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Aunque en la economía aparecen referencias a aspectos
psicológicos y emocionales desde los primeros escritos de Adam Smith, lo que se
conoce como " economía del comportamiento" (o
conductual), la mezcla de esta ciencia con la psicología, tuvo su puntapié
inicial formal en 1979, con el informe de Teoría Prospectiva: un Análisis de la
Decisión Bajo Riesgo, de los psicólogos israelíes Daniel Kahneman y Amos
Tversky. La subdisciplina pasó luego varios años en las sombras, escondida y
considerada como una rama exótica y muy marginal por el resto de la academia.
A fines de los 90 la temática explotó y se puso de moda. De
golpe, los "sesgos cognitivos" de los inversores y demás agentes de
la economía tenían sus propias publicaciones especializadas y aparecían en la
prensa tradicional cada vez más a menudo, con historias atractivas de vida
cotidiana, deportes, sexo, etcétera. Kahneman recibió el Nobel en 2002 (y
Tversky in memoriam, dado que había fallecido) y comenzó un nuevo
desafío: la pelea porque esta agenda fuera relevante para la macro y las
políticas públicas y para no se quedara en el anecdotario de Freaknomics. El
profesor de Chicago Richard Thaler (Nobel 2017) tomó el guante e impulsó, junto
a su colega Cass Sunstein, la caja de herramientas de los nudges
("pequeños empujoncitos para lograr grandes cambios"). Sin embargo, a
pesar de que se multiplicaron en el mundo las "unidades nudge"
de gobiernos que usan economía del comportamiento para mejorar las políticas de
salud, seguridad, control vial, etcétera, hay sensaciones mixtas con estos
avances. El consenso entre economistas es que esta subdisciplina aún no llegó a
cubrir en la macro y en las políticas de los gobiernos las expectativas que
había generado hace una década.
Hay una avenida de avance que pocos vieron venir y que podría ser una
caja de resonancia mucho mayor para el estudio de los sesgos cognitivos.
El economista y emprendedor Santiago Bilinkis lo desarrolla
muy bien en su nuevo libro, Guía para Sobrevivir el Presente,
publicado dos semanas atrás por Random House Mondadori para su sello
Sudamericana. Bilinkis plantea una visión crítica sobre las grandes empresas de
tecnología, que están aprovechando mejor que nadie (seguramente mejor que los
gobiernos) nuestros sesgos para incrementar sus ganancias, a menudo con
incentivos desalineados con los intereses de los consumidores. La adicción a
las pantallas en la economía de la atención se potencia con un "minado de
sesgos", como el de confirmación (que hace que las redes sociales nos
muestren lo que confirma nuestras creencias), o el de statu quo (la
dinámica de default o intuitiva es que continuemos conectados). "Al estar
causadas por la estructura misma de nuestra mente, estas fallas no generan
errores aislados, sino que hay un patrón. Provocan una tendencia a pensar y a
decidir de un modo equivocado, contrario a la racionalidad", explica
a LA NACION Bilinkis.
En una encuesta que abarcó 1500 casos, halló que el 97% de
las personas considera que los demás son adictos al celular y tres cuartas
partes de los que participaron en la muestra admiten que también es un problema
propio. Casi un 40% de los jóvenes menores de 25 años aseguró que preferiría
estar un mes sin tener sexo antes que quedarse un mes sin el celular.
"En una transacción comercial normalmente hay un
comprador, un vendedor y un producto o servicio. Cuando se usan aplicaciones
como Facebook, Gmail, Instagram o YouTube, el comprador tiene que ser el que
paga; en este caso, los anunciantes. El vendedor, quien cobra, es decir, el
desarrollador de la aplicación. ¿Cuál es el producto? La respuesta es tan
sencilla como impactante: el producto sos vos. O peor aún: el producto es lo
más escaso que tenés: tu tiempo y tu atención", sostiene el emprendedor.
Diez años atrás Bilinkis viajó a Singularity University y
desde entonces se dedicó, como divulgador de los avances tecnológicos, a poner
el énfasis en el lado luminoso de esta agenda y en las soluciones que estos
progresos traen para la vida cotidiana, la salud, los negocios, las políticas
públicas, etcétera. Un año y medio atrás, por distintos factores, tiró un
"cambio de frente" radical. Como un Verón, un Pirlo o un Riquelme de
la prospectiva tecnológica, cambió completamente el lado de la cancha y puso foco
en los afectos adversos (algunos no deseados y otros cuidadosamente
planificados para incrementar ganancias).
Algoritmos provocadores
¿Qué lo hizo cambiar de parecer? Bilinkis cree que el clic
llegó en un almuerzo del día del padre, cuando en un restorán vio cómo una
pareja "mantenía a raya" a sus hijos chicos con sendas tabletas para
mirar ambos sus propios celulares. O cuando vio en un bar cómo un nene le
acariciaba la cabeza a la madre para tratar de llamar su atención, mientras
ella estaba alienada con el smartphone.
"No es que los algoritmos nos hagan hacer cosas que no queremos,
pero de alguna forma exacerban lo peor de nosotros", cuenta.
Un ejemplo concreto de esto es la vuelta del imperio de la
imagen con el boom de Instagram o de las aplicaciones de citas, en las que lo
único que importa es la foto. Bilinkis escandalizó a Mirtha Legrand dos semanas
atrás, en su programa de televisión, cuando le contó cómo Tinder armaba
"clusters de belleza" entre los usuarios, por los cuales se tiene
acceso a personas "algo más lindas o algo más feas que uno" (en un
rango). "Salvo que uno pague y, en ese caso, se cumple la máxima de Jacobo
Winograd de que billetera mata galán", dice.
Guía para sobrevivir el presente (que lleva como
bajada Atrapados en la era Digital) dialoga bien con lo que vienen escribiendo
otras personas que se dedican a analizar la agenda de cambios y futuro cercano.
En el regreso del imperio de la imagen y en las modificaciones que están
produciendo en los vínculos las citas online, por ejemplo, hay varios puntos de
contacto con los ensayos de Tamara Tenenbaum.
En las analogías entre los malos hábitos de la tecnología y
de alimentación (y su interrelación), el libro dialoga con la agenda de
discusión que impulsa Narda Lepes. "Superestímulos como estos (la abundancia
de azúcar y comida chatarra y de dispositivos de entretenimiento que capturan
nuestra atención por completo) hacen estragos en nuestros cerebros adaptados al
mundo antiguo. Resulta claro que esta es una de las causas (¿la más
importante?) de nuestra dificultad para lidiar con el presente", contó
Bilinkis días atrás en una charla en el Instituto Baikal.
Bilinkis cree menos en las regulaciones -recuerda el
"paseo" que les dio Mark Zuckerberg a los legisladores cuando fue
citado a declarar al Congreso de los Estados Unidos- que en la toma de
conciencia a nivel social. "Cuando sabés que en un video game las cartas
están marcadas de antemano para que ganes o pierdas, la decepción es
automática", ejemplifica.
En la prehistoria de nuestra adicción a estar conectado
aparece la empresa canadiense RIM y su Blackberry, cuya traducción al español
es "mora". Pero blackberry era también el nombre que coloquialmente
se le daba a la pesada bola de hierro que se enganchaba al tobillo de los
presos para evitar que se escaparan cuando los llevaban a hacer trabajos
forzados fuera de la prisión. "Esta es, probablemente -dice el tecnólogo-,
una cadena igual de esclavizante, pero menos evidente: en lugar de sujetar un
objeto a nuestro cuerpo, encadenamos nuestro cerebro al aparato".
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