El control
socioemocional es un requisito cada vez más presente en las ofertad de empleo
hoy día. De hecho, frente a dos candidatos con una misma formación, estas
habilidades blandas o ‘soft skills’ pueden marcar la diferencia a la hora de
ser el aspirante seleccionado, dados los beneficios que las organizaciones
obtienen de ellas.
En la medida que la tecnología comienza a introducirse en
las empresas y a dominar la ejecución de determinadas tareas, el apartado más
emocional de las mismas se convierte en una fortaleza para los profesionales, a
la hora de revalidar su presencia en las mismas. De esta forma, frente a la
futura automatización de determinados procesos, surge en la capacidad de resolver problemas, de empatizar con las
personas y de tomar decisiones, entre otras, una oportunidad para emplearse
en el futuro tecnológico.
En esta línea, el Foro
Económico Mundial, en su informe ‘El
futuro de los empleos’, recogía recientemente algunas de las competencias
que, se prevén, serán las “más demandadas por las empresas en el horizonte de
2020”. Algunas de ellas, según publica
el diario El Mundo, hacían referencia a “la capacidad de resolver problemas
complejos, el pensamiento crítico, la creatividad, la gestión de las personas,
la coordinación con los demás, la inteligencia emocional, el juicio y la toma
de decisiones, la orientación al servicio, la negociación y la flexibilidad
cognitiva”.
De este modo, la autoestima, la disciplina, el control de la
frustración, la responsabilidad o la capacidad de adaptación se convierten en
herramientas claves para el progreso profesional. “Las empresas buscan personas con una serie de habilidades y el
currículum académico cada vez cuenta menos”, confirma a El Mundo, Begoña
Ibarrola, psicóloga y especialista en inteligencia emocional, que habla
asimismo de una serie de habilidades emocionales básicas como el
autoconocimiento personal o la empatía.
Asimismo, Ibarrola explica el impacto que estas habilidades
tienen para las empresas. Por ejemplo, ser capaz de ‘conectar’ con otras
personas, permite impulsar la colaboración y el flujo de trabajo, pues ayuda a
conocer cuándo hay que intervenir o cómo tratar con personas de otros países y
culturas. También, tener un equilibrio
de las emociones, facilita la reducción del estrés y la ansiedad,
incrementa la competencia para trabajar en equipo y resolver conflictos.
En cuanto a las habilidades
fundamentales a dominar son -además de la empatía y el equilibrio- el
autoconocimiento, trabajo en equipo, resolución de conflictos, el entusiasmo y
la autonomía. Además, cada vez son más las empresas que comienzan a dar
importancia a otros elementos como la creatividad, la capacidad de adaptación o
la humildad para aprender.
“Se pueden desarrollar las competencias técnicas en
cualquier momento de la vida, pero las emocionales exigen un mínimo de entrada
y aportan un plus profesional”, explica Ibarrola. “El analfabetismo emocional de la sociedad contribuye a explicar la
prevalencia de casos de ansiedad, estrés, adicciones, violencia, conflictos o
comportamientos de riesgo”, añade el artículo. De ahí que entidades sociales,
empresas e instituciones se hayan puesto de acuerdo a la hora de impulsar
determinados planes y programas que permitan a los jóvenes desarrollarse
emocionalmente.
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