Como ocurre con algunos microorganismos, hay
ciertos estilos directivos muy resistentes a aquellas necesidades, principios,
formaciones o demandas que el entorno dispone para reorientarlos o, como
mínimo, neutralizarlos.
De entre estos
estilos, quiero llamar la atención sobre dos que aunque parezcan totalmente
distintos, se fundamentan en el impacto que ejercen sobre el desarrollo de
aquellas personas que, en un momento dado y a menudo desgraciadamente, se
encuentran bajo su radio de influencia.
El directivo bonsái.
El primero de estos
estilos al que me voy a referir es el del directivo bonsái y
consiste en un estilo de dirección especialmente atento a podar concienzudamente
aquellas yemas terminales que
permiten a las personas crecer y desarrollarse hasta alcanzar la altura que
todas poseen, larvada, en su ADN profesional.
Se trata de un
estilo rico en actitudes paternalistas que, a golpe de pequeños y hábiles tijeretazos,
mantiene en un estado permanente de enanismo a equipos y personas a la vez que
se les confiere la impresión de ser “como los de verdad” y, lo que es
más importante, la laboriosa y mimada obra de su “creador”.
Se trata de una
forma directiva más frecuente de lo que es soportable y que, como comentaba al
principio, se halla anidada en los discursos más modernos que algunos exhiben
sobre su forma de ejercer un management actual.
El directivo leñador.
El segundo de los
estilos es el del directivo leñador un personaje que, a
diferencia del anterior, acostumbra a ser desagradable por su propensión
compulsiva a difamar, degradar, ignorar, amonestar públicamente e intimidar de manera
directa o veladamente para, de este modo, talar el crédito y
reputación profesional de sus colaboradores y así reducir su estatura y
eliminar cualquier duda sobre quién es en realidad el más alto.
Es éste un estilo
que puede venir determinado por patrones de personalidad que suelen incluir, en
diferentes proporciones, paranoia y narcisismo y
que no necesariamente buscan la total destrucción y ruina de la persona
interpelada, aunque sus actuaciones conduzcan claramente a convertir al
colaborador en leña para esa pira organizativa que suelen
mantener permanentemente encendida.
Lejos de ser
extraño, este perfil puede observarse en no pocos sitios disfrazado de “genialidad
con carácter”, un disfraz que uno no acierta a entender cómo puede
subsistir con tanto éxito en algunas organizaciones.
Manel Muntada. Blog.[CumClavis].
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