La negación de los
hechos no hace más que empeorarlos; se necesitan nuevas capacidades que sólo se
adquieren con una educación de excelencia.
Cualquiera que haya sufrido alguna vez los efectos de una
inundación comprende cómo es el proceso. Primero se detecta una línea de agua
por debajo de la puerta. Al poco tiempo se convierte en un charco y por más que
se utilicen algunos medios para detener el avance del agua, no es suficiente:
el agua avanza, sigue subiendo, cubre los muebles y continúa hasta llegar a
amenazar con peligro de muerte. Queda el techo, pero tampoco es seguro, porque
nunca se sabe hasta qué nivel seguirá subiendo el agua. Este mismo proceso se
está detectando respecto del empleo a nivel mundial.
Hay varios datos ya. Un estudio de McKinsey augura que en 2055, el 50% de los empleos de hoy estarán
automatizados. En los sectores de comida y hostelería, la cifra es superior al
70%. En el Reino Unido, la disminución de puestos de trabajo del sector público
para 2020 llegará a la suma de 800.000, gracias a los resultados del programa "Amelia", que ya se aplica.
Hay un robot que se encarga de resolver los problemas de los vecinos.
Parece que estuviéramos frente a un escenario apocalíptico,
en distintos frentes. El propio Bill Gates, predice que hoy se puede reemplazar
los métodos genocidas, ya no mediante la escandalosa bomba atómica, sino con un
simple frasquito conteniendo un elemento patógeno aéreo que distribuya un
virus, matando a millones de personas en muy breve tiempo.
Es posible continuar: el agujero de ozono, el calentamiento
global, el deshielo de los polos, etcétera. No es ciencia ficción, ni
premoniciones dudosas como las de Nostradamus,
quien ubicó una gran catástrofe en 1999 y siete meses, y el fin del mundo en
3797.
Quienes llevan algunas décadas sobre esta tierra han pasado
ya algunos cuantos "fines del
mundo", con bases científicas de distintas fuentes. El cometa que
colisionaría con la tierra, el desmembramiento del sistema solar, esas cosas.
Todo ello lleva a desconfiar de los anuncios apocalípticos, pero admitamos que
hoy contamos con datos muy precisos y visibles.
Aquellos que se refieren a la desaparición masiva de puestos de trabajo, no solo lo estamos
viviendo a través de la incorporación de la tecnología, sino que el pronóstico
no tiene metas muy lejanas. Por lo general, hay una actitud negadora, como la que se tiene sobre la muerte, que se
resume en aquello de "los que se
mueren siempre son los otros". Sin embargo, los despedidos por efecto de la automatización son contemporáneos y
es insensato prever que "a mí no me
va a afectar".
Porque es falso. Hasta los chicos que hoy trabajan en tareas
de delivery están amenazados por la
utilización de drones. Éstos terminan
siendo más económicos y, sobre todo, no se quejan ni se enferman, ni toman
tiempo para estudiar. Hay un puesto que era clásico, la de secretaria, que se
ha neutralizado por los programas amigables de textos, planillas u otros
recursos que la redujeron a servir café, lo cual también está perdiendo sentido
con las máquinas expendedoras.
Todo ello, más muchas otras situaciones, obligan a pensar en
otra conformación social del sistema.
Afortunadamente, ya hay quienes están ocupándose del asunto. En la CE, los
eurodiputados piden que "se cuantifique la destrucción de puestos de
trabajo por el uso de robots y plantean la posibilidad de exigir a las empresas
que informen del porcentaje en que la robótica y la inteligencia artificial
contribuye a sus resultados económicos", según Silvia Martínez de "El Periódico".
Aunque estemos muy lejos, la inundación también llegará,
tarde o temprano. Hay un hilo de agua por debajo de la puerta.
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