La economía del
comportamiento analiza las respuestas de las personas ante determinadas
situaciones; un caso es la influencia en el voto del estado en que se
encuentran las escuelas / Crédito: Javier Joaquín.
Pocos temas son tan centrales en la actualidad política (y
económica) como el rol que tendrán los indecisos en las elecciones
de octubre. Algunos estudios estiman que en este grupo está el 40% del
electorado y que una porción grande se definirá días, horas o instantes antes
de depositar la boleta en el sobre. La volatilidad es tan grande que la
decisión puede tener que ver con factores tan sutiles como el estado de las
aulas a las que se concurre a votar: si hay manchas de humedad, si están bien
pintadas o si el pizarrón presenta un buen estado.
Este último factor tiene que ver con un resultado relevante
que encontró el economista Nicolás Ajzenman, especialista en economía del
comportamiento, la rama que toma aportes de la psicología para entender mejor
las decisiones de los agentes económicos. Ajzenman comparó en una investigación
el estado edilicio de las escuelas de la ciudad de Buenos Aires con el
porcentaje de votos que sacó Mauricio Macri en la elección de 2015. Como
Cambiemos gobernaba la ciudad, aulas en buen estado influyeron en votos a ese
partido en un porcentaje estadísticamente importante (del orden del 2%), algo
que pasó a ser relevante si se tiene en cuenta el margen estrecho por el que se
ganó el ballottage contra Daniel Scioli, o la pelea reñida que se anticipa para
octubre.
Además de pintar las aulas para influir votos de último
momento, ¿qué más se podría hacer? Hay votantes de centroderecha que se podrían
atraer en el ballottage, por ejemplo, con propuestas como instaurar un nuevo
"servicio cívico-militar" para los jóvenes "ni-ni" (que no
estudian ni trabajan). Aquí la economía del comportamiento también tiene algo
para decir: Martín Rossi, profesor de Economía de la Udesa, realizó un estudio
junto a estudiantes de doctorado para el cual se contactaron miles de personas
que en su momento hicieron el servicio militar, o bien fueron exceptuadas por
número bajo en el sorteo. Si se considera este factor de azar, se advierte que
Rossi y su equipo analizaron lo que en ciencias sociales se llama un
"experimento natural", que permite hacer inferencias estadísticas con
más solidez que la habitual. Con tests de personalidad a los agentes de la
muestra, los economistas descubrieron que quienes pasaron por la experiencia
del servicio militar obligatorio mostraron personalidades más conservadoras,
autoritarias y beligerantes. Incluso fueron más propensos a justificar el golpe
de 1976.
"En un contexto en el cual se discute en varios países
de América Latina la reinstalación de un servicio obligatorio, es muy
interesante mostrar que si uno lo hace puede estar cambiando el mindset de
una generación entera", cuenta a LA NACION Joaquín
Navajas, profesor de la Universidad Di Tella, quien participó semanas atrás de
Lacea-Brain en Washington, un evento organizado por el BID en el cual se mostró
la cresta de ola de avances en economía del comportamiento con aplicaciones
para la región. Allí presentaron sus conclusiones Ajzenman, Rossi y 25 equipos
de académicos más.
Navajas llevó una investigación que realizó con Marco
Sartorio en la que analizaron las percepciones de empleados sobre dos impactos
importantes hoy en el mercado laboral: la apertura comercial y el avance
tecnológico. Y descubrieron que hay un sesgo mucho más marcado
"anticomercio". "Estudiamos qué factores modulan dichos sesgos y
cómo hacer para apaciguarlos", explica Navajas.
"Los temas fueron muy variados, desde ahorro para la
vejez vía pensiones a resultados electorales, desde fijación de precios hasta
mejoras en la salud. El impacto de los mensajes, el rol del framing (cómo se
presenta la información) y el uso de las redes sociales fueron algunas de las
herramientas utilizadas para disminuir sesgos del comportamiento", cuenta
ahora Florencia López Boo, economista del BID y una de las organizadoras del
congreso. "En general vimos mucho espacio para incrementar el diálogo
entre la academia y los hacedores de política".
Paternalismo libertario
Desde que tuvo su origen a principios de la década del 70
hasta hoy, la economía del comportamiento (la cruza entre economía y
psicología) ya tiene categorizados más de 160 "sesgos" o errores
conductuales, que hacen que nos apartemos de la racionalidad más seguido de lo
que creemos. Algunos son muy conocidos y estudiados, como el exceso de confianza,
el sesgo de confirmación (atendemos solo a aquellos aspectos que confirman la
postura que ya teníamos) o la aversión a perder.
La denominada "agenda Nudge" ya cumplió once años.
"Nudge" significa, en inglés, "dar un ligero golpe con el
codo" y fue el título elegido por los economistas del comportamiento
Richard Thaler y Cass Sustein para su best seller homónimo.
"Nudge" (2008) recopila decenas de recomendaciones de política que
conllevan "pequeños estímulos para grandes cambios".
Thaler, premio Nobel y profesor de la Universidad de
Chicago, siempre estuvo preocupado porque la economía del comportamiento, que
suma enseñanzas de la psicología, no se quedara estancada en "coleccionar
sesgos y errores comunes" de la micro de la conducta de las personas y pasara
a las efectividades conducentes de la macro y de las recomendaciones de
políticas públicas. Siempre con cuidado de no afectar la libertad de los
ciudadanos imponiendo prohibiciones: si alguien quiere incurrir en una conducta
que sea nociva contra sí mismo, debería poder seguir haciéndolo de todas
formas. Solo que conviene diseñar una buena "arquitectura de
opciones" para que esa decisión nociva tenga menos chances de ocurrir. Por
eso, Thaler y Sustein hablan de "paternalismo libertario", aunque sea
una contradicción en los términos.
Uno de los pioneros en estudiar esta agenda para América
Latina, Juan Camilo Cárdenas (de la Universidad de Los Andes) estuvo en el
Lacea-Brain señalando la importancia que tienen las distintas "nociones de
justicia" en las economías, que son moldeadas culturalmente. Cárdenas no
entiende cómo un tema tan básico que afecta tanto a las decisiones en la región
no se estudia con mayor detalle en las carreras de grado de Economía. Carlos
Scartascini, del BID, también un pionero en este campo teórico híbrido,
presentó aplicaciones exitosas en la Argentina de variaciones en la recaudación
a partir de los distintos mensajes que se les mandaron a los pagadores de
impuestos en Santa Fe. El trabajo fue realizado en su momento junto al
economista argentino Lucio Castro.
Sunstein, el coautor de Thaler, sostiene que los Nudges
pueden dividirse en "educativos" y "no educativos". Los
primeros tienden a suministrar información en casos en los que el mercado llega
a un equilibrio de asimetría en la provisión de datos: las calorías de un
producto, sus componentes nocivos, lo mal que hace fumar, etc.
En otro lugar, los nudges no educativos pretenden
contrarrestar los errores sistemáticos (y, por tanto, predecibles) producidos
por las reacciones inconscientes. Así, por inercia, se tiende a reforzar
el statu quo, a prestar una mayor atención a la información más
saliente y a seleccionar más frecuentemente las opciones más accesibles. Estas
fallas del mercado "conductuales" son neutralizadas mediante nudges
que moldean la arquitectura de la elección de tal forma que la propensión a
errar juegue en favor de los intereses de los propios individuos.
En el primer capítulo de su best seller, Thaler
y Sunstein cuentan, por ejemplo, cómo en los comedores escolares poner las
opciones de comida saludable a la altura de la visión de los alumnos (en lugar
de chocolates y golosinas) promovía la elección de alimentos más sanos. Ya sea
por dieta saludable o por captación de votantes (como en el estudio de
Ajzenman) las escuelas parecen ser un campo fértil para la difusión de nudges
conductuales.
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