Robert I. Sutton en la segunda parte del libro "Buen jefe, mal jefe", del que
hablamos en una entrada anterior, destaca las
siguientes actuaciones que llevan a cabo los que, a su juicio, son los mejores
jefes:
I.- TOMAR LAS RIENDAS
Un jefe de éxito tiene que convencer a
sus colaboradores de que sus palabras y actos tienen mucha
importancia para conseguir que reconozcan su liderazgo. Para ello
debe:
1.- Tener confianza en sí mismo y
actuar como si se tuviese el control. Debe transmitir seguridad y firmeza.
2.- No titubear: decir sí o no. La indecisión
es una particularidad de los malos jefes. Las decisiones terminantes
hacen que al equipo le resulte más sencillo saber cómo debe actuar, responder a
los colaboradores con un "sí" o un "no" claros, y hacerlo
con presteza, es particularmente constructivo.
3.- Recibir y ofrecer
reconocimiento. Todos salen ganando si el jefe otorga a su equipo tanto mérito como
pueda y si se concede a sí mismo el mínimo posible. de esta forma
recibirá muchos elogios ya que sus subordinados lo verán como una persona más
fiable y será admirado, sobre todo por los profesionales ajenos a su equipo,
por su modestia y generosidad.
4.- Culparse a sí mismo. Los líderes que
culpan de sus problemas a fuerzas externas a la organización dan sensación de
impotencia., además de ser vistos como personas falsas. La negativa a aceptar
la responsabilidad también, se interpreta como un signo de no haber aprendido
nada y de que nada cambiará después de sufrir reveses y errores.
Otro error que los jefes cometen cuando
las cosas van mal es hablar con rodeos para intentar no reconocer un error y
procurar distanciarse de él. Una frase típica es decir:"se cometieron
errores".
Negarse a aceptar la responsabilidad,
señalar a otros con el dedo y un lenguaje cobarde puede ayudar a los
jefes a conservar su puesto una temporada, pero acostumbra a salir mal a largo
plazo, ya que la realidad es que los jefes son responsables de los actos de su
equipo.
Diversos experimentos, como los
llevados a cabo por Fiona Lee y sus compañeros
demuestran que los directivos que se responsabilizan de hechos negativos y de
proyectos fallidos son considerados más poderosos, competentes y agradables que
quienes negaban cualquier responsabilidad.
La clave no está sólo en aceptar la
responsabilidad y disculparse, sino que los jefes deben tomar el
control, demostrar que han aprendido de los fracasos y anunciar nuevos planes.
Robert I. Sutton propone la
siguiente RECETA PARA UNA DISCULPA EFECTIVA:
a).- Reconocer los errores sin
evasivas.
b).- Asumir plena responsabilidad.
c).- Disculparse sin excusas.
4.- Tomar el control inmediato de lo
que se pueda.
5.- Explicar lo que se ha aprendido.
6.- Comunicar lo que se hará de una
manera distinta.
Los jefes eficaces, según el
autor, se caracterizan por confiar en su capacidad para
influir en los acontecimientos que giran alrededor de ellos y por
tener la habilidad de convencer a los demás para que crean en esos
poderes y actúen en consecuencia. Al mismo tiempo poseen la sabiduría y el
conocimiento de sí mismos necesarios para poner freno a los daños causados por
sus flaquezas.
II.- INTENTAR SER EL MEJOR
Los mejores jefes viven al límite del
exceso de seguridad en sí mismos, pero una dosis saludable de duda y humildad
los salva de convertirse en personas arrogantes y testarudas.
Robert Sutton propone la siguiente
diferenciación entre las actitudes y comportamientos de los jefes inteligentes
frente a los jefes sabios:
JEFES
INTELIGENTES
|
JEFES
SABIOS
|
Confían
en sí mismos y actúan basándose en sus conocimientos, pero sienten y expresan
pocas dudas (en público y en privado) sobre lo que creen o hacen
|
Confían
en sí mismos y actúan basándose en sus conocimientos, pero tienen la humildad
de dudar de ellos
|
Hacen
declaraciones firmes
|
Sus
declaraciones (a menudo "entre bastidores") revelan incertidumbre y
confusión
|
Responden
a preguntas
|
Formulan
preguntas
|
Hablan
bien
|
Escuchan
con atención
|
Ofrecen
ayuda, pero no la piden y la rehúsan cuando se la brindan
|
Ofrecen
ayuda, la piden y la aceptan cuando se la brindan
|
Defienden
y se ciñen al procedimiento actual, y tienen opiniones sólidas que respaldan
con firmeza
|
Cuestionan
y a menudo revisan los procedimientos, y tienen opiniones sólidas que apenas
defienden
|
Los buenos jefes deben crear un
ambiente distendido de trabajo donde los profesionales se sientan cómodos para
actuar sin ser ridiculizados, castigados o despedidos y puedan cuestionar
abiertamente creencias y actuaciones. Un estudio de Amy Edmondson demostró que éste
surge cuando las personas que ostentan el poder alaban, recompensan y
promocionan a los profesionales que tienen el valor de actuar, hablar de sus
dudas, éxitos y fracasos y trabajar con empeño para hacer las cosas mejor la
próxima vez.
Fomentar este clima de trabajo
significa que el jefe debe admitir sus flaquezas ante él mismo y ante los
demás. También implica que, a veces, debe animar a sus
colaboradores a hacer cosas que le molestan ( por ejemplo cuestionar sus
decisiones).
Los mejores jefes despiertan la
imaginación colectiva creando una zona de seguridad en la que los profesionales
pueden comentar las ideas más disparatadas y deslavazadas, ponerlas a prueba,
fracasar sin exponerse al ridículo, a un castigo o al ostracismo, y equivocarse
sin consecuencia y sin perjudicar a los demás.
La sabiduría ayuda, también, a los jefes
a evitar caer en suposiciones equivocadas. Los jefes sabios son conscientes de
su tendencia a lo que el sociólogo Ron Westrum denomina "la falacia del centralismo",
que consiste en la idea errónea de que, puesto que se halla en una posición
clave, si sucede algo importante lo sabrá. la mayoría de los jefes están
demasiado ocupados para estar al tanto de todas las cosas importantes. Su
ignorancia a menudo se ve acentuada porque se produce el "efecto
silencio" por el que los subordinados dudan si transmitir malas noticias
por temor a que el jefe "mate al mensajero". Los jefes sabios no solo
animan a éstos a dar las malas noticias, sino que también buscan
pruebas que contradigan sus suposiciones.
A los jefes sabios les gustan las
buenas discusiones. Numerosos estudios demuestran que cuando las personas se
enfrentan por una idea y lo hacen con respeto, son más productivas y creativas.
Los mejores jefes, según Sutton, desencadenan batallas constructivas en torno a
las ideas. Ofrece los siguientes consejos sobre CÓMO DIRIGIR UNA
BUENA BATALLA:
1.- No empezar el debate hasta que todo
el mundo comprenda el desafío o el problema al que se enfrenta.
2.- No discutir mientras se generan
ideas o soluciones: hacer que los profesionales se sientan cómodos para
proponer ideas disparatadas o controvertidas. Cuando hayan surgido unas cuentas
ideas invitar al equipo a echarlas por tierra.
3.- Si alguien se pone agresivo,
proponer un descanso y pedirle que abandone su actitud. Prestar especial
atención a los "graciosos" que profieren insultos devastadores
disfrazados de chistes y burlas.
4.- Animar a todos a participar.
Acallar educadamente a quienes hablan demasiado e invitar a quienes guardan
silencio a entrar en la refriega.
5.- Observar el lenguaje no verbal.
Tomar como modelo un lenguaje no verbal constructivo y reconducir al grupo que
interviene con expresiones negativas.
6.- Poner especial cuidado en invitar a
los tímidos, nuevos o a quienes se hallen en lo más bajo de la jerarquía a que
expresen sus opiniones y procurar defenderlas con energía de los posibles
ataques personales.
7.- Descubrir las rarezas de cada
uno. a algunos de ellos nada les afecta, otros se muestran tan susceptibles que
la crítica más comedida les infunde cólera o desánimo,...
8.-Asegurarse de que el conflicto y las
críticas cesan una vez que la discusión se haya resuelto. Desarrollar y aplicar
las ideas acordadas.
9.- Trabajar entre bastidores, cuando
el debate haya finalizado, calmando a quienes se sientan atacados y piensen que
sus ideas han quedado aparcadas y llamando la atención y aconsejando
a quienes han proferido ataques personales.
10.- Excluir de futuros debates a las
personas que hayan demostrado ser muy groseras o sensibles a las críticas ya
que sus debilidades pueden hacer imposible que otros participen en un debate
constructivo.
Los buenos jefes también saben cuándo
es el momento para no discutir. Despedazar una idea recién gestada puede
matarla antes de que se desarrolle lo suficiente para ser juzgada. Por eso los
buenos jefes prohíben las críticas prematuras en las sesiones de "lluvia
de ideas". La discusión y la crítica son igualmente destructivas una vez
que un equipo ha decidido qué ideas descartan, y cuáles conservan y utilizan.
Los jefes sabios hacen buenas
preguntas, escuchan y piden ayuda. Pero no esperan que sus subordinados les
ayuden en cada movimiento ni participen en todas las decisiones, demasiados
jefes bienintencionados caen en la trampa de la participación, involucrando a
su equipo en demasiadas decisiones y a veces en las decisiones erróneas. Al
hacerlo a menudo dificultan la labor de sus colaboradores.
El autor plantea las siguientes TRAMPAS
DE LA PARTICIPACIÓN:
a).- El primer error es generar interferencias
y distracciones innecesarias. Los que piden demasiadas opiniones y ayuda
dificultan la concentración de los demás.
b).- El segundo es creer que solo
porque una persona pueda desempeñar bien una labor no significa que pueda
ayudar a gestionarla. Pedir a los subordinados que ayuden a los jefes en su
trabajo de dirección es un error cuando los primeros carecen de habilidades,
interés o tiempo.
c).- El tercer error consiste en caer
en lo que el autor llama la "falsa participación". Sucede cuando el
jefe pide a su equipo que dedique un esfuerzo enorme en ayudar a adoptar alguna
decisión: participar en comités que consumen mucho tiempo, entrevistar a
expertos, preparar informes,..., cuando el jefe sabe desde el comienzo que los
subordinados no tendrán influencia alguna en la toma de decisión. Algunos jefes
utilizan esta falsa participación con la esperanza de engañar a quienes carecen
de poder para que crean que sus aportaciones importan de verdad. Algunos jefes
piensan que servirán para que sus profesionales acepten decisiones impopulares
sin oposición. Otros se sirven de ella como fachada para convencerse de que son
líderes benevolentes y sin prejuicios, cuando en realidad no lo son.
Una seña de identidad de las personas
sabias es que no solo son conscientes de su ignorancia, falta de
profesionalidad y problemas de personalidad, sino que hacen algo al
respecto. Lidian con sus "talones de
Aquiles". Las personas sabias asumen que sus flaquezas no son
una cadena perpetua. Desarrollan nuevas habilidades y hábitos para superar sus
carencias.
Los jefes sabios saben empatizar con
sus profesionales y son capaces de ponerse en su lugar y comprender sus
necesidades. No sólo muestran empatía, benevolencia y aprecio a través de
gestos espectaculares y memorables, sino que también lo hacen mediante actos
pequeños y aparentemente triviales, como agradecer y mostrar aprecio por la
gente que trabaja. En líneas generales los jefes sabios alimentan el
reconocimiento.
Robert Sutton destaca estos MANDAMIENTOS
PARA SER BUENOS JEFES:
1.- Mantener opiniones firmes y
convicciones volubles.
2.- No tratar a los demás como idiotas.
3.- Escuchar con atención a los
subordinados, no limitándose a fingir que se escucha lo que están diciendo.
4.- Hacer muchas preguntas interesantes.
5.- Pedir ayuda a los demás y aceptar
agradecido su apoyo.
6.- No dudar en decir: "No lo
sé".
7.- Perdonar a sus profesionales cuando
fracasen, recordar las lecciones y enseñarlas a todo el mundo.
8.- Discutir como si se tuviera razón y
escuchar como si se estuviera equivocado.
9.- No guardar rencor después de perder
en una discusión. Por el contrario ayudar a los vencedores a poner en práctica
sus ideas.
10.- Reconocer las propias flaquezas y
buscar trabajar con personas que corrijan y compensen esas carencias.
11.- Expresar gratitud al equipo.
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