Para ser eficiente, ya
no hace falta operar a enormes volúmenes; crecen los emprendimientos que
apuestan por lo disruptivo.
A fines de diciembre y principios de enero, la mayoría de
los medios online publican sus "mejores notas del año", "las más
leídas", "las más inspiradoras", etcétera. El semanario inglés
The Economist ubicó en una de estas listas un artículo provocador, publicado en
la edición impresa de octubre, donde se habla de la "decadencia de la
corporación de Occidente", tal como la conocemos. La ilustración es un
dibujo de un ejecutivo con casco de gladiador, y el primer párrafo menciona la
decadencia de la Roma de Augusto como una referencia a la situación actual de
las grandes empresas. El ensayo es una buena medida del grado de disrupción que
están viviendo los negocios tradicionales hoy en día: a esta supuesta caída de
las grandes empresas no la anticipan Jorge Altamira ni Nicolás del Caño ni una
revista del Partido Obrero, sino The Economist, sobre la base de datos de un
informe de McKinsey. Dos íconos del capitalismo occidental, si los hay.
Entre las principales causas de esta supuesta crisis de las
grandes corporaciones está lo que el experto en temas digitales de Harvard
Nicco Mele llama "la comoditización de la escala": muchas de las
barreras que históricamente separaron a las empresas grandes en perjuicio de la
competencia de jugadores más chicos están siendo removidas por el abaratamiento
y la ubicuidad de nuevas tecnologías. "La escala mínima de eficiencia se
vuelve cada vez más pequeña", afirma Mele.
En un artículo del Harvard
Business Review, Maxwell Wessel
plantea que la escala, "uno de los últimos mástiles que quedaban en pie en
la tormenta competitiva, ya no es un lugar seguro".
Los ejemplos son infinitos. Alguna vez se requerían anchas
espaldas para fabricar un producto en China: delegados que conocieran las
fábricas, una línea de montaje que garantizara un volumen de producción en
tiempo y forma, etcétera. Hoy eso se resuelve con Alibaba.com, y pequeños
emprendedores locales acceden a esta posibilidad sin mayores problemas: una de
las charlas previstas para marzo en el Instituto Baikal, que reúne a
empresarios innovadores y científicos locales, es sobre este tema.
Sistemas de software para procesar decisiones complejas
están en la nube, al alcance de cualquier pyme. Lo mismo sucede con call
centers que se pueden tercerizar; el financiamiento que puede llegar desde
fuera del sistema bancario (financiamiento colectivo); la impresión 3D que
permite producir a pequeña escala sin costos adicionales, y el blockchain (la
tecnología revolucionaria detrás del bitcoin), que "presta" confianza
ante los consumidores: ya no hace falta una marca con conducta intachable por
décadas para que los usuarios confíen, si hay una red de millones de
controladores (como sucede con el dinero virtual) que otorga ese valor.
Mele tiene una fascinación especial por los jugadores
pequeños, que "corren de atrás". En la década pasada fue responsable
de las campañas digitales, con un presupuesto cercano a cero, de candidatos
demócratas como Howard Dean (en 2004) y de un postulante de ese partido por
quien al principio nadie daba dos pesos: Barack Obama. Con una acertada
política digital, sostiene el autor del libro The end of big (El fin de lo
grande), "David se puede convertir en Goliat". No cree que este proceso
sea inmediato, "porque las grandes corporaciones guardan montañas de
efectivo con las que intentarán subsistir todo lo que puedan, pero sí
inexorable". Su hipótesis se extrapola a todo lo grande, no sólo a las
compañías del sector privado: también al Estado, las universidades, etcétera. Y
obviamente hay excepciones: la fabricación de aviones, por ejemplo (aunque
casos recientes, como el del argentino Diego Favarolo, que fabrica motores de
cohetes en EE.UU. y compite con la NASA, muestran que hasta en el campo de
industrias tan complejas y de rocket science los pequeños jugadores pueden
competir).
Hay algunos problemas empíricos con esta teoría. Para
empezar, muchos de los sectores para los cuales se anuncia una disrupción
inminente (los hoteles con Airbnb, por ejemplo) gozan de una salud financiera y
de un margen de ganancia inéditos. 2015 fue un año récord para las fusiones y
adquisiciones en Estados Unidos y Europa, como la reciente entre las químicas
Dow y Dupont. ¿Qué sentido tiene unirse para ser un jugador más grande si se
comoditizaron las economías de escala? Mele da vuelta el argumento y sostiene
que son meras "estrategias de supervivencia" ante el maremoto que se
vive. Suena paradójico: por un lado, un reciente informe de USC mostró que en
diversos mercados, las industrias tienen un 25% más de probabilidades de estar
"altamente concentradas" que hace 20 años, y al mismo tiempo las
grandes corporaciones tienen casi el triple de probabilidades de perder market
share que en 1980.
Alberto Levy, especialista en estrategia empresarial,
explica a LA NACION que "en las grandes plantas industriales, lo que se
denomina «customización» masiva, basada en el desarrollo de la informática que
converge con los procesos industriales, permitió a las empresas producir muchos
modelos o tamaños o variaciones de cualquier tipo, sin perder «efecto escala».
Esto se debió a que la informática logró que no fuera necesario «reconfigurar»
las plantas para hacer los cambios del elemento a fabricar". En la nueva
economía, sigue Levy, el requerimiento de escalar parecería diluirse. Sin
embargo, lo que hace en realidad es transformarse en una "economía de
foco", en la que los costos ya no son de una reconfiguración de la planta,
sino de una "multiconfiguración de vínculos con muchos segmentos
target".
Para el experto en temas de innovación Fernando Zerboni, de
la Universidad de San Andrés, "la escala sigue siendo importante, pero hay
algunas que han desaparecido. Las que se mantienen son las escalas de
manufactura y de sistemas de distribución complejos. Otras son escalas de red,
significan que a mayor cantidad de usuarios, más valor, y esto vale para todos
los mercados".
En La economía conectada, el capítulo 6 de un reciente libro
del físico ruso Andrei Vazhnov, se explica lo que significan las escalas de red
en las plataformas digitales: "En general, si una red tiene N usuarios, el
número de potenciales conexiones entre ellos es N (N-1)/2. Esta fórmula se
conoce como la ley de Metcalfe y nos dice que el valor de una red crece aproximadamente
como el cuadrado del número de usuarios. Una red 100 veces más grande pueda
llegar a ser 10.000 veces más valiosa para los usuarios, con lo cual se genera
un círculo virtuoso para crecer". Esto explica en buena medida por qué en
los nuevos mercados la concentración es más alta y los "Goliats"
(Google, Airbnb, Uber, Amazon, Alibaba) no parecen tambalear en el maremoto de
riesgo al que hacen referencia Mele y algunos de sus colegas. En definitiva, la
ola disruptiva hace que algunas escalas ganen valor y otras pierdan, y el
futuro de cada negocio dependerá de cuán intensiva sea la escala pertinente en
su matriz.
Este fetichismo por lo pequeño también hace perder de vista
que son las empresas que crecen y se sostienen en el tiempo, las que generan
empleo formal a gran escala y crean vínculos sociales fuertes. Por eso las
políticas públicas en el área de emprendedorismo tienden a promover los
proyectos de alto impacto por sobre una atomización de pequeños jugadores que
implica un entorno más frágil (y también más difícil de regular y de hacer
tributar al Estado).
Los incentivos son, desde el sector público, a la
multiplicación de "unicornios", firmas innovadoras con más de 1000
millones de dólares de valuación. En la Argentina hay cuatro (MercadoLibre,
Despegar, OLX y Globant), más "centauros" (más de 100 millones de
dólares) y muchos más "pequeños ponies", como se empezó a llamar
recientemente a empresas de anclaje digital con una valuación de más de 10
millones de dólares.
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