Hemos creído que nuestro futuro
pasa por crear negocios y empleos con alto valor añadido, y nos hemos enzarzado
en una "revolución industrial" artificiosa que sacaba de nuestras
fábricas todo producto sospechoso de ser banal, cotidiano y poco tecnológico
para deslocalizarlo productivamente en China. Políticos, empresarios y
consumidores (especialmente consumidores) somos los causantes de una limpieza
étnica productiva que ha esquilmado el país de fábricas y operarios.
Hemos fomentando una sociedad que
facilita al máximo la adquisición de los productos y servicios a sus
integrantes; para ello nos hemos sumido en la dictadura del coste y el bajo
precio. A la búsqueda de precio hemos trasladado nuestras producciones a Asia y
con ello se ha ido nuestra economía de escala, conocimiento tecnológico y por
supuesto nuestros puestos de trabajo.
Sólo nos quedan las marcas, pero
la mayoría de ellas han dejado de representar los valores de la sociedad donde
están ubicadas, valores que formaban una defensa de conocimiento que hacía
difícil la competencia en occidente de productos asiáticos. Las marcas
perdieron su valor en el momento que dejaron de gestionar proactivamente su
portafolio de productos, para construirlos de forma reactiva a la oferta de los
productores asiáticos.
En la búsqueda de coste, nos
hemos quedado sin margen de beneficio. Creímos que inundando el mercado de
productos de bajo coste haríamos entrar a la economía en una espiral de
velocidad y riqueza. Al principio fue así y nuestra sociedad vivió un periodo
de enorme "progreso"; nuestro nivel de vida en cuanto al consumo
aumentó sustancialmente; cada una de nuestras necesidades estaba cubierta por
un producto (o dos), incluso cuando se estropeaba dejamos de repararlo; en
comparación a los hábitos de nuestros padres, la compra de electrodomésticos y
bienes de consumo pasó a ser cotidiana y sin necesidad de planificación.
Nuestra espiral de consumo ha ido
frenándose en la medida que las fábricas que anteriormente producían estos
bienes cerraban por su incapacidad de competir, y ahí han empezado todos
nuestros problemas, con una dramática paradoja: A más cierres, más paro, y a
mayor paro, menor riqueza para adquirir productos.
Hoy, independientemente de que
los bienes de consumo sean muy económicos, ya no podemos consumir. No tenemos
riqueza porque no tenemos un empleo que nos permita trabajar e ingresar un
sueldo, empleo que perdimos como consecuencia de poder comprar bienes de
consumo a bajo coste. No es una cuestión de crisis financiera ni de burbuja
inmobiliaria, es una cuestión de trabajar para generar riqueza.
En la última Cumbre Europea de
Jefes de Estado se ha aprobado un paquete de 100.000 millones de euros de
recapitalización que se cubrirá principalmente con inversores privados,
especialmente de China. Esta es la última consecuencia de las
deslocalizaciones; hemos deslocalizado nuestra economía de escala, conocimiento
tecnológico y nuestros puestos de trabajo. Ahora vemos con estupor cómo también
hemos deslocalizado nuestra riqueza.
¿Permitirá China que
reindustrialicemos nuestra sociedad? ¿Alguien cree que podremos generar
suficientes puestos de trabajo de valor añadido elevado para sustituir toda la
producción deslocalizada? ¿Quedaremos pinzados entre el valor añadido
tecnológico de los Estados Unidos y la producción a gran escala asiática?
Seguramente existen muchas
respuestas a estos interrogantes, pero hoy viendo las consecuencias de un
fenómeno que se inició deslocalizando producción y ha acabado deslocalizando
riqueza, más nos valdría pagar un poco más por los productos y servicios que
consumimos (aunque consumamos menos) y de este modo volver a abrir nuestras
fábricas.
Antonio Flores. CEO de Loop Business Innovation
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