Muchas empresas y profesionales se obsesionan con moldear
líderes perfectos, casi sobre humanos, cuando ya sabemos que el Liderazgo, en
sí mismo, es humanamente imperfecto.
Ahora, apremiados por la relevancia que el liderazgo tiene
para alcanzar la tierra prometida de la soñada transformación digital
(prioridad absoluta de la mayoría de empresas, y no faltan razones para ello…)
corremos el riesgo de incluso hacer del liderazgo algo más inalcanzable, otorgándole
la enésima cualidad que puede y debe atesorar cualquier profesional llamado a
ser un líder…
Pero en
ocasiones…conviene dejarse sorprender y ser capaz de entender alguno de estos
conceptos propios de la literatura del management,
y a los que en ocasiones tratamos de poner más ciencia que arte… desde otras
perspectivas…
Liderar… es un gran
oficio y un gran cargo… hoy más que nunca generador de grandes confusiones
por la complejidad y volatilidad de nuestro entorno; un entorno en forma de
Dios al que hay que respetar… porque en su respeto está la sabiduría y siendo
sabio uno no puede equivocarse…
Liderar… es saber
quién es uno mismo… que es sin duda el conocimiento más difícil de llevar a
cabo, ya que, de ese conocerse a sí mismo, se es capaz de deducir que
necesitamos a nuestro alrededor para acometer empresas tan complicadas como las
de hoy en día…
Liderar… es hacer
gala de la humildad y de hacer cosas
virtuosas a través de ella, porque el rango de líder se puede otorgar por
muchas razones, pero la virtud de la que se hace gala a través de la humildad
depende de uno mismo…
Liderar… es poseer
una mente abierta, libre de prejuicios e ideas preconcebidas; una mente
abierta capaz de descubrir la realidad a través de las opiniones de todos los
demás… por encima de su condición…
Porque liderar… es sencillamente atreverse a conocerse a uno
mismo, sin miedo a descubrir quien se es, escuchar a los demás antes que a sí
mismo para comprender mejor la realidad, hacer de la humildad la mayor virtud y
mostrarse sereno dejando a un lado la soberbia y ese ego corrosivo que impide
ver algo más allá de uno mismo.
Pero es mejor que sea Don Quijote quien os lo narre en este
fragmento que un día decidí leer y
escuchar gracias a la brillante narración del texto de José María Pou, una voz
capaz de transportarte a otra época.
Un texto centenario que muchos de vosotros probablemente ya
habréis leído y, a través del cual,
entendí los secretos que se esconden tras la mayoría de grandes líderes y
ejecutivos que he conocido hasta ahora… a propósito de ínsulas, líderes,
Quijotes y Sanchos…
De los consejos que
dio don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la ínsula
Sancho, hijo, atento a este tu Catón, que quiere aconsejarte
y ser norte y guía que te encamine y saque a seguro puerto de este mar
proceloso donde vas a engolfarte; que los
oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones.
Primeramente, has de
temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás
errar en nada.
Lo segundo, has de
poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más
difícil conocimiento que puede imaginarse.
Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso
igualarse con el buey.
Haz gala, Sancho, de
la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores
y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables
son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad y
desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran.
Mira, Sancho, si tomas por medio a la virtud, y te precias
de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen
de príncipes y señores, porque la sangre
se hereda pero la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale.
Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no
más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del
rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Si acaso
doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el
de la misericordia.
Anda despacio, habla
con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que
toda aceptación es mala. Come poco, y cena más poco, que la salud de todo el
cuerpo se fragua en la oficina del estómago.
Si estos preceptos y
estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, vivirás en paz y beneplácito de las gentes,
y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave
y madura.
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