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lunes, agosto 05, 2019

Tras el voto indeciso: pequeños estímulos para grandes cambios

La economía del comportamiento analiza las respuestas de las personas ante determinadas situaciones; un caso es la influencia en el voto del estado en que se encuentran las escuelas / Crédito: Javier Joaquín.

Pocos temas son tan centrales en la actualidad política (y económica) como el rol que tendrán los indecisos en las elecciones de octubre. Algunos estudios estiman que en este grupo está el 40% del electorado y que una porción grande se definirá días, horas o instantes antes de depositar la boleta en el sobre. La volatilidad es tan grande que la decisión puede tener que ver con factores tan sutiles como el estado de las aulas a las que se concurre a votar: si hay manchas de humedad, si están bien pintadas o si el pizarrón presenta un buen estado.

Este último factor tiene que ver con un resultado relevante que encontró el economista Nicolás Ajzenman, especialista en economía del comportamiento, la rama que toma aportes de la psicología para entender mejor las decisiones de los agentes económicos. Ajzenman comparó en una investigación el estado edilicio de las escuelas de la ciudad de Buenos Aires con el porcentaje de votos que sacó Mauricio Macri en la elección de 2015. Como Cambiemos gobernaba la ciudad, aulas en buen estado influyeron en votos a ese partido en un porcentaje estadísticamente importante (del orden del 2%), algo que pasó a ser relevante si se tiene en cuenta el margen estrecho por el que se ganó el ballottage contra Daniel Scioli, o la pelea reñida que se anticipa para octubre.

Además de pintar las aulas para influir votos de último momento, ¿qué más se podría hacer? Hay votantes de centroderecha que se podrían atraer en el ballottage, por ejemplo, con propuestas como instaurar un nuevo "servicio cívico-militar" para los jóvenes "ni-ni" (que no estudian ni trabajan). Aquí la economía del comportamiento también tiene algo para decir: Martín Rossi, profesor de Economía de la Udesa, realizó un estudio junto a estudiantes de doctorado para el cual se contactaron miles de personas que en su momento hicieron el servicio militar, o bien fueron exceptuadas por número bajo en el sorteo. Si se considera este factor de azar, se advierte que Rossi y su equipo analizaron lo que en ciencias sociales se llama un "experimento natural", que permite hacer inferencias estadísticas con más solidez que la habitual. Con tests de personalidad a los agentes de la muestra, los economistas descubrieron que quienes pasaron por la experiencia del servicio militar obligatorio mostraron personalidades más conservadoras, autoritarias y beligerantes. Incluso fueron más propensos a justificar el golpe de 1976.

"En un contexto en el cual se discute en varios países de América Latina la reinstalación de un servicio obligatorio, es muy interesante mostrar que si uno lo hace puede estar cambiando el mindset de una generación entera", cuenta a LA NACION Joaquín Navajas, profesor de la Universidad Di Tella, quien participó semanas atrás de Lacea-Brain en Washington, un evento organizado por el BID en el cual se mostró la cresta de ola de avances en economía del comportamiento con aplicaciones para la región. Allí presentaron sus conclusiones Ajzenman, Rossi y 25 equipos de académicos más.

Navajas llevó una investigación que realizó con Marco Sartorio en la que analizaron las percepciones de empleados sobre dos impactos importantes hoy en el mercado laboral: la apertura comercial y el avance tecnológico. Y descubrieron que hay un sesgo mucho más marcado "anticomercio". "Estudiamos qué factores modulan dichos sesgos y cómo hacer para apaciguarlos", explica Navajas.

"Los temas fueron muy variados, desde ahorro para la vejez vía pensiones a resultados electorales, desde fijación de precios hasta mejoras en la salud. El impacto de los mensajes, el rol del framing (cómo se presenta la información) y el uso de las redes sociales fueron algunas de las herramientas utilizadas para disminuir sesgos del comportamiento", cuenta ahora Florencia López Boo, economista del BID y una de las organizadoras del congreso. "En general vimos mucho espacio para incrementar el diálogo entre la academia y los hacedores de política".

Paternalismo libertario

Desde que tuvo su origen a principios de la década del 70 hasta hoy, la economía del comportamiento (la cruza entre economía y psicología) ya tiene categorizados más de 160 "sesgos" o errores conductuales, que hacen que nos apartemos de la racionalidad más seguido de lo que creemos. Algunos son muy conocidos y estudiados, como el exceso de confianza, el sesgo de confirmación (atendemos solo a aquellos aspectos que confirman la postura que ya teníamos) o la aversión a perder.

La denominada "agenda Nudge" ya cumplió once años. "Nudge" significa, en inglés, "dar un ligero golpe con el codo" y fue el título elegido por los economistas del comportamiento Richard Thaler y Cass Sustein para su best seller homónimo. "Nudge" (2008) recopila decenas de recomendaciones de política que conllevan "pequeños estímulos para grandes cambios".

Thaler, premio Nobel y profesor de la Universidad de Chicago, siempre estuvo preocupado porque la economía del comportamiento, que suma enseñanzas de la psicología, no se quedara estancada en "coleccionar sesgos y errores comunes" de la micro de la conducta de las personas y pasara a las efectividades conducentes de la macro y de las recomendaciones de políticas públicas. Siempre con cuidado de no afectar la libertad de los ciudadanos imponiendo prohibiciones: si alguien quiere incurrir en una conducta que sea nociva contra sí mismo, debería poder seguir haciéndolo de todas formas. Solo que conviene diseñar una buena "arquitectura de opciones" para que esa decisión nociva tenga menos chances de ocurrir. Por eso, Thaler y Sustein hablan de "paternalismo libertario", aunque sea una contradicción en los términos.

Uno de los pioneros en estudiar esta agenda para América Latina, Juan Camilo Cárdenas (de la Universidad de Los Andes) estuvo en el Lacea-Brain señalando la importancia que tienen las distintas "nociones de justicia" en las economías, que son moldeadas culturalmente. Cárdenas no entiende cómo un tema tan básico que afecta tanto a las decisiones en la región no se estudia con mayor detalle en las carreras de grado de Economía. Carlos Scartascini, del BID, también un pionero en este campo teórico híbrido, presentó aplicaciones exitosas en la Argentina de variaciones en la recaudación a partir de los distintos mensajes que se les mandaron a los pagadores de impuestos en Santa Fe. El trabajo fue realizado en su momento junto al economista argentino Lucio Castro.

Sunstein, el coautor de Thaler, sostiene que los Nudges pueden dividirse en "educativos" y "no educativos". Los primeros tienden a suministrar información en casos en los que el mercado llega a un equilibrio de asimetría en la provisión de datos: las calorías de un producto, sus componentes nocivos, lo mal que hace fumar, etc.

En otro lugar, los nudges no educativos pretenden contrarrestar los errores sistemáticos (y, por tanto, predecibles) producidos por las reacciones inconscientes. Así, por inercia, se tiende a reforzar el statu quo, a prestar una mayor atención a la información más saliente y a seleccionar más frecuentemente las opciones más accesibles. Estas fallas del mercado "conductuales" son neutralizadas mediante nudges que moldean la arquitectura de la elección de tal forma que la propensión a errar juegue en favor de los intereses de los propios individuos.

En el primer capítulo de su best seller, Thaler y Sunstein cuentan, por ejemplo, cómo en los comedores escolares poner las opciones de comida saludable a la altura de la visión de los alumnos (en lugar de chocolates y golosinas) promovía la elección de alimentos más sanos. Ya sea por dieta saludable o por captación de votantes (como en el estudio de Ajzenman) las escuelas parecen ser un campo fértil para la difusión de nudges conductuales.


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