Robert I. Sutton, profesor de dirección y administración de
empresas e ingeniería en la Stanford Engineering School y autor de varias
publicaciones sobre el tema, analiza en su libro: “Buen jefe, mal jefe. Cómo ser el mejor y aprender
de los peores” las
características que presentan estos dos tipos de jefes.
El autor utiliza el término de jefe en lugar de
líder, gestor o supervisor, porque si bien considera que todos ellos
son jefes, la palabra, para él, implica una figura de autoridad que tiene contacto
directo o frecuente con sus subordinados y es el responsable de dirigir y
evaluar personalmente su trabajo.
Comienza el libro destacando la
importancia del jefe en los resultados de la organización y entre otras,
menciona las investigaciones que, sobre el tema, viene realizando
Gallup en los últimos treinta años. Las encuestas efectuadas por Gallup entre
más de 100.000 profesionales que trabajan en más de 2500 empresas demuestran
que los “directivos pueden entorpecer el rendimiento de las organizaciones”. Los jefes directos tienen un impacto mucho mayor en el compromiso y el
rendimiento de sus colaboradores que el hecho de que sus empresas sean
consideradas lugares espléndidos o nefastos para trabajar. Según las
conclusiones del investigador sobre liderazgo Robert Hogan a partir
de numerosos estudios “las personas no se marchan de las organizaciones, sino
que huyen de los malos jefes”. En 2007, un sondeo realizado por Gallup entre
profesionales estadounidenses dejaba entrever que el 24% despediría a su jefe
si tuviera la oportunidad. Gallup concluye que los malos jefes son uno de los
principales motivos por los que un 56% de los empleados se muestra “ausente” y
“se pasa el día como sonámbulo” y que el 18% que constituyen “los
desconectados de manera activa” socavan los logros de sus compañeros.
Sutton plantea que el que más importancia tiene es
el líder de la organización por la influencia que tiene en el comportamiento de
sus subordinados directos, los otros directivos. El modo en que los directivos
tratan a sus subordinados directos genera muchos otros efectos dominó que
afectan a toda la jerarquía de arriba abajo y condicionan la cultura y el
rendimiento de una organización.
Los diversos estudios muestran, según el autor, que
los mejores jefes adoptan cinco criterios ideales como guía para una acción
efectiva que son los siguientes:
1.- NO APLASTAR A LOS PROFESIONALES.
El jefe debe mantener un delicado equilibrio entre
intervenir demasiado o demasiado poco. Daniel Ames y Frank Flynn en sus
investigaciones proponen la siguiente hipótesis: los jefes que son demasiado
autoritarios perjudican las relaciones con los superiores, compañeros y
subordinados; pero los que no lo son lo suficiente no presionan a sus
subordinados para que alcancen objetivos difíciles.
Los jefes eficaces saben que en ocasiones es mejor
dejar en paz a su equipo y no minar su rendimiento formulando preguntas
molestas e inútiles que interrumpen la labor de los
profesionales. Éstos si se ven sometidos a un control estricto se
vuelven menos creativos porque, para evitar equivocarse delante del jefe, se
ciñen a metodologías ya probadas.
La mejor gestión puede consistir, a veces, en
reducir el control o no ejercer ninguno, siempre que previamente se halla
capacitado previamente a los profesionales y se les haya dados la información,
las directrices y los medios necesarios para que puedan alcanzar sus
objetivos.
2.- SER TENACES.
Los mejores jefes piensan y actúan como si
estuvieran corriendo un maratón y no un sprint. La profesora Angela Duckman y
sus compañeros utilizan el término tenacidad para definir esta forma de pensar
y actuar que se caracteriza según ellos por: “la perseverancia y pasión por
lograr objetivos a largo plazo. La tenacidad implica trabajar infatigablemente
para conseguir los objetivos y mantener el esfuerzo y el interés a pesar de los
fracasos, la adversidad y los periodos de estancamiento. El individuo tenaz se
plantea los objetivos como un maratón y su ventaja es la resistencia”.
Los buenos jefes inspiran tenacidad en sus
subordinados. Son obstinados y pacientes y se obligan a sí mismos y a los demás
a avanzar en todo momento. Los jefes tenaces generan urgencia sin tratar la
vida como una larga situación de emergencia. Se mueven por la persistente
convicción de que todo lo que hacen ellos y sus colaboradores podría mejorar si
lo intentaran con algo más de empeño, continuasen aprendiendo o
fuesen un poco más creativos.
3.- BUSCAR LAS PEQUEÑAS VICTORIAS, YA QUE SON EL
CAMINO.
Tener objetivos a largo plazo y trabajar con
ahínco para conseguirlos todos los días es una singularidad de los jefes
tenaces. Las grandes metas marcan la dirección y aportan energía a los
profesionales, pero si lo único que tenemos son objetivos estamos condenados al
fracaso. El camino del éxito está salpicado de pequeñas victorias. Incluso los
triunfos más grandes y gloriosos dependen de una serie de pasos modestos pero
constructivos.
Como jefe planificar las actividades propias y del
equipo como una serie de pasos alcanzables lleva a la toma de mejores
decisiones, mantiene la motivación y ayuda a los colaboradores a experimentar
menor inquietud. Karl Weick, en su artículo “Small Wins” demuestra
que cuando un desafío se interpreta como algo demasiado grande, demasiado
complejo o demasiado difícil nos podemos bloquear, mientras que
cuando afrontamos retos más modestos y controlables pensamos y
actuamos con más eficacia.
Los mejores jefes saben que cuando se van
concentrando en las pequeñas cosas las grandes salen solas. Desmenuzan los
problemas en pequeños fragmentos y hablan y actúan como si cada tarea fuera
algo que sus colaboradores pueden concluir sin gran dificultad. De esta forma
infunden calma y confianza y alientan la acción constructiva.
4.- EVITAR EL TÁNDEM TÓXICO.
Las personas que ostentan el poder con frecuencia
piensan sólo en sí mismas e ignoran lo que necesitan, hacen y dicen sus
subordinados. Actúan como si éstos no existiesen. Esta actitud que es negativa
se agrava porque suele ocurrir que las palabras y actos ensimismados del jefe
son habitualmente estudiados exhaustivamente por sus colaboradores. A este
fenómeno el autor lo llama “tándem tóxico”.
En numerosos estudios se repite el siguiente
hallazgo: cuando las personas (independientemente de nuestra personalidad)
ejerce poder puede surgir su capacidad de tratar despóticamente al resto del
equipo y lo solemos manifestar:
a).- Centrándonos fundamentalmente en nuestras
propias necesidades y deseos.
b).- Prestando menos atención a las necesidades,
deseos y acciones de los demás.
c).- Actuando como si las normas escritas y no
escritas que los demás deben seguir no fuesen con nosotros.
Los buenos jefes procuran no caer presas del
“tándem tóxico”. David Packard, uno de los fundadores de la empresa
Hewlett-Packard, en 1958 ya decía a sus directivos: ”Vigilen
su sonrisa, tono de voz, cómo miran a la gente, cómo la saludan, qué apodos
utilizan y recuerden caras, nombres y fechas. Estos pequeños detalles pulirán
su capacidad para relacionarse con los demás”. No debemos olvidar, pues, que lo
subordinados escrutan incluso las acciones más triviales e inocentes
de sus jefes y que sus reacciones van a condicionar qué parte de ellos mismos
deciden dedicarle su jefe y a su trabajo.
5.- CUBRIR LA ESPALDA A SUS
PROFESIONALES.
Un signo distintivo de los jefes efectivos es que
amparan obstinadamente a los suyos. Luchan en nombre de su gente aunque sufran
personalmente las consecuencias.
Robert Sutton plantea una serie de preguntas que
el jefe se debe hacer para comprobar si está siguiendo eficazmente los
criterios anteriormente descritos:
1.- ¿Consigue un equilibrio en su
intervencionismo?:
¿Está pensando constantemente en intentar tomar el
camino más constructivo entre ser demasiado autoritario y no serlo lo
suficiente?
¿Olvida ofrecer a la gente la orientación, los
conocimientos y las observaciones que necesitan para triunfar?
¿Controla y gestiona obsesivamente cada uno de los
movimientos de sus colaboradores?
2.- ¿Es tenaz?:
¿Juzga el trabajo que lidera como un maratón o como
un sprint?
¿Es obstinado y paciente y se presiona a sí mismo y
a su equipo para seguir adelante o por el contrario busca soluciones inmediatas
y cree que en la vida se trata de ir de una urgencia a otra y abandona o
desaparece cuando las cosas se ponen feas?
3.- ¿Valora las pequeñas victorias?:
¿Formula los objetivos de su gente como una serie
de pasos pequeños, realistas o poco complejos?
¿Suele proponer grandes metas y estrategias sin
ayudar a su equipo a fragmentar el proyecto en partes?
4.- ¿Prevé el “tándem tóxico”?
¿Recuerda que sus subordinados le observan
atentamente?
¿Actúa en consecuencia para evitar hacer pequeñas
cosas que minen su rendimiento y dignidad o ignora este intenso escrutinio y rara
vez( o nunca) piensa en cómo magnificarán sus colaboradores las pequeñas cosas
que hace o dice?
5.- ¿Cubre las espaldas de sus colaboradores?
¿Considera que su labor consiste en cuidar y
proteger a su gente y luchar por ellos cuando sea necesario?
¿Cree que es demasiada molestia solicitar recursos
que necesitan sus profesionales o excesivamente arriesgado combatir la idiotez
que puede llegar de lo alto de la jerarquía?
Cuando su equipo se equivoca, ¿se enfurece o lo
abandona a su suerte?
Cuando se equivoca usted, ¿lo reconoce o
culpabiliza a sus inocentes subordinados?
Los buenos jefes saben a qué objetivos aspirar y
cómo debe ser el trayecto para alcanzarlos. El autor opina que los jefes
deberían ser juzgados por lo que ellos y su gente consiguen y por cómo se
sienten sus subordinados durante el proceso. Los buenos jefes, por tanto, deben
equilibrar rendimiento y buenas relaciones, haciendo las cosas de un modo que
potencie la dignidad y el orgullo en lugar de destruirlos.
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