Escribía
hace unos meses acerca de los mitos y leyendas sobre gestión del cambio, un tema que, como comentaba en dicho
post, me lleva fascinando desde los comienzos de mi carrera profesional.
Se han
vertido ríos de tinta, física y digital, sobre gestión del cambio y, a pesar de
ello, creo que sigue siendo uno de los grandes
asuntos pendientes de resolver, tanto para las organizaciones
en general como para los profesionales que se dedican a ello.
¿Qué pasa
con el cambio organizativo que lo ha convertido en uno de los principales
“puntos de dolor” para las personas que lo viven? ¿A qué se debe que el cambio
que finalmente se produce en las organizaciones rara vez coincida con el cambio
que buscaban y deseaban quienes lo promovieron? ¿Qué se está haciendo mal en
gestión del cambio para que, además de no funcionar, cause tanto malestar?
Las
aproximaciones a la gestión del cambio son múltiples y muy diversas o, al
menos, eso es lo que podría parecer a primera vista. Sin embargo – y ahí radica
parte del problema que estamos sufriendo – esta supuesta diversidad no existe.
Porque, en
realidad, las aproximaciones a la gestión del
cambio son básicamente dos: quiénes creen que el cambio se puede gestionar y
quiénes creen que el cambio simplemente se puede posibilitar.
Dicho de otro modo, quienes se consideran agentes del
cambio y quienes se consideran catalizadores del cambio. Esto
simplifica mucho las cosas y ayuda a comprender por qué pasa lo que pasa.
La
aparente diversidad de aproximaciones al cambio lo es por tanto solo en la
superficie. Lo que se percibe como distinto es la diferencia en matices pero la
creencia que subyace en la mayoría de las aproximaciones es común: el cambio deseado se puede lograr actuando sobre las
personas.
Entramos
así en un debate insustancial sobre el nivel
idóneo de intervención, que a nada práctico conduce. En función
de la mayor o menor humildad de quién promueva el modelo de actuación, se
utilizará un verbo u otro pero todos ellos implican lo mismo: actuar
sobre las personas para que cambien.
Sin ánimo
de ser exhaustiva, una posible lista de verbos que emplearían las personas que
actúan desde estas aproximaciones, ordenados de mayor a menor
“intervencionismo”, sería: forzar, imponer, obligar, implementar,
liderar, convencer, inducir, influir, motivar, seducir o facilitar.
En el fondo todos significan lo mismo y ninguno de ellos funciona. Es cierto que
pueden llegar a funcionar temporalmente, mientras se mantienen artificialmente
alteradas las condiciones del sistema, pero tan pronto desaparecen las condiciones
alteradas, el sistema vuelve a su posición anterior, luego no
se ha producido ningún cambio real.
El
paradigma de la gestión del cambio es otra reliquia del siglo pasado equiparable al de la gestión del
tiempo o al de la gestión de proyectos. Teorías obsoletas que han evidenciado
una y mil veces que no funcionan y que a pesar de ello se siguen usando.
Ni
se gestiona el cambio, ni se gestiona el tiempo ni se gestionan los proyectos.
Lo que realmente se gestiona son espacios, atención y acciones. Y mientras se siga usando el
lenguaje equivocado, difícilmente cambiará la situación, ya que el
lenguaje define paradigmas y los paradigmas se viven como realidades.
La nueva aproximación a la gestión del cambio, aún muy minoritaria, opera en un
paradigma bien distinto, mucho más humilde y, precisamente por ello, mucho más
realista: no se puede lograr el cambio actuando
sobre las personas. Únicamente se puede actuar sobre el entorno
en el que operan esas personas, ayudando a crear los espacios adecuados y las
condiciones idóneas para que el cambio sea posible y se produzca. Y siempre
siendo conscientes de que, aún así, el cambio podría llegar a no
producirse nunca, ya que las personas cambian únicamente si quieren.
Uno de mis
profesores de la Facultad de Sociología me dijo una vez: “Cuando, hablando de personas, alguien
te diga que algo determina algo, desconfía de ello. Las personas no son robots.
Nada determina nada en nadie. Algo puede condicionar algo en alguien pero nunca
determinarlo“. Cada día me doy más cuenta de la enorme sabiduría
que encierra esta frase.
Han pasado
más de veinte años desde entonces y desgraciadamente se ha avanzado muy poco.
Si se quiere ayudar realmente a que las organizaciones cambien y se adapten a
la nueva realidad, lo primero que hay que hacer es evolucionar
como personas y como catalizadores – que no agentes – del cambio.
Y, para ello, el primer paso es revisar los sistemas de creencias desde los que se está actuando y
asegurar que se cuenta con sus últimas versiones actualizadas.
Las
personas hacen lo que hacen porque creen lo que creen, pero también creen lo
que creen porque hacen lo que hacen. El problema es que mucha gente siempre hace lo mismo en
lugar de probar otras cosas. Y eso sucede porque, para probar otras
cosas, hay que cambiar primero el paradigma. Dicho de otro modo, es
imprescindible actualizar la cartografía mental. Y si alguien me preguntara por dónde
empezar, lo tendría muy claro: lo primero de todo es cambiar el
paradigma del cambio.
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