Volver a Barcelona después de
un retiro de dos semanas en el desierto de Nuevo Méjico es toda una
experiencia. Pasar del silencio y la contemplación al ruido y a la actividad
frenética, se convierte en una danza que demanda un esfuerzo especial para no
quedar atrapado en esa energía de “no parar” y volver a ser generador de ruido
para los demás, y sobre todo para uno mismo.
Hay mucho ruido. Tanto que no
se puede escuchar toda la información que nos llega. Somos, los seres humanos,
receptores de información, que nos llega por infinidad de canales. Cada día más
y más información. Estar en Twitter, facebook, linkedin… Leer las noticias en
al menos cinco periódicos para poder contrastar y formarse una opinión propia.
Seguir decenas de blogs y newsletters para estar al día en tu negocio y
conocimiento. Un flujo de información que se acelera con cada nueva tecnología,
con cada nuevo nodo de la red con el que conectamos.
Nuestro esfuerzo se concentra
en absorber más y más. Parece como si tuviésemos síndrome de abstinencia
informativa. Necesitamos una dosis más, solo una más, y seguimos
“enredándonos”. Con ello, solo nos queda tiempo para reaccionar ante lo que nos
llega, convirtiendo el ruido, que no la información, en fuente de nuestra
acción. “Menos mal que es fin de semana”,
podría leerse en un tweet y re-tweet que circulase por la red durante el sábado
y el domingo.
Tal vez, nuestra intención,
inconsciente o no, sea la de escapar del ruido más estridente, el que surge de
nuestro interior. Cuando lo que te rodea es simplemente silencio y naturaleza,
se escuchan con fuerza todas las voces interiores que nos hablan de miedos, de
“tengo que”, de juicios, de confusión, de “no tengo tiempo”, de… Es entonces
cuando podemos recordar que el ruido no está fuera de nosotros, sino dentro. Es
este un primer paso para conectar con el silencio donde navega la información
de lo que realmente importa.
En el ruido encontramos los
desencadenantes de nuestra acción inconsciente. En el silencio encontramos la
inspiración para nuestra acción consciente. Cuando nos atrevemos a parar y
escuchar la información que nos aporta el silencio, podemos sentir que como
dijo Nietzsche “el camino a todas las cosas grandes
pasa por el Silencio”. En el silencio se encuentra aquello que aún
no ha sido manifestado, el potencial de lo nuevo que puede transformar la
realidad. En el ruido se encuentra lo que ya conocemos, lo manifestado, lo que
entendemos como “realidad”.
El potencial humano es
ilimitado. A lo largo de la historia, hemos sido capaces de afrontar todo tipo
de retos y desafíos, algunos de enorme complejidad y dificultad, principalmente
ofrecidos por la naturaleza, por la vida. Sin embargo, la mayoría de los retos
actuales son efecto de nuestra propia acción. Tenemos la condición de “causa”,
aunque en ocasiones parece que lo hayamos olvidado. Nuestros pensamientos,
palabras y acciones son causa que se refleja en efectos, transcurrido el
tiempo. El ruido que provocamos y que nos mueve se convierte en “causa” de un
ruido aún mayor. El ruido nos aleja de nuestro potencial ilimitado, y de
nuestra naturaleza co-creativa.
En el momento actual, una
inmensa mayoría de organizaciones están actuando desde el ruido. Es frecuente
escuchar “lo único que podemos hacer es ajustar
los costes y esperar a que pase la tormenta”, una conclusión a la
que se llega fácilmente cuando lo que nos “informa” es el ruido. Y si no, ¿cómo
es que estamos obteniendo en la sociedad y las empresas resultados que, en
realidad, nadie quiere?
El ruido nace de la acción. A
mayor acción, mayor ruido. La acción es el deseo natural de la energía
masculina. Cuando convertimos esta energía en la fuente principal de nuestro
devenir, estamos alejándonos cada vez más de ese potencial ilimitado que nos
caracteriza. ¿Es por ello que las empresas se han “deshumanizado”?
Hace falta crear espacios en
las organizaciones, donde conectar a las personas con el silencio, con la
energía femenina. Ahí es donde duerme el potencial de lo nuevo. La acción que
nace del silencio nos lleva a lo que realmente importa, a partir de escuchar lo
que se necesita, y lo que puede afirmar la vida.
Se puede invitar al silencio
con preguntas que obliguen a parar y reflexionar, colectivamente. Preguntas que
iluminen el paradigma que enmarca nuestra acción presente. Preguntas que
busquen respuesta fuera de los límites que nos impone el paradigma en que hemos
estado creyendo firmemente.
Si quieres experimentar el
potencial ilimitado desde el silencio, abre el espacio en tu organización a
esta pregunta:
¿Qué es imposible hacer en tu
organización pero que si pudiese hacerse, cambiaría radicalmente la
organización para mejor?
¡Silencio…se lidera!
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