Richard Thaler,
galardonado por la Academia Sueca, le hizo ganar protagonismo a la economía del
comportamiento; esa rama de estudios, en la que interviene la psicología, es
aspiracional.
¿Cuál es la mejor manera de medir qué tan cool y sólida a
nivel académico es una persona? Una posibilidad es el "número de
Erdos-Bacon", que mide cuál es el grado de separación de cualquier mortal
con el prolífico matemático húngaro Paul Erdos (a cuántos papers de distancia
se encuentra uno cuando se van relacionando coautores) y del también muy
prolífico actor Kevin Bacon. Richard Thaler, el flamante premio Nobel de
Economía, tiene un bajísimo número de Erdos-Bacon: la suma da 5. Escribió un paper con Peter Waker (que tiene un
Erdos 2) y actuó en The Big Short con
Ryan Gosling, que compartió cartel en otra película con el protagonista de Footloose.
Esta buena combinación de solidez teórica e histrionismo y
dotes de divulgación no es trivial en el aporte de Thaler a la discusión
económica por el que fue reconocido días atrás por la Academia Sueca. Fundada
por los psicólogos israelíes Daniel Kahneman y Amos Tversky a mediados de los
70, la economía del comportamiento -la rama que toma enseñanzas de la psicología-
permaneció casi una década y media en lugares muy marginales de la academia,
casi como una excentricidad. Colin Camerer, uno de los teóricos más respetados
en esta disciplina, que combina en sus trabajos sesgos cognitivos con teoría de
los juegos, solía decir que en los 80, cuando salían a navegar los asistentes a
un seminario de economía comportamental, si se hundía el bote desaparecía el
campo emergente por completo.
Thaler y sus colaboradores en la Universidad de Chicago
fueron los encargados de hacer el upgrade que llevó a la economía del
comportamiento a ponerse de moda y vivir, en la última década, un boom sin
precedentes, con centros de estudio, best sellers, journals propios, miles de
tesis de posgrado y espacio creciente en la agenda de los gobiernos.
La "chispa" que encendió Thaler se activó en 1987,
cuando empezó a publicar una muy popular columna, "Anomalies", en el
prestigioso Journal of Economics Perspectives. "La columna de anomalías
fue muy importante para poner sobre la mesa problemas de la teoría de decisión
usual y la variedad de patrones de conducta observables que están ahí para ser
sistematizados", explica a LA NACION Daniel Heymann, profesor de la UBA y
uno de los primeros en traer a la Argentina, a sus clases, las ideas de Thaler
para discutir con sus alumnos, entre ellos Eduardo Levy Yeyati, Javier Finkman
o Walter Sosa Escudero. "Los sesgos de cuentas mentales, statu quo y
aversión a las pérdidas son ideas elegantes y relevantes, que su trabajo ayudó
a incorporar al debate", completa Heymann.
La economía del comportamiento comenzó una etapa de
crecimiento empinado, a tal punto que la consultora de tendencias tecnológicas
Gartner, que elabora anualmente su Hype
Cycle (curva de exageración de distintas tecnologías, modas y tendencias)
la puso años atrás en su zona de "sobrecalentamiento", ya cerca de
que explote la burbuja.
En 2002, el Nobel a Kahneman y Tversky hizo que la rama
subiera un escalón importante. Y los reproches por los mercados imperfectos que
arreciaron con la crisis subprime de
2007 y 2008 trajeron más agua para el molino conductual. De hecho, la película
The Big Short trata sobre esta
cuestión, y allí se lo ve a Thaler junto a la estrella pop Selena Gómez
explicando la "falacia de la mano caliente": la ilusión por la cual
creemos que la distribución de probabilidades de un evento nuevo está
relacionado con los anteriores (se piensa que un basquetbolista que viene
encestando tiene más chances de volver a hacerlo), cuando no es así.
¿Qué tienen en común
Palermo, la inteligencia artificial y la economía del comportamiento?
Que todos son etiquetas aspiracionales que hacen que se
coloquen bajo su paraguas superficies fronterizas, para tratar de captar su
"efecto halo". Si fuera por las inmobiliarias, Palermo tendría la
superficie del imperio mongol de Gengis Kahn; cualquier programa de software hoy se hace llamar inteligencia
artificial para atraer inversores y atención mediática. Lo mismo ocurre con la
economía del comportamiento: estudios de psicología experimental (sin nada de
economía), de neuroeconomía, de economía de la felicidad o de cualquier tópico
"raro" (penales de futbol, etcétera) son etiquetados erróneamente
bajo este rótulo de moda.
El propio Kahneman alertó el año pasado sobre los riesgos
reputacionales de esta burbuja. Las promesas desmedidas suelen derivar en
fracasos más sonoros, y esto fue lo que sucedió para la economista Allison
Schrager, quien en un informe para la OCDE informó sobre un estado más bien
decepcionante de las políticas públicas basadas en aportes de la economía del
comportamiento. Las más de 30 oficinas que existen en el mundo con esta tarea
(behavioral units) no vienen mostrando resultados agregados importantes, según
Schrager, para quien "la mayor parte de las acciones relevadas tienen que
ver con obligar a empresas y a organismos a dar más información y a ser más
trasparentes, y no está claro que ésos sean aportes de la economía conductual o
simplemente el sentido común de que estas comunicaciones deberían ser más
honestas".
El contraargumento es que tal vez sea demasiado pronto para
exigir resultados robustos, y que de todas formas se trata de políticas en
general muy baratas de implementar, por lo que vale la pena seguir intentando.
En este panorama algo amesetado, el Nobel a Thaler fue un
espaldarazo para que la rama fundada en los 70 siga evolucionando o tal vez
logre reinventarse. Thaler es un académico muy querido entre sus colegas,
afable y amigo de las discusiones abiertas: solía jugar el tenis en Chicago con
Eugene Fama, uno de sus enemigos más acérrimos, defensor de la hipótesis de los
mercados racionales y ganador del Nobel en 2013.
Su último libro, Misbehaving, fue reseñado meses atrás en
este espacio por Javier Finkman, bajo el título de Vamos a portarnos mal. En
otra reseña más larga, que se puede leer en la página de la Facultad de
Ciencias Económicas de la UBA, Pablo Mira, autor de Economía al diván, recuerda
el genial y muy divertido relato que hizo Thaler de una mudanza de oficinas del
Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, donde el esquema
diseñado para repartir los nuevos espacios contradecía todas las teorías que se
propagan desde el faro ideológico neoclásico: el sistema era poco trasparente
(insuficiente información), repleto de arbitrariedades (intervencionista) y
dejó como saldo peleas interminables entre profesores (ineficiencia paretiana).
En The Undoing Project, el último libro de Michael Lewis,
que cuenta la historia de la colaboración entre Kahneman y Tversky, hay un
primer capítulo que narra cómo en la década pasada la NBA cambió por completo
su forma de juego, gracias a una combinación de insights de las ciencias
cognitivas y análisis de big data. El juego se volvió mucho más cooperativo,
menos especulativo, subió la visibilidad de las ventajas del trabajo en equipo
y del sacrificio en defensa. El resultado: una liga en la que todos ganaron,
los espectadores, los clubes y los jugadores. ¿Podrá la economía del
comportamiento, con el motor del big data, lograr una reinvención similar, con
tanta eficiencia paretiana como el básquet?
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