Hoy quiero hablar de una competencia de liderazgo, la
agilidad, que, más que recomendable, es necesaria en estos tiempos que corren.
Este post viene a raíz de una reflexión que leí
recientemente que decía algo así como que en estos tiempos que vivimos (y que
seguiremos viviendo) de continua transformación resulta para las organizaciones
imposible adaptarse al ritmo que cambian las tecnologías y con ellas la
sociedad. Las grandes empresas (y no hablo de las administraciones porque si me
entra la risa me resulta más difícil escribir) van a ir inevitablemente unos
pasos por detrás de los avances más novedosos. No es nada por lo que haya que
llevarse las manos a la cabeza, los tiempos en la gestión del cambio
corporativo necesitan ir a otro ritmo.
Pero esta brecha
entre lo que ocurre en el mundo exterior y lo que ocurre en la empresa debe ser
cubierta. Y los responsables de cubrirla no son otros que los managers.
El liderazgo ágil es tener la capacidad de reaccionar rápido ante los
cambios o, mejor aún, de anticiparse a ellos, o, mejor todavía, de iniciarlos.
Si esta cualidad es deseable en cualquier persona, en
aquellas que ocupan posiciones de referencia en una empresa es necesaria… por
esa capacidad de arrastre que llevan inherente al cargo. El arrastre es un arma
de doble filo, tomando el ejemplo de Moisés, no es lo mismo llevar a tu equipo
a la tierra prometida, que meterles de cabeza en el Mar Muerto… o, mucho peor,
en un punto muerto. Porque si hay algo que no se espera de un líder ágil es que
se quede parado. La táctica de
agazaparse y esperar que escape no parece la más adecuada en los últimos
tiempos, porque la lluvia de cambios no va a parar.
Este tipo de liderazgo, como tantas otras cosas en esta
vida, se aprende haciendo, a través de la experiencia. Pero se trabaja y se
desarrolla de manera introspectiva, si somos capaces de mirarnos con ojos
críticos y trabajar nuestras capacidades, será más fácil examinar lo que pasa fuera.
En otras palabras no es posible liderar
nada si uno no es capaz de liderarse a sí mismo.
La visión, la
colaboración y la creatividad se vuelven competencias esenciales, y grandes
aliadas de la agilidad. Sin la visión no se puede trazar una dirección
hacia la que debemos avanzar, sin la colaboración no vas a poder subir a tu
vagón a los demás (y recordemos que el líder ágil debe movilizar para poder
ayudar a su compañía a acercarse al ritmo de avance de la sociedad), y sin
creatividad, bueno, sin creatividad resulta difícil poder trazar nuevas rutas o
tener la capacidad de reacción o incluso de improvisación cuando el camino
elegido no lleva a ningún lado.
La agilidad no es tanto velocidad como cintura para
adaptarse a los cambios, saber virar el timón de tu nave antes de encontrarte
en medio de la tormenta. A todos nos
gusta tomar las decisiones con la mayor cantidad de información en nuestras
manos, pero hay que ser conscientes que eso a veces no va a ser posible en el
tiempo adecuado.
El liderazgo ágil (y
el liderazgo en general) es funambulismo. Cuantos más datos obtenemos, más
ancha se vuelve la cuerda que tenemos bajo nuestros pies y con más seguridad
avanzamos, pero, claro, en un mercado marcado por la competitividad de nada
sirve cruzar si somos los últimos en llegar al otro lado. Los verdaderos líderes ágiles se atreven a cruzar el alambre sin saber
a veces lo que hay en el otro extremo, con ayudas, con creatividad, y
manteniendo el equilibrio…. Y si alguna vez se caen… se vuelven a levantar.
Tightrope by Luis Prado from the Noun Project
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