Aunque el español tiende a mantener relaciones con
su banco o caja de toda la vida, los índices de infidelidad se mueven en cifras
entre un 2% y un 4%, en cuanto a cancelación de contratos, y hasta un 35% de
pérdida de valor de cliente. Ello debería preocupar a los directivos pues el
negocio se desvanece también por el descenso de transaccionalidad, el trasvase
de saldos y el abandono de cuentas. Intentar mantener vinculado a un cliente o
crecer en número de contratos debería ser objetivo prioritario, aunque el
margen por cobro de servicios de un buen cliente suele estar en un 55% del
valor de uno menos vinculado. Aún así, cada baja tiene un impacto irreparable
sobre la cuenta de resultados.
Para evitar las fugas silenciosas o súbitas, las
entidades suelen poner en práctica programas de fidelización o de retención,
articulan acciones de prevención de abandono (“índice de churn”) o
diseñan barreras de salida para “secuestrar” temporalmente a sus clientes, con
el consiguiente riesgo que ello conlleva. Que sean más o menos efectivas
dependerá de variables estratégicas relacionadas con los valores corporativos
de la entidad, y de unas bases de datos bien estructuradas y alimentadas con
información centrada en la visión cliente (no orientada al encaje de la oferta
de productos).
No obstante, la mayoría de las entidades
financieras siguen desarrollando acciones inconexas alineadas con la venta de
productos (cuantos más mejor) y pocas (muy pocas) se preocupan por mejorar la
experiencia del cliente a través de sistemas incrementales de calidad de
servicio (“nivel de errores cero”) y de modelos de interacción satisfactoria
entidad/cliente. Y ya menos aún, sobre todo tras la desaparición de las cajas
de ahorros, las que se preocupan de establecer compromisos sociales reales para
la sostenibilidad de las estructuras culturales, medioambientales y económicas
de la sociedad donde tienen su principal ámbito de actuación.
Los clientes actuales no cambian de comportamiento
en base a la buena imagen de una entidad en materia de RSC (Mohr &
Harris) sino en función de que ésta se muestre de forma honesta,
transparente, comprometida y decida jugar un papel trascendente en la vida de
sus clientes.
Aún así, casi todas siguen hablando de fidelizar al
cliente dándole vueltas a los mismos procedimientos desde hace un par de
décadas. Las menos han apostado por la innovación disruptiva a la hora de
captar ahorro y financiar inversiones, tanto en la forma como en los sistemas
de regulación financiera.
Claro que para conseguirlo es necesario que
apuesten por la seguridad, la rentabilidad, la profesionalidad, la excelencia,
la cercanía y la confianza. Y para ello, además, han de contar con el concurso
y el compromiso de sus empleados. Porque, no nos engañemos, las personas
compramos (lo que sea) a las personas.
Y lo que nos mueve a las personas (clientes y
empleados) son las emociones; y las pasiones. Y en este terreno es donde
debemos hablar de fidelidad y de lealtad, en la medida en que nos referimos a
la observancia de la fe que uno debe a otro, a la constancia en el cumplimiento
mutuo de las obligaciones contraídas, en la prevalencia de la verdad, la
sinceridad y la confianza.
Mientras que para los griegos la fidelidad era una
cualidad en sí misma (se es fiel), para los hebreos era un acto de convivencia
y para los romanos era una convención para regular las relaciones y
transacciones públicas o privadas. En cambio, en la actualidad, la fidelidad se
ha de garantizar en un contrato, en un acto irónico de desconfianza
latente entre dos partes respecto de mantener a futuro un compromiso mutuo.
En este sentido se ha perdido la libre decisión de
una persona de sentirse reconocida por otra, de saber que representa algo para
alguien (sea otra persona o, en el caso que nos ocupa, una entidad financiera)
y se ha pasado a la subasta interesada de relaciones a precio de mercado.
En el escenario actual, con la culpa de la crisis
económica sobrevolando el sector bancario y la creciente inestabilidad laboral
de sus empleados, ¿cómo continuar hablando de fidelizar a los clientes?
Seamos francos, hay que buscar otro sustantivo.
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