Hay competencias de catálogo, que supuestamente utilizamos
para seleccionar a nuestros colaboradores. Luego están las características
individuales más difusas, las que realmente nos permiten identificar a las
personas que deseamos tener a nuestro lado. Las primeras son condición
necesaria y definen las aptitudes básicas que requiere un puesto. Las segundas
son condición suficiente: marcan la diferencia entre perfiles técnicos
similares.
Ocurre así en casi todas nuestras elecciones. Un acto de
compra puede ir precedido por un análisis de las especificaciones del producto,
pero en el momento de la verdad lo que cuenta no son solo las características
de un objeto sino el modo en el que satisface nuestras expectativas y
necesidades, desde un punto de vista estético, utilitario, etc. Cuando
encontramos a una persona con la que deseamos convivir prestamos atención a sus
cualidades objetivas pero el flechazo procede no de lo que esa persona es en
sí, sino de lo que es para mí: alguien con quien quiero pasar mis días y mis
noches.
En el ámbito laboral y comercial hay una de esas
características difusas que están en la raíz de muchos “flechazos”: la inteligencia
relacional. De una manera explícita, buscamos gente formada (títulos,
cursos…) y experta (desempeño acreditado en posiciones similares), es decir,
con buen currículo. Implícitamente, sin embargo, optamos por quienes generan
relaciones armoniosas y que agregan valor. Por supuesto que preferimos personas
competitivas, pero no demasiado conflictivas. Nos gusta la gente bien
informada, siempre que mantenga una curiosidad activa y no piense que lo sabe
todo. Deseamos contar con colaboradores realistas y con los pies en el suelo,
mientras no confundan realismo con una visión pesimista (¡no a los gafes y a
los cenizos!). Valoramos que un empleado tenga autoestima y seguridad en sí
mismo, pero no lo soportamos cuando esas cualidades se convierten en
arrogancia.
Señalo algunas
características de la inteligencia relacional, tan decisiva a la hora de
elegir a las personas con quienes deseamos compartir un proyecto.
1. Inteligencia es
humildad. Incluso las personas que acreditan un mayor coeficiente
intelectual están inclinadas a aceptar los puntos de vista que coinciden con
sus convicciones previas. Filtramos con facilidad las opiniones e informaciones
que contradicen aquello que pensamos. Por eso necesitamos rodearnos de personas
críticas, dispuestas a escuchar lo que pone en cuestión sus seguridades y
creencias. Es preciso crear entornos laborales donde la discrepancia es la
mejor expresión de la lealtad. Escuchar a quien siempre me alaba es perder el
tiempo.
2. Inteligencia es
generosidad. Tras un logro, tenemos la tendencia espontánea a sobrevalorar
nuestra contribución personal y a minimizar las aportaciones de otros. Las
personas inteligentes desde un punto de vista relacional saben identificar qué
parte del éxito corresponde a cada cual. Son buenos asignando reconocimientos y
responsabilidades.
3. Inteligencia es
influir. La mera agregación de conocimientos es inútil. Lo que sirve es la
capacidad de utilizar esos conocimientos en el marco de una relación. Cada vez
más, lo que nos importa de otras personas es su capacidad para resolver
nuestros problemas, no solo lo que sepan.
4. Inteligencia es
elegir las relaciones valiosas. Lo acertado es dedicar tiempo y recursos a
personas con las que se generan interacciones positivas. Quienes desarrollan
este tipo de inteligencia cuidan al máximo las relaciones en las que ambas
partes se enriquecen desde cualquier punto de vista. No se empecinan en
mantener relaciones tóxicas. Son buenos para cerrar, todo lo pacíficamente que
resulte posible, los vínculos que solo producen conflictos, y para enfocarse en
todas las conexiones y contactos que expanden las potencialidades de las partes
implicadas.
Da gusto trabajar con gente así, inteligentes en el manejo
de sus relaciones: dispuestas a recibir todo el beneficio posible en su
interacción con nosotros y a contribuir al máximo, dentro de sus capacidades.
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