrollando una mejor tolerancia a la frustración y, según algunos
estudios que cita Bilbao, cuando tienen 18 años sacan mejores notas.
Es decir, en el aburrimiento hay dos fases. En los primeros
segundos o minutos, es una emoción desagradable, ya que al cerebro lo que le
gusta es ser entretenido. Pero, una vez superado este impasse, el propio
cerebro se ve obligado a desarrollar nuevas ideas para distraerse. En
conclusión: “Aunque aburrirse mucho es malo, no aburrirse nada es todavía
peor”, avisa Bilbao, en tanto el cerebro necesita períodos de descanso para
reconstituirse y no caer en la hiperactividad cognitiva.
No obstante, aún no se ha dicho por qué está aumentando el
aburrimiento digital, más allá de que cada vez necesitamos más estímulos y de
mayor intensidad para segregar la misma cantidad de dopamina. Pero la razón es
otra. Según Sandi Mann, hasta el siglo XIX el aburrimiento se combatía con
actividad: con juegos físicos, paseando, pintando, tejiendo, etc, es decir, con
tareas muy diversas que implicaban sistemas neuronales distintos. En la
actualidad, en cambio, lo habitual es distraerse pasivamente en Internet,
aunque estar muchas horas conectado produce un mismo tipo de estímulo que acaba
por resultar cansino para el cerebro. La explicación, así pues, es muy
sencilla: lo que crea la inapetencia es la saciedad, así que el mejor remedio
para combatir el creciente aburrimiento es diversificar el tiempo de ocio y
fluir por el tedio como los peces en el río.
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