Fuente: LA NACION
Parece el nombre de una tribu de magos de Harry Potter o de
una logia secreta. La categoría de "randomistas", sin embargo, es la
corriente de moda entre los economistas en los últimos días: así se bautizó de
manera coloquial a los experimentalistas cuyo trabajo fue reconocido con el
último Premio Nobel de Economía. Tanto Esther Duflo como Abhijit Banerjee y Michael
Kremer son pioneros e impulsores del uso de las "pruebas controladas
aleatorias" que revolucionaron las políticas contra la pobreza en las
últimas dos décadas. En inglés "azar" es "random", y de ahí
viene el nombre popularizado.
Hacía mucho que un Nobel en Economía (en rigor, "Premio
en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel", dado que esta
categoría no está en el legado original) no generaba un debate tan intenso,
tanto en los elogios como en las críticas. A la lluvia de valoraciones positivas
iniciales para una rama de la economía "que por fin logró avances
comprobables y con evidencia" en la lucha contra la pobreza le siguió una
tormenta igualmente intensa de comentarios negativos, por distintos motivos. El
ascenso de los "randomistas" no pasó desapercibido y generó un debate
con cruces inusuales para un ámbito académico.
Según los considerandos de la Academia Sueca, se premió
principalmente el "enfoque experimental en el alivio de la pobreza".
Se reconoció su contribución sobre el terreno a los avances de la economía de
los países en vías de desarrollo, "con aplicaciones prácticas y no sólo
con modelos teóricos". El trabajo empírico de los galardonados, basado en
descomponer el problema genérico de la pobreza en desafíos más concretos a los que
poder aplicar soluciones cuya efectividad pueda ser más fácilmente medible,
sirvió hasta ahora para logros tan importantes como mejorar el nivel educativo
o las tasas de vacunación en países muy pobres como Kenia o India.
Los elogios a esta decisión llegaron por distintos flancos.
En una ciencia que tiene un problema grave de falta de diversidad, se premió
por primera vez a una economista (la anterior galardonada, Elinor Ostrom, era
politóloga). Duflo, con 46 años, es además la persona más joven que haya
recibido este galardón. Mientras que el Nobel en Economía suele enfocarse en
reconocimientos a la trayectoria (a veces por novedades teóricas que ya llevan
décadas), esta vez se optó por iluminar un campo sumamente actual. Y mientras
que a la ciencia de Adam Smith y Keynes a veces se la acusa de un exceso de
abstracción, con modelos teóricos que solo relucen en las revistas
especializadas pero no tienen nada que ver con la realidad, los
"randomistas" llegaron cargados de pragmatismo y resultados concretos.
A todo esto se le suma un "sesgo de relato": los
estudios y experimentos de los flamantes premios Nobel son más fáciles de
contar y de entender para un público no especializado que otros campos más
complejos de la economía y, por lo tanto, la cobertura mediática se amplificó.
Mientras que premiados anteriores tenían vidas académicas más aburridas, los
"randomistas" son, en algunos casos, una suerte de Indiana Jones de
la economía, con experimentos legendarios que mejoraron la vida de millones de
personas en los lugares más pobres del mundo. En un famoso discurso, Duflo dijo
que aspiraba a que hubiera cada vez más "economistas como plomeros",
que se dedicaran a solucionar problemas concretos, con métodos experimentales
(los ensayos con control aleatorio o RCT por sus siglas en inglés) cuya validez
viene de décadas de práctica en la medicina, la biología y otras ciencias más
duras.
"Ojo con creer que con este emergente los economistas
hemos descubierto el método científico: un modelo de ?equilibrio general' es
tan método científico como un RCT, y un RCT malo es tan poco método científico
como cualquier modelo malo. Que funcionen o no es otra discusión", explica
el economista Walter Sosa Escudero, profesor de Udesa, uno de los primeros
(años atrás) en celebrar la "revolución de credibilidad" que trajeron
los experimentalistas, pero quien también cree que a veces esta tribu se pasa
de rosca.
Algo similar opina Andrés López, de la UBA y director del
IEEP: "El problema que veo es cuando en desarrollo o en cualquier otro
campo de la economía solo vale hacer preguntas para las cuales tenés una
respuesta que te permita publicar en un journal. Como los análisis
a nivel país son dudosos econométricamente, y entender cómo cambiar un país es
muy difícil, nos dedicamos a las micro-intervenciones". Sosa Escudero
acota: "Como el chiste del borracho que busca las llaves donde ilumina un
farol y no donde se perdieron".
En la última semana aparecieron artículos con críticas
diversas al enfoque "randomista". Lant Pritchett, economista
especializado en temas de desarrollo de Harvard, es uno de los principales
escépticos. Marca, por ejemplo, debilidades metodológicas, como el "sesgo
de la prueba piloto", por el cual un ensayo beta suele estar muy bien
cuidado, pero luego su efecto se diluye cuando escala a una política pública
masiva. Hay dardos éticos (hasta dónde es válido hacer experimentos con
políticas de salud o educación en países pobres, y si no se trata de un nuevo
colonialismo).
OpenDemocracy publicó un muy buen artículo de
Ingrid Harvold Kvangraven que resume otras preocupaciones. La principal: que en
un momento de crisis sistémica como la que atraviesa el planeta se celebren las
"preguntas pequeñas". Algo funcional al statu quo del
poder: pequeños pasos en lugar de cambios estructurales. Incentivos para que
los maestros falten menos, en lugar de atacar el problema de los ajustes
fiscales que recaen sobre la educación. "Mientras que estas
microintervenciones pueden producir resultados positivos y aliviar síntomas,
hacen poco por desafiar el sistema que produce esos problemas", sostiene
la autora.
Para Juan Pablo Rud, economista argentino que da clases en
Royal Holloway, Universidad de Londres, no tiene sentido "presentar como
sustitutas estrategias que son complementarias". Y añade: "El Nobel a
unos no niega la relevancia de otros. De hecho, hace pocos años se lo dieron a
Angus Deaton, quien plantea muchas de estas críticas". Rud remarca que el
Nobel de Economía premia avances en el conocimiento o en métodos para mejorarlo.
"Siempre va a ser incompleto e imparcial, porque así avanza el
conocimiento. A veces al Nobel se le piden cosas que no puede ser", dice.
De hecho, los galardonados suelen resaltar en sus estudios
el carácter complementario (de otras líneas de economía del desarrollo) de su
enfoque. Y las "micro-intervenciones" en algunos casos mejoraron la
vida de millones de personas. Los RCT sirvieron para desmitificar algunas
políticas (por ejemplo, la de los micro-créditos, muy de moda en la década pasada
y cuya efectividad fue relativizada por los "randomistas") y poner en
valor otras, como las acciones contra los parásitos en África.
El solapamiento con la agenda "nudge" de la
economía del comportamiento también permitió modificar la visión sobre la
pobreza: mientras que antes se suponía que había que corregir hábitos y
conductas en las capas más vulnerables, ahora se sabe que una situación de
extrema pobreza afecta cuestiones cognitivas y, por lo tanto, las acciones a
coordinar son distintas.
Después de todo, para la crisis sistémica actual del planeta
no alcanza ni la economía de "grandes preguntas", ni la de
"pequeñas" ni la de "medianas". Simplemente no alcanza con
ninguna disciplina tomada en solitario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario