Se habla de los líderes tóxicos como una de
las grandes plagas que azota a algunas organizaciones. Pero conviene no perder
de vista a los venenosos, aquellos capaces de acabar con un equipo de trabajo y
pervertir el funcionamiento de una organización sin previo aviso.
Identificarles a tiempo es la mejor vacuna para salvar a las empresas.
La seguridad, la confianza y la
autoestima son algunos de los ingredientes que convierten a los jefes en
inmunes ante cualquier tipo de problema. Esta coraza es la mejor para los
auténticos líderes, aquellos capaces de llevar a los profesionales por el
camino más adecuado y cumplir los objetivos de negocio. Pero ¡cuidado! Porque
este escudo puede ser una máscara a medida para los directivos más venenosos,
los que pueden ser perjudiciales de una manera tan sibilina que asusta.
1. El ausente. Aparece por la oficina
en contadas ocasiones y siempre en los momentos más inoportunos. Pobre de aquel
empleado que se confíe. Estos tipos pueden ser buenos o malos. Los primeros son
los que, a pesar de ser invisibles, están trabajando y exigen a sus
profesionales que hagan lo mismo; son responsables y exigen lo mismo a sus
empleados, a los que dotan de autonomía. Sin embargo, los nocivos no sólo no aparecen,
sino que además son especialmente hábiles para echar la culpa a los demás de
los errores empresariales que provoca su ausencia.
2. El paternalista. Aunque al principio
su presencia puede resultar una bendición para los trabajadores, a la larga su
instinto de protección es contraproducente porque impide que sus empleados sean
autónomos. Esa amabilidad, cariño y preocupación por hacer agradable la vida de
sus empleados, le impide ser objetivo: los buenos jefes deben tratar a sus
empleados como personas, no como hijos.
La
actitud de un jefe relajado puede llegar a contagiar a su equipo, una
contaminación que da lugar a equipos de trabajo muy poco ágiles.
3. El marca. Si el protagonismo del
directivo supera a la relevancia de la marca puede beneficiar a la empresa
sobremanera. Sin embargo, estos jefes pueden ser el veneno más fuerte para
cualquier organización si cometen algún error en su labor, ya sea de carácter
personal o profesional.
4. El relaciones públicas. Excelente
conversador, amable, extrovertido… el colega que todo empleado desearía.
Conviene no olvidar que, aunque esta actitud es una de las mejores para generar
un buen entorno laboral, un jefe es un jefe y, cuando menos se lo espera, puede
ejercer sus funciones más agrias: despedir, bajar el sueldo o cambiar a un
profesional de puesto. No lo olvide, si este tipo no puede dejar claro su rol,
puede ser el veneno más dulce.
5. El tolerante. Si un jefe tolera
cualquier tipo de actitud, es decir, no premia las buenas acciones de sus
empleados, pero tampoco penaliza las malas, esto puede llevar la empresa a la
ruina. No baje la guardia si ante cualquier fallo su jefe le dice que no se
preocupe… probablemente lo tendrá en cuenta. En su mano está solucionar
el entuerto de la mejor manera para no ocupar un lugar en su
particular lista negra.
6. El sobreocupado. Está en mil sitios
pero en ninguno. Con esa sobreactividad cava su propia tumba, porque suele
desaparecer cuando más falta hace. Este profesional suele impregnar de
confianza a todos lo que le rodean, ya que aparentemente todo está controlado.
Nada más lejos de la verdad. Si no hace un buen ejercicio de delegación acabará
atrapado en su propia trampa. Lo más recomendable es estar alerta: los mandos
tienen que conocer a fondo el carácter de estos líderes, si no les arrastrarán
de manera inevitable a su terreno convirtiéndose en otros atacados.
Un
directivo que sea un excelente relaciones públicas con sus empleados, sin dejar
claro su rol como jefe, puede ser el veneno más dulce.
7. El relajado. Nunca tiene prisa.
Parece ajeno al estrés. Pasa buena parte de su jornada laboral pegado al
teléfono, navegando por Internet y sin acelerarse por nada. Su actitud puede
llegar a contagiar a su equipo, una contaminación que da lugar a equipos de
trabajo muy poco ágiles. Si surge algún problema inesperado o hay que tomar una
decisión, el relajado no tiene más remedio que ponerse manos a la obra... sin
perder los nervios. En ese momento, como si le fuera la vida en ello, parece
tocado por el don de la resolución: delegará en su equipo, al que exigirá el
nervio y la resolución que él no tiene. Quema a sus colaboradores sin
necesidad… a menudo un poco de estrés es la mejor medicina para la
productividad.
8. El sumiso. Dispuesto a cumplir
órdenes cree que es la mejor manera de tener contento a sus superiores y de que
su equipo funcione. Conformista por naturaleza nunca se le oye una voz más alta
que otra… hasta que explota. ¡Cuidado! Se puede convertir en un déspota y hacer
del ordeno y mando su política de gestión de personas. Nunca confíe en aquellos
que no hacen ruido… porque cuando lo hacen pueden ser letales.
9. El cotilla. Logra la afiliación de
sus empleados porque les hace partícipes de todo lo que sucede en la empresa,
pero no de lo realmente importante. Cotillas por naturaleza hacen de los
rumores en los pasillos y en las máquinas de café su mejor herramienta para el
convencimiento. Son especialmente hábiles para utilizar este veneno en su
propio beneficio.
10. El omnipresente. La empresa es su
vida. Llega el primero a la oficina y se va el último. Lo quiere controlar
absolutamente todo y no delega. Estos líderes pocas veces confían en sus
colaboradores, porque les considera sus rivales. Suelen ser muy inseguros, por
eso quieren tener todo bajo control. Siempre solicitan opinión, pero al final
se impone su criterio.
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