Las mujeres aceptan
desafíos que los hombres dejan de lado por ser casos perdidos y siguen luchando
por la igualdad de oportunidades en la carrera hacia el ascenso.
Las diferencias de género en el ámbito laboral son más
enmarañadas de lo que parecen. Ramón
Oliver, en el diario El País, de España, devela una trama que va más allá
del acceso de las mujeres a los puestos jerárquicos. Es lo que suele llamarse
el "techo de cristal", un hallazgo para definir los límites que las
separan de los hombres. Ellas pueden hacer una carrera brillante en una
empresa, pero también caer en el "precipicio de cristal".
Todo surge de un trabajo de 2003, publicado en la sección
Economía de The Times. Comparó los
resultados de las compañías que tenían mujeres en el cargo directivo, respecto
de otras comandadas por hombres. Las compañías lideradas por mujeres tenían
peores resultados en promedio.
Esta certeza fue cuestionada y profundizada por
investigadores de la Universidad de
Exeter, quienes publicaron, en 2005, sus propias conclusiones: "los
resultados de esas empresas ya eran malos antes de la llegada de mujeres a sus
consejos de dirección, así que el género no tenía nada que ver. De hecho, la
causalidad que sí constataron fue otra: que muchas de las empresas que
atraviesan una crisis contratan a mujeres para intentar salir de esta".
Según Carmen
García-Ribas, directora de la Universidad Pompeu Fabra, "ocurre a
menudo que cuando la situación es muy difícil se coloca en el puesto de mayor
responsabilidad a una mujer. Por su parte, Sara
Berbel, doctora en Psicología Social, "no se trata de que haya
obstáculos que impidan a las mujeres progresar, sino de que hay una tendencia a
ofrecerles puestos de dirección más complejos y en los que existe un mayor
riesgo de fracaso".
Si el "techo de cristal" era una barrera
invisible, el "precipicio de cristal" ha quedado oculto mucho más
todavía. Un ejemplo planteado, en el terreno de la política, es el arribo de Theresa May como primera ministra del
Reino Unido, luego de, David Cameron y el plebiscito del Brexit.
Esperanza Ferrando, vicedecana
de la Universidad CEU Cardenal Herrera Oria, lamenta que únicamente haya un 26%
de mujeres en puestos directivos. "No existe confianza en que las mujeres
puedan ser tan buenas líderes como cualquier hombre. Incluso por parte de las
mujeres".
Una de las explicaciones del fenómeno es que los hombres
tienen mayores oportunidades de cambio de empresa cuando el barco está por
naufragar. Y las mujeres toman su lugar, porque es una oportunidad de ascenso,
que no se les da con frecuencia.
Este aspecto que señala Ramón
Oliver merece tenerse en cuenta, ya que es una observación poco explorada.
Merecería el análisis de Michel
Foucault, rescatando las pautas culturales del pasado Las diferencias de
género tienen orígenes ancestrales, cuando la mayor diferencia consistía en la
masa muscular, aún vigente en pocos casos. El hombre cazador necesitaba la fuerza
para alimentar su familia. Era también quien iba a la guerra para luchar a
brazo partido con la espada o la lanza, tarea que bien podría haber
desaparecido al inventarse la artillería. Pero no: los hombres a la guerra, las
mujeres en sus casas, a cuidar a los hijos o parir.
En pleno siglo XXI la posesión de fuerza muscular ya no es
decisiva, ni siquiera importante. No es necesario una potencia especial para
apretar un botón, ya sea para iniciar una guerra nuclear como para manejar
máquinas enormes. Las competencias
necesarias para actuar en el mundo han cambiado radicalmente, pero seguimos
arrastrados por nuestros orígenes como raza, sumando que no es fácil que los
hombres renuncien a sus posiciones de privilegio.
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