La ciencia confirma
que dependemos de las conexiones con otras personas para modelar nuestros
estados de ánimo.
Dice el refrán que una manzana podrida puede arruinar un
cesto. Lo mismo pasa cuando los seres humanos interactuamos dentro del mismo
grupo: los estados de ánimo se contagian cuando compartimos espacio y tiempo
con las mismas personas durante mucho tiempo. Si tienes un amigo feliz, la
probabilidad de que tú también lo seas aumenta un 25% (lo dice este estudio realizado
por la Universidad de Harvard). Si tus compañeros de trabajo viven estresados,
aumentan tus probabilidades de sufrir la misma suerte. Esto sucede entre
iguales pero también en la relación jefe-empleado: el estado de ánimo de quien
manda condiciona el desempeño de los trabajadores y afecta a la productividad
de la empresa.
- El estrés se contagia como los
virus
Diversos estudios confirman, según el Colegio Oficial de
Psicólogos, que el estrés se contagia: las personas que trabajan atadas a esta
dolencia no se distribuyen aleatoriamente en diferentes departamentos. Tienden
a localizarse dentro de los mismos grupos, lo que hace suponer que el estrés es
un componente del ambiente social y que existen "unidades de trabajo
tóxicas", según explica José María Peiró, catedrático de psicología del
trabajo y recursos humanos. "De hecho, el primer motivo para dejar un
trabajo son las malas relaciones interpersonales por encima del salario",
asegura.
Esto se debe, muchas veces, a que el origen del estrés no
suele estar bajo control directo del trabajador. Procesos como la imitación y
el contagio, el estilo de liderazgo, las relaciones con los compañeros y las
características ambientales contribuyen a entender por qué hay organizaciones o
departamentos tóxicos. Según una encuesta reciente del Eurobarómetro, el 53% de
los trabajadores considera que el estrés laboral es uno de los principales
riesgos laborales. De hecho, se estima que a la Unión Europea esta dolencia le
cuesta anualmente unos 20.000 millones de euros, incluyendo los días de trabajo
perdidos y los costes sanitarios asociados.
Observar a alguien que está estresado, especialmente un
compañero de trabajo o un miembro de la familia, tiene un efecto inmediato en
nuestro sistema nervioso. Esta
investigación descubrió que
el 26% de las personas muestran niveles altos de cortisol simplemente al
observar a alguien tenso. De hecho, no es necesario que veas ni oigas a nadie
para captar su estrés; también puedes olerlo. Quienes lo sufren sudan hormonas
características que son captadas por los demás, según un estudio del Monell Chemical Senses Center de
Filadelfia. La negatividad y el estrés pueden, literalmente, flotar en el aire.
Tal como sucede con las manzanas podridas que liberan gas etileno y aceleran la
maduración del resto del cesto.
De jefe a empleado
Daniel Goleman, psicólogo, antropólogo, periodista y una
eminencia en el campo de la inteligencia emocional, disecciona cómo este
contagio sucede entre altos mandos y sus empleados y cómo puede condicionar el
desempeño global de la empresa. Durante su última investigación, Goleman
encontró que, de todos los elementos que afectan el rendimiento final, la importancia
del estado de ánimo del líder y sus comportamientos como consecuencia son muy
influyentes: se transmite a través de una organización como la electricidad a
través de los cables.
Si el estado de ánimo de un líder y las acciones que lo
acompañan son realmente tan potentes y pueden impulsar el éxito empresarial,
una de sus tareas principales debería ser asegurarse de cuidar su salud
emocional. Debe ser optimista, auténtico y tener energía y comportarse de forma
consecuente para que sus empleados sientan y actúen de esa manera.
Pero, ¿por qué? La
ciencia de los estados de ánimo
El responsable de esta relación entre la emoción de los
líderes y el comportamiento de sus empleados es el sistema límbico: una
estructura cerebral considerada el centro de gestión emocional de los humanos.
Se trata de un circuito abierto que depende de fuentes externas para
administrarse. Es decir, lo que pasa en el mundo que nos rodea condiciona la
actividad de nuestro sistema límbico: dependemos de las conexiones con otras personas
para determinar nuestro estado de ánimo. Teniendo en cuenta esto, la
investigación en neurobiología afirma que una persona transmite señales que
pueden alterar los niveles hormonales, las funciones cardiovasculares, los
ritmos de sueño e incluso las funciones inmunes del cuerpo de otra persona.
Así, en todos los aspectos de la vida social, nuestras fisiologías se
entremezclan.
Distintos investigadores han captado esta sintonía de las
emociones en el laboratorio midiendo la frecuencia cardíaca de, por ejemplo,
dos personas que comparten una buena conversación. Cuando comienza la
interacción, sus cuerpos funcionan a ritmos diferentes. Pero después de 15
minutos, los perfiles fisiológicos de ambos son similares. Históricamente se ha
visto una y otra vez cómo las emociones se propagan irresistiblemente de esta
manera cada vez que las personas se encuentran cerca unas de otras. Ya en 1981,
los psicólogos Howard Friedman y Ronald Riggio descubrieron
que incluso las interacciones no verbales pueden afectar a los demás.
Cuando tres desconocidos se sientan uno frente a otro en silencio durante uno o
dos minutos, el más emocionalmente expresivo de los tres transmite su estado de
ánimo a los otros dos sin pronunciar una sola palabra. Lo mismo sucede en la
oficina: los miembros del grupo, inconscientemente, atrapan los sentimientos de
los demás.
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