Efectivamente,
tú y yo estamos ahí, aunque no podamos vernos. Estamos compartiendo este
preciso momento, desde diferentes lugares. Juntos a nosotros dos, hasta 7.000
millones de personas. Compartimos tiempo y espacio. Eso sí, si por espacio
entendemos el planeta y no nuestro particular rincón o lugar. Efectivamente,
entre tú y yo no hay fronteras, ni divisiones arbitrarias, no hay separación
real. Compartimos planeta.
¿Qué nos
ha movido a crear tantas “fronteras” que nos separan? Países, ciudades, barrios,
empresas, asociaciones, partidos, etc. Todo tipo de formas de organizarnos que
hemos convertido en formas de separarnos. Con toda linea que trazamos para
demarcar lo mío, lo nuestro, estamos dejando fuera a los que no cumplen con los
criterios que me definen, que nos definen. Con ello, el paradigma de la
separación, nos hemos creído que se trata de competir y de buscar nuestro “bien
particular”, olvidando que las “fronteras” las creamos nosotros.
Haciéndolo
así, nos olvidamos que compartimos objetivo. De la misma forma que dentro de
una empresa, se busca que los diferentes departamentos se alineen en torno a la
visión y objetivos globales de la empresa, a nivel mundial, deberíamos buscar
ese alineamiento global. Por encima del “bien particular”, estaría el “bien
común”. La ilusión de la separación, nos lleva a no ver esta necesidad de
alineamiento global, entre humanos como especie, y con el planeta como “casa
común” de especies y diversidad.
Esta
miopía colectiva, ha estado alimentada por la ciencia de la motivación. Cuando
se ha profundizado en el diseño de formas de “hacer que los demás hagan lo que
queremos que hagan”, nos hemos enfocado colectivamente en empujar a los demás,
o en tirar de ellos. Con la excusa de buscar motivar a los demás, en trascendencia
de la motivación extrínseca, hemos diseñado “palos” y “zanahorias” cada vez más
sofisticados. “Premios” y “castigos” que fundamentalmente se basan en gestionar
el “miedo” de las personas. Miedo a no tener, miedo a perder, miedo a ser
rechazado, miedo al fracaso, miedo a que nos hagan daño… Una dosis de miedo
cuando los resultados no se alcanzan, hace que la persona se mueva. Lo que no
está claro es hacia donde se mueve.
¿Funciona
realmente eso del “palo y la zanahoria” a largo plazo? ¿Y a corto? ¿Funciona tu
empresa u organización con sistemas de este tipo? El miedo, base sutil e íntima
de la motivación extrínseca genera, en mi opinión, una desconexión esencial en
la persona. Al perseguir lo que está fuera de uno mismo, se arrincona al mismo
tiempo lo que hay dentro: el talento natural, los valores personales y
colectivos. De alguna forma corremos así, el riesgo de olvidar la “semilla
interior” que todos llevamos. Una semilla que nos hace diferentes y únicos. Con
cada uno de nosotros la vida busca diversidad en su secuencia de pruebas y
errores, pues la estrategia de la diversidad es la que garantiza la continuidad
de la vida. Ha sido así durante 13.700 millones de años.
Al mismo
tiempo, la realidad que vivimos, con su enorme complejidad y velocidad
exponencial de cambio, nos trae el recuerdo de los tiempos remotos en que
colaborábamos de forma natural. Unos tiempos en los que lo importante era el
“bien común”. Son muchas las voces que están articulando este recuerdo. Aunque
podamos decir que es algo nuevo, en realidad no lo es. La colaboración es algo
intrínsecamente natural, que habíamos olvidado y que los efectos de nuestro
olvido (en forma de todo tipo de crisis) nos están haciendo recordar.
¡Es el
momento de la motivación intrínseca! El momento de apelar al liderazgo de cada
uno, del auto-liderazgo. De dejar de pensar en que alguien solucionará nuestros
problemas. De comenzar a sentir que somos responsables de lo que ocurra en
nuestras vidas, en nuestras organizaciones. Y para ello, es preciso crear
espacios en los que cada persona encuentre aquello que le motiva, desde dentro,
desde la esencia, desde la claridad de nuestra misión personal, y de aquello
único que tenemos para contribuir al “bien común”.
Puede
parecer utópico, tal vez. La naturaleza nos da una excelente metáfora con el
desierto de Atacama. Un lugar de calor extremo, donde la lluvia hace su
presencia cada muchos años. Un lugar desértico, donde millones de semillas
esperan pacientemente trece años, conocedoras de su esencia y de su propósito,
a que 25 milímetros de lluvia por metro cuadrado, las rieguen para activar su
expresión auténtica, creando una alfombra mágica de color.
De la
misma forma, en cada persona hay una “semilla”, esperando esas gotas de agua,
que le permitan expresar auténticamente quienes son. Ahora está lloviendo,
mucho. ¿Notas las gotas de agua? ¿Sientes los truenos y rayos de la tormenta?
Permite que te moje la lluvia y empape tu propia semilla. Es el momento de
“florecer” y de aportar lo que eres para el “bien común”. Asegúrate de que lo
que te mueve viene de tu interior más profundo, de lo que eres, no de lo que
tienes o quieres tener. Expresa plenamente quien eres.
Aquellos
a quien llamamos “lideres” tienen la responsabilidad de ser “lluvia fina” para
los demás. Así, las empresas y organizaciones que den esas “gotas de lluvia”,
en forma de visión, propósito colectivo, colaboración y alineamiento con el
“bien común”, podrán acceder al núcleo de la motivación intrínseca de las
personas. Y las personas responderán con su mejor expresión.
¿Cuánto
hace que no llueve en tu organización?
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