En una época en que los datos llueven a veces de modo caótico, cobra
mucha más fuerza la recomendación que hace una persona que el resultado de un
algoritmo. Crédito: Shutterstock
Cualquiera podría pensar que una de las empresas de cresta
de ola tecnológica más exitosas del mundo elige y capta sus empleados mediante
un sofisticado algoritmo, como el que usa para el corazón de su modelo de negocios. Y sin embargo,
desde su fundación en 1998, Google logra que más de la mitad de sus nuevos
empleados ingresen como "referidos" de personas que ya trabajan en la
empresa. En algunos años la proporción superó el 70%, siempre fue de más del
50% y el porcentaje no baja, a pesar de los avances en inteligencia artificial.
El caso, que está contado en el libro Work Rules, de Laszlo Bock, es para el emprendedor Carlos Miceli
una de las facetas donde se manifiesta una paradoja emergente de esta nueva
era: la reputación, con el avance de la tecnología, pasó a ser aún mucho más
importante que la información. "Sobre todo con las redes sociales, se desinclinó la cancha en el mercado de talento y
hay mucha menos asimetría de información entre el empleador y los potenciales
empleados. En LinkedIn y otras plataformas todos comparten sus impresiones
sobre las diferentes culturas de trabajo. Tanto para las empresas como para los
empleados la información no es tan importante como la reputación", explica
Miceli.
Gloria Origgi es una filósofa italiana e investigadora del
Centro Nacional Francés para la Investigación Científica (CNRS). El año pasado,
Origgi escribió un libro sobre este tema y dos semanas atrás publicó un
artículo en Aeon titulado:
"Dígale adiós a la 'era de la información': Todo se trata de reputación
ahora". "Hay una paradoja subvaluada en el campo del conocimiento,
que juega un rol pivotal en las democracias liberales e hiperconectadas: cuanto
mayor es el volumen de información que circula, más utilizamos y nos recostamos
sobre dispositivos reputacionales para evaluar los datos", sostiene
Origgi.
"Lo que vuelve a este fenómeno paradójico es que el
vasto aumento de nuestro acceso a la información y al conocimiento que
experimentamos hoy, no nos empodera más ni nos hace más autónomos a nivel
cognitivo. Por el contrario, nos vuelve más dependientes de los juicios y
opiniones de terceras personas", agrega.
La capa que enfatiza Origgi es la del flujo de información y
de cómo en una época en la cual los datos "llueven" de manera
torrencial, a menudo de manera caótica, sube el precio de los
"filtros" para hacer sentido en este océano. "Visto con esta
perspectiva, la reputación se volvió un pilar central de la inteligencia
colectiva en la actualidad", dice la filósofa italiana. La suba en el
valor de los filtros se torna más relevante aún, enfatiza, cuando tomamos
conciencia de la ubicuidad de las noticias falsas.
Y también con la denominada "crisis de atención"
que miden de manera sistemática los economistas, porque sus costos en términos
de productividad son más elevados de lo que se pensaba. Una atención capturada
por algoritmos cada vez más eficaces para hacerlo, lleva a más y más
prolongados momentos de distracción diarios, que sumados producen "días de
distracción", en los que el output
laboral puede ser sensiblemente menor. Además de la ansiedad generada, que
también impacta sobre las habilidades cognitivas.
"A nadie debería extrañarle esta suba del precio de la
'reputación' por sobre la información, porque estamos viviendo una crisis de
confianza sin precedente en el mundo", dice Alejandra Spriegel,
especialista en innovación y cambio empresarial.
Hay diversos indicadores globales de confianza (en
instituciones, en el Estado, empresas, sindicatos, medios, etcétera).
La medición de 2018 del Barómetro de Confianza de Edelman,
por ejemplo, mostró una caída sin precedente en la mayor parte de los 28
mercados que releva. "En los Estados Unidos, la confianza de la sociedad
promedio en las instituciones implosionó este año, cayendo 23 puntos hasta 45,
y marcando el trimestre más bajo de los medidos hasta ahora", informó la
consultora. No se salva nadie.
"En términos de economía y negocios, esto es
dramático", cuenta Ernesto Weissmann, especialista en teoría de la
decisión y director de la consultora Tandem. "La confianza es un motor de
la economía, una habilidad que se aprende, que se puede cuantificar, que
incrementa la rentabilidad en las organizaciones y que vuelve las relaciones
más dinámicas. Sin confianza no hay equipos verdaderos", dice. Y suma:
"Hay una crisis mundial de confianza en las instituciones, y por eso hay
que empezar a gestionarla de otra manera".
La confianza, destaca Weissmann, es el pegamento de las
cadenas de acuerdos que componen las organizaciones. "Al contrario de lo
que muchos creen, los compromisos asumidos surten efectos y modifican
realidades desde que se asumen, independientemente de si se cumplen o no.
Cuando le digo a mi hijo que le voy a dar un beso cuando llegue, duerme
tranquilo. Cuando le informo a alguien que le pagaré el préstamo, sale a
gastar", marca el profesor.
Hay un aspecto adicional de la exponencialidad del cambio
que refuerza aún más el protagonismo de la reputación y de la confianza en las
empresas, los gobiernos y los individuos. Lo remarcó la CEO global de IBM,
Ginni Rometti, en una convención de la compañía en Las Vegas. Según dice, las
organizaciones hoy solo poseen 20% de su información digitalizada y
"compartible". Los nuevos modelos basados en tecnologías
exponenciales volverán una instancia competitiva definitoria al hecho de tener
un mayor porcentaje de esa información subida. "Pero cuando se dé un acuerdo
entre dos firmas y estas tengan que compartir sus mares de datos, ambas deberán
poseer una confianza total en la contraparte, porque los riesgos son altísimos.
Por eso es clave la reputación", dijo Rometti.
Aquí puede aplicarse 100% la analogía del filósofo Daniel
Dennett entre el momento que estamos viviendo ahora a nivel social, cultural y
económico con la irrupción de tecnologías que le restan opacidad al océano de
interacciones entre los individuos, y la "explosión del cámbrico",
una ventana de 20 millones de años en la que 540 millones de años atrás explotó
la diversidad de vida sobre la tierra. Según el biólogo inglés Andrew Parker
esto ocurrió porque la composición química de los océanos en ese período los
volvió más trasparentes, y el sentido de la vista empezó a ser un vector
evolutivo fuerte. Esta explosión de diversidad biológica se asemeja a la
explosión de diversidad en negocios e interacciones de la actualidad, con un
eje en común: la mayor trasparencia.
Para Miceli, muchas empresas optan por cerrar los ojos y
echarles la culpa a los millennials u otros factores. "Las compañías dicen
todo el tiempo, en los medios y eventos, que 'no hay suficiente talento' en el
mercado. Y lo que está sucediendo es que ellas no son deseables para esa gente
talentosa. No queda otra que asociar a los empleados como fuente de atracción
para nuevas incorporaciones. El problema es que eso solo funciona si de veras
la firma es un buen lugar para trabajar".
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