En algún momento la
brecha generacional debería cerrarse para que ambas partes comiencen a entender
que pensar diferente sobre el trabajo no tiene nada de malo.
No es propósito de esta columna convertirse en una serie
como las de la televisión, con tramas desarrolladas por capítulos, pero hay
oportunidades que no se pueden perder, gracias a la buena voluntad de los
lectores que hacen llegar sus comentarios.
Hace unos días, el tema central era repensar las
metodologías de selección de personal hoy, excesivamente filtradas por la
tecnología, según la licenciada María
Emilia Palá, y cómo relacionarse con las nuevas generaciones. Según su
propuesta, los jóvenes postulantes van en búsqueda de vivencias, de vínculos
emocionales.
Un lector hace llegar su punto de vista, como sigue:
"Uno de estos supuestos 'millenials' imposibles de encontrar y que hay que
atraer a la empresa y retener a toda costa, me mandó un mail con preguntas el
día anterior a su primera entrevista. La primera pregunta era '¿cuántos días de
vacaciones tengo?' Le cancelé la entrevista".
Es un ejemplo perfecto de las situaciones que podemos
encontrarnos. Dos miradas distintas, asimétricas de cabo a rabo, seguramente
pertenecientes a concepciones del mundo y del trabajo que no tienen ningún
punto en común, excepto el hecho de ser contemporáneos. He aquí la brecha
generacional, en carne viva. Es también una grieta, que no tiene nada que ver
con la política.
Es interesante inferir que ambos protagonistas pueden tener
razón, sin ser antagónicos. Para el joven postulante, sea o no un talento, la
cuestión de las vacaciones puede ser importante porque, más allá de lo que
digan el convenio o la ley de contrato de trabajo, hay empresas que otorgan
mayor cantidad de días de vacaciones. Precisamente, porque intentan atraer
talentos.
Por otro lado, no es una pregunta inapropiada. Lo que
necesita y debe saber un futuro empleado son las condiciones laborales básicas,
como sueldo, horario y vacaciones, además de las tareas a cumplir. Es decir,
habría de saberlo tarde o temprano, solo que los medios de diálogo utilizados
hasta ese momento fueron vía mail. En este punto, la licenciada Palá tiene razón: nada hay que
reemplace a la conversación cara a cara.
Desde el otro borde de la grieta, la pregunta sí es
inapropiada, porque induce a pensar que la mayor preocupación del postulante
son los días en los que no trabajará. El concepto del esfuerzo, "ponerse
la camiseta y transpirarla" es un valor vigente, tal vez el más importante
en muchos casos, más allá de lo talentoso o no que sea el sujeto. Son
situaciones que se presentan a diario. Hay quienes resuelven trabajos complejos
en menor tiempo que otros y llegan al mismo resultado. Entonces surge la duda
sobre qué hacer con el tiempo que les sobra a los primeros y, casi siempre, se
resuelven de modo equivocado: acumulándole más tareas hasta llegar a una
distribución del trabajo poco equitativa. No son situaciones
"anormales", sino que pertenecen a las diferentes conductas, que hay
que aceptar.
Lo que podríamos objetar es que no se haya podido tener una
entrevista, aunque sea por curiosidad. Enterarse, por ejemplo, si la necesidad
de saber cuántos son los días de vacaciones estuviera referida a obligaciones
familiares de responsabilidad ineludible, en vez de utilizarla para holgazanear.
O bien, se trata de un deportista que precisa de esos días para entrenar o
cualquier otra afición que justifique su necesidad de saber con cuántos días
cuenta.
Para las nuevas generaciones, el trabajo no es la vida
misma. Es la diferencia con las generaciones anteriores, para quienes el
trabajo era lo primero, hasta por encima de la salud.
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