El análisis de la teoría “de los vínculos débiles”
resurgió con fuerza durante la pandemia; se trata de la consideración de las
relaciones con personas que no son tan cercanas, pero que sí pueden tener
importancia en nuestras vidas.
Las personas que nos encontramos casi todos los días a la
misma hora en la máquina de café de la oficina; los dueños de perros que los
sacan a pasear a la noche en un horario parecido al nuestro; las madres y
padres de compañeros de nuestros hijos a los que vemos a la salida del colegio:
la sociología tiene un nombre para este tipo de relaciones, que comenzaron a
estudiarse con seriedad hace casi 50 años.
En 1973 el académico de Stanford Mark Granovetter escribió
sobre la importancia de los “vínculos débiles”: esos grupos de conocidos con lo
que no hay conexiones emocionales potentes, pero que en la práctica están
subestimados en su valor y terminan siendo fundamentales –descubrió
Granovetter– para conseguir trabajos o conectarse con otros proyectos.
Luego de su boom inicial, la teoría de los vínculos débiles
cayó en una meseta de olvido y volvió a resurgir con fuerza durante la
pandemia: las cuarentenas dinamitaron justamente este plano de amistades intermedias:
nos quedamos con los muy cercanos (los familiares) o los de Zoom del trabajo
con una buena parte de desconocidos. Pero lo del medio voló por los aires.
Y eso tuvo un costo elevado. Hay esfuerzos desde la economía
y las ciencias de la vida para tratar de cuantificarlo y precisarlo. Previo a
la pandemia, un estudio de Harvard halló una fuerte correlación entre la
soledad –no tener amigos– y la presencia en sangre de un tipo de proteína
relacionada con las crisis cardíacas. Los científicos de la universidad de los
Estados Unidos compararon los niveles de presencia de esta proteína en sangre y
lo compararon con la cantidad de personas en la red cercana de familiares y
amigos de cada caso estudiado.
“Según el trabajo de un economista, las redes sociales pueden
magnificar las comparaciones y, por lo tanto, llevar a disminuir la felicidad”.
El movimiento en paralelo detectado (correlación) entre
ambas variables fue altísimo, y en las conclusiones del estudio se recomendó a
los gobiernos trabajar en políticas públicas que promuevan la interrelación
como medidas para mejorar el bienestar, la calidad y la extensión de vida.
Reversionando a Roberto Carlos: “Yo quiero tener un millón de amigos, y así más
tiempo poder durar”.
El estudio saltó a la fama por la cuantificación que
describió del impacto en el bienestar: “Tener 10 o 12 amigos menos equivale al
mismo riesgo que fumar regularmente”.
(Nota al pie: en la década pasada, un estudio de economía de
la felicidad concluyó que “divorciarse equivale al riesgo que implica fumar en
términos de deterioro emocional”. Un cómico argentino de la trasnoche de la TV
leyó este título y comentó que lo que el estudio no decía era que “cuando te
casás te fuman en pipa”).
¿Qué economistas están trabajando este tipo de temas? Para
Lucio Castro, un economista argentino basado actualmente en Washington, hay un
vínculo directo entre esta agenda y las investigaciones del Premio Nobel 2015
Angus Deaton, quien en su libro Muertes por desesperación (coescrito con Ann
Case y publicado en 2020) pone énfasis en la baja en la expectativa de vida que
se produjo en los Estados Unidos en los últimos años en cierto sector de la
población (mayormente en varones blancos sin estudios universitarios) por un
cóctel de desindustrialización, malos empleos, disolución familiar y soledad.
A Deaton, nacido en Escocia pero residente en los Estados
Unidos, le llamó la atención la caída en la expectativa de vida que se dio para
todos los norteamericanos (no sólo los varones blancos) entre 2014 y 2017 (la
primera de tres años seguidos desde la pandemia de la gripe española entre 1918
y 1920), por causas que tuvieron que ver con suicidios, enfermedades ligadas al
alcoholismo y sobredosis de drogas.
“Cuando se habla de los efectos benéficos de la amistad
se suele hacer énfasis en el valor de los encuentros en persona, cara a cara”.
Antes de Deaton y Case, la economía de la felicidad puso el
ojo en el bienestar emocional que generan las relaciones de amistad. Una década
atrás en la Universidad Nacional de La Plata se hizo un estudio al respecto,
que dio que los niveles reportados más altos en felicidad se dieron,
justamente, en las reuniones con amigas y amigos. La economía de la felicidad
encontró una metodología para medir en términos monetarios el impacto en
bienestar o malestar emocional que producen eventos de la vida cotidiana como
casamientos, divorcios, vacaciones, etcétera.
Hay estudios académicos del campo de los sistemas complejos
interesantes sobre la amistad. Veinte años atrás se publicó un paper con
un título curioso: “Por qué sus amigos tienen más amigos de los que tiene
usted”. Su autor, Scott Feld, utilizó teoría de redes para demostrar que esto
es correcto (y no una sensación), en parte porque es más probable que sean
amigos nuestros personas que son más sociables que el promedio.
Hay un dato importante a tener en cuenta: cuando se habla de
los efectos benéficos de la amistad se suele hacer énfasis en el valor de los
encuentros en persona, cara a cara.
Para las relaciones en redes sociales, la evidencia es mucho
menos clara. Primero, porque como demostraron años atrás Bernardo Huberman,
Daniel Romero y Fang Wu en una investigación sobre economía de la atención, las
amistades “reales” en redes como Facebook no son más de 20 o 30, aun para
aquellos con millones de seguidores.
Y en segundo lugar, por un factor que remarcó en un trabajo
de 2015 el economista argentino del BID Carlos Scartascini: “Las redes sociales
pueden ser un vehículo que magnifica las comparaciones con los demás y, por lo
tanto, llevar a disminuciones en la felicidad”, sostuvo en un breve ensayo
titulado: “¿Conspira Facebook contra la felicidad?” (Respuesta rápida: sí).
Scartascini nació en Córdoba, es experto en economía del
comportamiento y autor del último libro de la colección principal del BID, que
trata sobre el tema “confianza”, una variable en la que América Latina no
rankea bien.
“Como es sabido, el dinero no compra la felicidad, pero
definitivamente es algo que ayuda, ya que a mayor ingreso, mayor satisfacción
con la vida. Pero, lamentablemente, las mejoras de bienestar material importan
solo en relación con quienes nos rodean; es decir, no importa tanto cuánto uno
ha mejorado, sino que lo haya hecho en relación al resto. Y esto genera una
paradoja del crecimiento infeliz”, planteó Scartascini en su trabajo sobre
amistad y redes sociales.
Esa mamá de un compañerito de colegio de nuestro hijo que se
la pasa posteando en Instagram fotos de vacaciones en Disney todos sonrientes;
la mascota de una excompañera de primaria que hace cosas increíbles en Tik-Tok
mientras nuestro perro está durmiendo todo el día: ese tipo de amistades van
más para el lado de la “muerte por desesperación de Deaton” que para el de las
que nos sirven más a nuestra salud que dejar de fumar. Cierre con Roberto
Carlos reversionado: “Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte
querer bloquear gente en redes”.
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