El Crack Cero
Director: José Luis Garci
Nacionalidad: España, 2019
Género: Cine negro
El detective Areta y
'El Moro', protagonistas de la precuela de 'El Crack', son el tándem perfecto;
el jefe que cualquier empleado desearía y el colaborador que anhelan los
líderes. Son profesionales de manual, supervivientes en entornos nada
propicios.
"Hay veces en que la tormenta te pilla justo
debajo". La frase de Adela -María Cantuel-, la novia de Germán Areta
-Carlos Santos- en uno de los momentos más íntimos de El crack Cero define la
España de blanco y negro de 1975. José Luis Garci cierra con este largo la
trilogía que comenzó en 1981. El Crack y El Crack II son una referencia del
cine negro español y supusieron el cambio de registro definitivo de Alfredo
Landa, quien erradicó su imagen de macho ibérico al ponerse en la piel del
detective Areta. Los ojos de Landa son tan opacos como los de Carlos Santos en
esta precuela, que se estrena el 4 de octubre y que poco tiene que envidiar a
las dos anteriores.
Al margen de la fotografía que brinda las virtudes del
blanco y negro, los diálogos y la sempiterna referencia al mundo del cine que
salpica las películas de Garci, El Crack Cero ofrece una lectura sobre la
resiliencia, la intuición y la toma de decisiones tan útiles en el mundo de la
empresa. También es un fiel reflejo de la necesaria indiferencia contenida de
Areta, en la que tan bien encaja la espontaneidad de El Moro, interpretado en
esta ocasión por Miguel Ángel Muñoz quien recoge el testigo de Miguel Rellán en
El Crack y El Crack II. En esta precuela, Areta y El Moro son el tándem
perfecto para resolver el dudoso suicidio de Narciso Benavides, un sastre
amante del póker y la buena vida.
Pocas veces el detective desvela su profunda humanidad. La
indiferencia contenida es su virtud, pero también su condena. No permite que
sus sentimientos afloren, porque es consciente de que pueden apartarle de su
objetivo. Porque en su caso, como en su trabajo, lo más relevante es lo que no
se dice. "Cuando le preguntas a alguien por un muerto, lo importante o no
es lo que diga, sino lo que no te diga", le dice a El Moro. Areta rescata
de la indigencia a este joven, víctima del sistema, y le da una oportunidad laboral.
Está claro que le aprecia, pero sabe que no debe demostrárselo: a fin de
cuentas es su jefe, y en esa relación los sentimientos huelgan.
Ese desinterés fingido es la mejor arma de seducción de
muchos líderes, sobre todo de aquellos que son conscientes de que pueden
utilizarla a su favor. Son los jefes que prefieren mantenerse al margen de la
camaradería que puede surgir en jornadas laborales que, en algunos casos,
exceden al tiempo que pasan con su familia. Y, aunque, más de un profesional
tilde de rareza este ostracismo, a veces puede ser una ventaja en caso de
desvinculación laboral. Hay quien los prefiere a los que pretenden inmiscuirse
en asuntos extralaborales para que, llegado el momento, traten de sacar ventaja
de la situación personal del trabajador para temas profesionales.
La aparente impasibilidad de Areta es el mejor regalo para
El Moro y para aquellos a los que acude para resolver el caso. El detective
pretende mantenerse al margen de lo que no aporta nada a su trabajo; los
sentimientos quedan fuera. Por eso, en su vida personal le cuesta tanto
descubrirse, mostrarse como el ser humano que es. Areta claudica y al final
enamora como persona, como todos los jefes que se desprenden de su coraza para
caer en la tentación de ser humanos.
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