Airbnb es una de las
estrellas de la economía colaborativa. ¿Cómo puede seguir creciendo pese a los
reparos de hoteleros y administraciones?
LA HISTORIA
En 2008 Brian Chesky y Joe Gebbia decidieron alquilar una
parte de su piso en San Francisco para llegar a fin de mes. No podían imaginar
entonces que ese sería el origen de un negocio tan rentable. Al cierre de 2015,
Airbnb, la empresa que acabaron fundando, iba camino de alcanzar unos beneficios
de 900 millones de dólares.
Pese a semejante éxito, Airbnb ha tenido que hacer frente a
numerosas dificultades. En 2014 se propuso llegar a nuevos segmentos de
clientes, más allá del viajero urbano y sensible al precio, su principal fuente
de ingresos. A tenor de los recelos tanto del lobby hotelero como de las
administraciones públicas, algunos encontraron ese nuevo movimiento demasiado
atrevido.
El auge de la
economía colaborativa
Airbnb es mucho más que una fulgurante historia de éxito, no
en balde marcó el inicio de una nueva era en el pensamiento económico. Desde
entonces, la economía colaborativa no ha dejado de ganar terreno. Uno de los
principales factores de impulso de su mercado comunitario ha sido la
tecnología, ya que facilita los pagos así como la agregación y el rastreo de
los datos de anfitriones y huéspedes.
Son varias las razones de su éxito. Ciertamente, disfruta de
la ventaja de ser el primero. Pero aún más importante es que ha sabido generar
confianza, el elemento clave que permite el despegue de cualquier negocio
online entre usuarios de una plataforma. Airbnb garantiza la autenticidad del
sistema de evaluaciones, además de la rapidez y seguridad de los pagos.
El meteórico crecimiento de Airbnb parece no tener fin.
"Marriott quiere sumar 30.000 habitaciones este año. Nosotros lo haremos
en las dos próximas semanas", se jactó Chesky en 2014.
Desde su atalaya como director general para el norte, este y
sur de Europa y Rusia, Jeroen Merchiers estudiaba cómo ampliar la oferta de
alojamientos en la región mediterránea. Una posibilidad era ir más allá del
viajero urbano de fin de semana y llegar hasta los que buscaban una escapada
rural. Se preguntó si los Pirineos sería una buena opción, aunque eso suponía
entrar en un mercado muy competitivo en el que las agencias de viajes online,
como el gigante Booking.com, ya se habían hecho fuertes.
Otra idea era dirigirse a segmentos de mayor nivel de renta.
"Empezamos a ver gente que no viaja con un presupuesto ajustado",
apuntaba Chesky por aquel entonces.
Pero el rápido crecimiento en un territorio extraño acarrea
sus problemas. Sin los mecanismos adecuados para seguir inspirando confianza,
podría comprometer los niveles de calidad y servicio. Si esas estrategias
fallaban, más que ayudar a la empresa a avanzar, los nuevos segmentos se
convertirían en su talón de Aquiles.
Respuesta a las
críticas
Las empresas de la economía colaborativa siguen moviéndose
en una zona gris en lo que a regulación se refiere. Un apartamento puede ser un
hogar o un elemento de inventario sin usar que se puede monetizar como alquiler
vacacional.
Dado que los alojamientos de Airbnb no son oficialmente
turísticos, las administraciones locales no pueden ni tasarlos con impuestos ni
garantizar la salud y seguridad del consumidor.
Por su parte, el lobby hotelero ve cómo Airbnb invade su
territorio. Pero, desmintiendo los temores del sector, sus tarifas y tasas de
ocupación no parecen haber acusado esa competencia. En Barcelona, por ejemplo,
la tasa de ocupación aumentó un 4% entre 2011 y 2013, mientras que la tarifa
media por noche pasó de los 110 a los 116 euros.
Airbnb alega que el éxito de su modelo se basa en que
permite a viajeros con menos ingresos alojarse en el centro de ciudades muy
caras a precios mucho más asequibles. Y lo que se ahorran en alojamiento lo
gastan en ocio y consumo.
Según la empresa, en el transcurso de una estancia de cinco
noches en uno de sus alojamientos en Barcelona, los huéspedes dejan una media
de 842 euros en la ciudad, lo que contrasta con los 374 euros de quienes se
alojan dos noches en un hotel. Y Airbnb ofrece datos de actividad económica
similares en otras ciudades.
En paralelo, las empresas de la economía colaborativa
seguían de cerca los interrogantes que afectaban al sector de la movilidad
compartida respecto al estatus de los conductores. ¿Se les debía considerar
trabajadores autónomos o cuasi empleados? Este tipo de cuestiones podía llegar
a afectarles.
Merchiers y la alta dirección de Airbnb tenían mucho sobre
lo que reflexionar y ninguna respuesta fácil. ¿Cómo crecer en nuevos segmentos
geográficos y demográficos sin menoscabar la confianza entre anfitriones y
huéspedes, que había sido una de las claves del éxito de la empresa? ¿Cómo
abordar con los ayuntamientos los problemas regulatorios? Y, por último, ¿cómo
integrar a los huéspedes en el modelo de negocio y el proceso de toma de
decisiones para fortalecer su sentido de comunidad y evitar las críticas?
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