La respuesta a por qué
hacemos aquello que hacemos es la base de la motivación de la fuerza laboral;
el sentido y el propósito son el motor de cada trabajador.
Hay que estar de vuelta. Hay que sacudirse el papel picado,
las serpentinas y quitarse el bonete de cartón de las fiestas que proponen los
gurúes de moda. Es decir, ponerse a pensar en serio las cuestiones del
management, sin deslumbrarse por los fuegos artificiales que las pintan como
una diversión fácil y farandulesca.
Soluciones en siete, cinco o menos pasos, que no provocan
nada más que la ilusión de que coordinar un grupo de trabajo consiste solo en
la habilidad de apelar a algunos trucos sencillos. Pero aparece un párrafo que
subraya la complejidad, la raíz de todas las acciones posibles, el punto de
origen desde donde habrán de desplegarse tales acciones, tal vez infinitas,
porque cada una tendrá sus características particulares, de acuerdo al contexto.
Dice así: "Es importante retener esta idea: la primera función del
management es ayudar a construir sentido, y el sentido se construye acercando
las distintas prácticas que pueblan la organización". Su autor es Ernesto
Gore, un especialista argentino con muchos años de dedicación al estudio de las
tramas del liderazgo. Está publicada en la revista electrónica
"Empresa", de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa,
número 217.
Parafraseando el título de la novela de Joseph Conrad, esto
es entrar en el corazón de las tinieblas. Para entenderlo hay que estar de
vuelta y descubrir que "el sentido" es la madre que acuna cualquier
actividad laboral y, a la vez, una posición frente a la vida. Un líder solo es
tal en tanto pueda otorgar sentido a sus colaboradores, se encuentren en el
nivel que se encuentren. Porque la pregunta que late en la mayoría de los seres
humanos es:
"¿Qué estoy
haciendo aquí?"
La humanidad toda se lo ha venido preguntando y las
respuestas fueron variadas, desde la teología hasta el nihilismo. Pero
cualquier persona, individualmente, se lo pregunta cada vez que va o vuelve de
su trabajo.
"¿Qué sentido tiene lo
que está haciendo?"
A estas alturas del siglo XXI, cada vez queda menos vigente
aquel castigo bíblico de "ganarás el pan con el sudor de tu frente".
En primer lugar, porque cada vez hay
menos frentes humedecidas por el esfuerzo, aunque existen y son muchos los que
lo cumplen. Por lo general, son los que más bajo salario reciben. Es un trabajo
de menor valor agregado.
En segundo
lugar, el sudor se ha desplazado unos centímetros y lo podemos encontrar
dentro de un enjambre de neuronas hiperactivas y, en esa condición, aparece con
más fuerza la pregunta: "¿Qué estoy haciendo aquí?"
No se puede pensar
que el liderazgo continúe inalterable ante tan grandes cambios. Es
inevitable asociar la idea del castigo bíblico con aquel, muy anterior, que
pertenece a la mitología griega. El castigo que impone Zeus a Sísifo es empujar
una pesada piedra hasta lo alto de una colina, dejarla caer y volver a buscarla
para remontarla nuevamente. Así, por los siglos de los siglos.
Cualquier aspirante a líder se ve obligado a internarse en
el corazón de las tinieblas para identificar el sentido íntimo de quienes lo
acompañan, si es que lo hubiere. Y si el sentido de lo que se hace está
ausente, hay que crearlo o, por lo menos, propiciarlo.
Los líderes no
son dioses, ya se sabe, pero hay algunas cualidades
de éstos que están en condiciones de ejercer. Más concretamente, entender a su gente, marcar rumbos,
compartirlos, escucharlos, hablar, explicar. Es una tarea cotidiana que no
tiene fin, sino resultados sucesivos que se van recogiendo a través del tiempo,
a veces con muy pequeñas acciones. No hay trucos ni magia al instante.
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