Gritos, gestos
ampulosos, lejos de un ambiente de trabajo en armonía, son conductas que llevan
a lo contrario de lo que se quiere lograr; el buen clima es fundamental.
Las cuestiones del liderazgo pueden encontrarse por
cualquier parte, sin necesidad de buscarlos envasados en libros o seminarios.
El único truco es estar atentos al mundo que nos rodea, sin pretensiones
académicas.
En History Channel 2 se ha transmitido hace pocos días un
documental elaborado con personajes reales y dramatizaciones con el nombre de
"Francotirador: misión mortal". Como se sabe, los francotiradores son
asesinos seriales legitimados en tiempos de guerra, una aberración social que,
por lo general, se admite.
Se cuenta la aventura de uno de estos soldados
norteamericanos de elite, durante la guerra de Vietnam. Tenía como misión
cruzar las líneas enemigas para matar a un general enemigo. Para cumplir su
propósito, debió caminar dos días por la selva casi sin comer ni dormir, para
aproximarse al campamento del Vietcong.
Finalmente, llegó hasta poco más de 600 metros del lugar
donde podía hallar a su objetivo, según informes de Inteligencia. Tendría la
oportunidad de una sola bala, por lo que debía identificarlo con precisión
antes de disparar. El protagonista, hoy retirado, cuenta frente a cámara cómo
se las arregló para confirmar quién era el blanco de su misión. Su método fue
muy simple. Observó los movimientos en el campamento, sabiendo que el general
se delataría por sí mismo. "A los líderes les gusta señalar", afirma.
Así fue, en verdad, porque vio a un sujeto que gesticulaba en el centro del
resto de soldados y señalaba aquí y allá, todo el tiempo. Hizo su disparo y el
general cayó muerto, impactado en el centro de su corazón.
Solo es cuestión de ver. O de escuchar. En el ámbito
castrense los gestos enérgicos confirman la autoridad. A veces, para ahorrar
energías, con un silbato es suficiente. Es fácil identificar a un jefe, sin
necesidad de ver sus insignias. En la vida civil, sucede algo similar, pero más
disimulado. En los casos más groseros se reemplazan por los gritos o el
maltrato. La mirada del francotirador de la historia no era desacertada, y si
lo trasladamos a fábricas y oficinas, la percepción tiene analogías.
El conflicto se produce cuando un jefe actúa como lo haría
en la guerra. Termina sucediendo que el propio jefe es quien transforma su
alrededor en un escenario bélico, con todo lo que ello implica. Por empezar, un
enorme desgaste de energías, que bien podría ser canalizada hacia fines más
productivos, tanto para la empresa en general como para cada persona en
particular. Lo que puede entenderse en tiempos de guerra, es inaceptable en
momentos de paz.
Habrá que admitir, sin embargo, que se han hecho muchos
esfuerzos por asimilar la guerra a la conducta dentro de las empresas, donde
los competidores externos son enemigos declarados a los que habría que
eliminar. No en vano tuvieron -y aún tienen- tanto éxito los textos de Sun Tzu
(El Arte de la Guerra) o de Carl von Clausewitz sobre el mismo tema de
estrategia militar.
Entonces, debemos destinar algo de compasión por aquellos
convencidos de que se encuentran en medio de una batalla cotidiana, donde el
poder se ejerce enérgicamente, con gestos ampulosos y gritos. No saben lo que
hacen. Y debemos agregar que son los que producen mayor desgaste e
improductividad, porque generan tifones de resentimiento, difíciles de
controlar.
"Entonces, ¿cómo se hace para ser líder?". Pues bien:
hay ejemplos clásicos. Gandhi es uno. Mandela es otro. Es cierto que soportaron
años de persecución y encierro, pero tal vez ésa sea la famosa
"clave", nunca encontrada: la humildad y el sacrificio, sin disparos
de fusil, ni gritos, ni ademanes bruscos.
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