La conversación transparente sobre la propuesta salarial es
lo primero que debe ponerse sobre la mesa; se trata de no especular para que el
candidato acepte un sueldo menor.
Hubo, hasta hace poco, tres mundos: el primero, el segundo y
el tercero. El segundo desapareció al fusionarse con el primero, luego que
desapareciera el gran bloque de la Unión Soviética, por lo que subimos un
escalón, aunque no por mérito propio, sino por cambios en la tabla de
posiciones.
Según Wikipedia, estamos entre aquellos países cuyas
"características comunes figuran el tener una base económica agraria, la
exportación de materias primas, una economía endeudada con los países más
industrializados y escasa infraestructura". Podríamos agregar, también,
reducida capacidad de gestión de los recursos humanos, pero en este punto
parece que tenemos coincidencias que nos habilitan a pensar que estamos en el
Primer Mundo o, al revés, que allá arriba están a nuestro mismo nivel.
Ejemplifiquemos con lo que le sucedió a una joven
canadiense, Taylor Byrnes, a quien
le cancelaron una entrevista de empleo por preguntar cuánto dinero ganaría y
cuáles eran los restantes beneficios.
La primera conversación fue telefónica y todo anduvo muy
bien, porque la invitaron a dar un segundo paso, que era la entrevista
personal. Pero la joven tuvo la imprudencia de enviar un mail a posteriori de
la charla, con las disculpas del caso, pidiendo a la empresa que le informaran
cuánto ganaría por hora y qué otros beneficios incluía.
La respuesta que recibió, cancelando la entrevista personal,
fue: "Su pregunta revela que sus prioridades no están en sincronía con las
de nuestra empresa", porque a la joven le interesaba más la compensación
que "el trabajo duro y la perseverancia". Asombroso.
No se trataba de un puesto ejecutivo, pero como Taylor viralizó la respuesta
empresaria, los empleadores debieron hacer una declaración pública, afirmando
que "el mail enviado a Taylor
Byrnes era erróneo y no representa los valores de nuestro equipo"
(sic). Además, le propusieron seguir adelante con la entrevista personal
pautada.
No tenemos datos sobre cómo finalizó este conflicto
prematuro, pero lo más probable es que Taylor no haya ido a la segunda entrevista.
¿Debió haberlo hecho? Y aquí sí nuestro segundo mundo se separa del primero.
Depende de la necesidad, que es directamente proporcional al sometimiento.
Cuando escasean las posibilidades de encontrar trabajo, las defensas bajan lo
que sea necesario para conseguirlo. Luego vienen las preguntas sobre cuánto
ganará y tal vez ni se hable de los beneficios.
En este segundo mundo las cosas son distintas, pero podemos
mejorarlo para no quedar pegado a lo peor del primer mundo, como lo expone este
episodio con la joven Taylor.
Cualquier entrevista de empleo debe dejar aclarado cuál es el monto que se
percibirá por desempeñar un cargo. Esto implica que quien debe empezar a hablar
es el que selecciona, no el postulante.
Hay una desdichada tradición: el entrevistado debe hablar
primero y ser escuchado, hasta que surja alguna pregunta, generalmente
inquisidora. El fundamento implícito o explícito es que no se le puede dar al
postulante todos los datos, ante el peligro de estar concediendo datos
importantes con los que puede jugar para quedar bien parado. Gran error.
La empresa, las condiciones de trabajo, el sueldo y todo lo
que se necesita para calmar la ansiedad es la mejor vía para pasar a otra etapa
de relación, más franca, de ambos lados. Un buen selector de personal no puede
ser engañado tan fácilmente, a menos que sea muy necio y prejuicioso como quien
rechazó a Taylor Byrnes porque
estaba fuera de perfil.
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