El escritor aborda la
historia de Rose, que pasó de trabajar únicamente por el salario que le pagaban
a encontrar "una nueva forma de estar en el mundo".
Los buenos escritores componen melodías con palabras para
que otros sean interpretados. A diferencia de los gurúes, que lanzan consignas
a los gritos como vendedores ambulantes, ellos penetran con sutilezas que calan
más hondo en conceptos esenciales.
Paul Auster,
autor norteamericano, acaba de publicar su nuevo libro. Se trata de 4 3 2 1,
una saga neoyorquina de múltiples facetas, donde aparece una joven judía en
pleno proceso de duelo, tratando de superar la desaparición de su amado, muerto
en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. Con poco más de 20 años,
ingresa como ayudante en el estudio de un fotógrafo retratista.
Auster describe:
"Para Rose, que hasta entonces no había sabido realmente hacia dónde se
dirigía, que había trabajado en diversas labores de oficina por el salario que
le pagaban y nada más, es decir, sin esperanza de alcanzar cierta satisfacción
interior, aquello fue como encontrar de pronto una vocación, no simplemente un
empleo, sino una nueva forma de estar en el mundo".
Luego de leer estas líneas, más de uno se sentirá tentado a
reunir todos sus libros de management, artículos, estadísticas, encuestas, las
voluminosas carpetas de los seminarios y cualquier otro material que haga
referencia a la administración de los recursos humanos. Todo con un destino
incierto.
Y tendrían razón, porque Auster lo ha dicho todo. No hay misterio ni las famosas claves que
año a año van brotando para calmar los ánimos de los líderes confundidos. Ante
la insistente pregunta sobre qué quiere
la gente, aportada por agudos y carísimos especialistas, la respuesta ya
fue dada: "una forma de estar en el mundo".
Entran aquí los emprendedores, los operarios, los empleados,
los gerentes y cuanto bípedo circule por las empresas. No es difícil de
entender y, una vez superado este paso, hay que ver las cosas de otra manera.
Es una responsabilidad conjunta, inapelable, donde el individuo es sólo una
parte. Como lo ha señalado Zygmunt
Bauman, últimamente la carrera profesional se ha privatizado.
Dicho en términos menos académicos, que cada uno se las
arregle como pueda y haga cursos, posgrados, másteres, etcétera, con el
propósito de acumular antecedentes de cartulina. En lo posible, en idioma
inglés o francés, porque lucen mejor. Aquí se incluye el concepto de "empleabilidad", cuya
traducción sería algo así como "ampliar
las chances de conseguir el trabajo deseado", al mejor estilo de la
ruleta en un casino.
Pero la otra parte sigue vigente, aunque quiera dársela por
desaparecida. Dentro de cualquier dotación encontraremos personas que intentan,
como Rose, encontrar su lugar en el
mundo. Puede que no esté exactamente en ese pequeño universo de la
organización, por lo que es preciso hacer esfuerzos para brindar una gran
cantidad de posibilidades para que la mayor parte de sus componentes se
apropien de un fragmento y lo vivan como parte de su mundo. En la cercana
antigüedad, esta técnica se llamaba planeamiento de carrera.
La admiración que despiertan empresas como Google y otras
similares que brillan en el paraíso laboral no tienen más fundamento que las
que menciona Paul Auster sobre Rose.
Por supuesto, es obvio, que no todas tienen las riquezas de los gigantes
empresarios, pero en tanto se mantenga la brújula en la misma dirección, es
decir, no ofrecer solamente un empleo, los resultados serán espectaculares y,
en la mayoría de los casos -con los inevitables ingredientes de la imaginación,
inteligencia y buena voluntad-, son gratuitos o de muy bajo costo.
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