Sócrates decía que cuando los dioses querían destruir a un
ser humano le convertían en arrogante y así se destruía a él mismo. Si en la
antigua Grecia la arrogancia podía ser un problema, en la Era de la Innovación
y la Transformación digital donde la adaptabilidad es la clave, está se ha
convertido en el peor enemigo del líder.
La arrogancia es una característica que impide conocerte a
ti mismo, impide autoanalizarte y escuchar a los demás, por tanto impide
analizar el entorno tu posición y el cambio. Además de la adaptabilidad destruye el desarrollo del resto de nuestras
capacidades emocionales básicas para el liderazgo: comprensión, influencia,
colaboración, etc.
La condena de los que tienen este rasgo es convivir con la
peor ceguera que existe, la ceguera emocional donde nuestro cerebro no puede ver y ni siquiera sabe que es ciego. Provoca la innovamiopía: Síndrome que te hace
pensar que tu negocio no necesita importantes dosis de cambio y transformación.
Cuyo pronóstico es la muerte lenta
Estamos tomando conciencia de que las emociones y motivaciones forman parte fundamental de nuestro
rendimiento profesional. Estamos tomando conciencia de que estas son el
motor, lo que nos impulsa en nuestro día a día y la base para dirigirnos a
nosotros mismos.
Debemos aprender a gestionar nuestras emociones, para evitar
el peor y más frecuente castigo de la era de la innovación: el envejecimiento
prematuro profesional por falta de adaptación al cambio.
Nuestro cerebro no está preparado para el nuevo entorno
Todos sabemos que los demás tienen falsas percepciones sobre
ellos mismos, sabemos que se sobrevaloran, se infravaloran o simplemente
desconocen el impacto nefasto de sus puntos débiles. Pero por alguna razón lo
que vemos en los demás tan frecuentemente pensamos que a nosotros no nos pasa.
Nuestro cerebro es un órgano que no está diseñado ni preparado para buscar la
verdad, sino fue diseñado para ayudarnos a sobrevivir, pero en otros entornos
remotos más estables. Lo cierto es que nuestro cerebro nos engaña muy a menudo,
nuestras percepciones son muy
subjetivas, tenemos una especie de
sistema inmunológico emocional que nos
hace percibir la realidad edulcorada, como más nos conviene desde un punto
adaptativo pero a entornos lentos. Una de las principales áreas sobre la que
nos engaña nuestro cerebro es sobre nosotros mismos.
Y esto hecho es más importante en un entorno organizativo
cada vez más dinámico. La dificultad de nuestro autodesarrollo personal no
reside tanto en aprender nuevas conductas y crear hábitos que las fijen, como
en tener la capacidad de cambiar estas conductas para adaptarse a nuevos
entornos organizativos.
Nuestro principal
problema profesional es reinventarnos, para poder reinventar nuestro negocio.
El principal reto no es tanto llegar, sino cómo evolucionar y reconvertir
hábitos en nuevos entornos innovadores y
muy competitivos con una voracidad de cambio desconocida hasta ahora. Y que
exigen de nosotros que sepamos mirarnos continuamente con capacidad crítica,
que exigen que conozcamos cómo somos emocionalmente y qué nos motiva, para
evolucionar superando el “dulce” autoengaño y poder avanzar y dirigir nuestro
negocio a nuevas metas.
Nadie conoce a nadie,
ni siquiera a sí mismo
En su teoría de la inteligencia emocional Daniel Goleman nos señalaba dos tipos
de inteligencia, la interpersonal (relaciones
con los demás) y la intrapersonal,
que sería la capacidad de formar un modelo realista y preciso de uno mismo,
teniendo acceso a los propios sentimientos y emociones, utilizándolos como
guías en la conducta.
La arrogancia afecta de forma importante a este tipo de
inteligencia pues limita nuestra capacidad perceptiva y empática, impide
aprender de nuestros errores, debido a errores de atribución que nos lo
impiden, impide escuchar las opiniones de otros, conversar productivamente,
etc. Impide analizar la realidad de nuestro entorno y evolucionar.
Estas dos dimensiones de inteligencia emocional son las que
permiten construir otras dimensiones y competencias emocionales como la
comprensión de relaciones sociales, la colaboración, el conflicto o la influencia. Es decir, nos invalida cómo líder.
Estas dimensiones de
inteligencia emocional que nos permite controlar nuestras emociones,
sentimientos y motivaciones es la inteligencia más importante. Una vez
dominada, el autodesarrollo y la reinvención son más fáciles. Y reinventarse
es la clave de la supervivencia profesional en la era de la innovación. Si
los líderes no se reinventan los negocios no se pueden reinventar.
Si la clave más valiosa de nuestro talento habilidades que
una persona puede tener es conocerse a sí mismo para reinventarse, su principal
enemigo es la arrogancia.
Dos motores básicos:
humildad y escucha
Poner en práctica este tipo de inteligencia exige algo más
que fuerza de voluntad, exige luchar de forma desconfiada y paranoica contra
nuestro cerebro primitivo partiendo de la humildad de asumir que podemos estar
equivocados, sabiendo que no debemos dejar que nuestras emociones más básicas
nos dominen, tenemos que elegir “saber” la verdad.
Para ello debemos buscar otros ojos y espejos. Y esto debe
estar sistematizado, debemos tener una curiosidad sobre nosotros mismos y
hacernos cada día nuevas preguntas. Las personas que tienen más confianza en sí
mismas son a menudo quienes más escuchan, quienes obtienen más feed-back, quienes buscan saber cómo y
por qué hacen las cosas y cómo las pueden cambiar.
Las empresas, las organizaciones deben facilitar estos
mecanismos de escucha sistematizándolos, haciendo evolucionar los anticuados
sistemas de gestión de desempeño hacia sistemas de verdadero desarrollo
profesional alimentándolos de emociones positivas. Y los profesionales deben
buscarse sus propios sistemas de escucha dentro y fuera de sus organizaciones,
para asegurarse su rendimiento individual a corto plazo y el desarrollo
profesional a largo plazo. Para asegurarse que se producen nuevos
comportamientos en la era de la transformación digital cuya principal
característica es el cambio.
Debemos esperar que la innovación y su brutal exigencia se
conviertan en más presión y en nuevas demandas que desconfiguren nuestras
identidades profesionales, que conviertan nuestros entornos laborales en
“prisiones emocionales” donde la confusión derive en desmotivación, estrés o
ansiedad; donde reinventarnos a este frenético ritmo de cambio sea más difícil.
En la era de la transformación digital necesitamos una
nueva ideología profesional que deje de
minusvalorar la importancia de la gestión de las emociones, que las saque
de esa semiclandestinidad a las que las
tenemos condenadas, que busque entender sus mecanismos de funcionamiento y que
las potencie como la parte más valiosa de nuestro talento.
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