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Rodolfo Salas: Facilitador y potenciador sobre conocimientos de liderazgo, estrategia, marketing y gestión de los negocios.

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viernes, octubre 04, 2019

El precio de la indiferencia contenida

Carlos Santos (izquierda) y Miguel Ángel Muñoz interpretan a 'Areta' y 'El Moro', respectivamente.

El Crack Cero
Director: José Luis Garci
Nacionalidad: España, 2019
Género: Cine negro

El detective Areta y 'El Moro', protagonistas de la precuela de 'El Crack', son el tándem perfecto; el jefe que cualquier empleado desearía y el colaborador que anhelan los líderes. Son profesionales de manual, supervivientes en entornos nada propicios.

"Hay veces en que la tormenta te pilla justo debajo". La frase de Adela -María Cantuel-, la novia de Germán Areta -Carlos Santos- en uno de los momentos más íntimos de El crack Cero define la España de blanco y negro de 1975. José Luis Garci cierra con este largo la trilogía que comenzó en 1981. El Crack y El Crack II son una referencia del cine negro español y supusieron el cambio de registro definitivo de Alfredo Landa, quien erradicó su imagen de macho ibérico al ponerse en la piel del detective Areta. Los ojos de Landa son tan opacos como los de Carlos Santos en esta precuela, que se estrena el 4 de octubre y que poco tiene que envidiar a las dos anteriores.

Al margen de la fotografía que brinda las virtudes del blanco y negro, los diálogos y la sempiterna referencia al mundo del cine que salpica las películas de Garci, El Crack Cero ofrece una lectura sobre la resiliencia, la intuición y la toma de decisiones tan útiles en el mundo de la empresa. También es un fiel reflejo de la necesaria indiferencia contenida de Areta, en la que tan bien encaja la espontaneidad de El Moro, interpretado en esta ocasión por Miguel Ángel Muñoz quien recoge el testigo de Miguel Rellán en El Crack y El Crack II. En esta precuela, Areta y El Moro son el tándem perfecto para resolver el dudoso suicidio de Narciso Benavides, un sastre amante del póker y la buena vida.

Pocas veces el detective desvela su profunda humanidad. La indiferencia contenida es su virtud, pero también su condena. No permite que sus sentimientos afloren, porque es consciente de que pueden apartarle de su objetivo. Porque en su caso, como en su trabajo, lo más relevante es lo que no se dice. "Cuando le preguntas a alguien por un muerto, lo importante o no es lo que diga, sino lo que no te diga", le dice a El Moro. Areta rescata de la indigencia a este joven, víctima del sistema, y le da una oportunidad laboral. Está claro que le aprecia, pero sabe que no debe demostrárselo: a fin de cuentas es su jefe, y en esa relación los sentimientos huelgan.

Ese desinterés fingido es la mejor arma de seducción de muchos líderes, sobre todo de aquellos que son conscientes de que pueden utilizarla a su favor. Son los jefes que prefieren mantenerse al margen de la camaradería que puede surgir en jornadas laborales que, en algunos casos, exceden al tiempo que pasan con su familia. Y, aunque, más de un profesional tilde de rareza este ostracismo, a veces puede ser una ventaja en caso de desvinculación laboral. Hay quien los prefiere a los que pretenden inmiscuirse en asuntos extralaborales para que, llegado el momento, traten de sacar ventaja de la situación personal del trabajador para temas profesionales.

La aparente impasibilidad de Areta es el mejor regalo para El Moro y para aquellos a los que acude para resolver el caso. El detective pretende mantenerse al margen de lo que no aporta nada a su trabajo; los sentimientos quedan fuera. Por eso, en su vida personal le cuesta tanto descubrirse, mostrarse como el ser humano que es. Areta claudica y al final enamora como persona, como todos los jefes que se desprenden de su coraza para caer en la tentación de ser humanos.


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