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El conferencista de innovación mira al auditorio y lanza una pregunta estudiada: “Se acuerdan en qué año el hombre llegó a la luna?”. La respuesta es fácil; varios levantan la mano y dicen en voz alta “1969″. Muy bien, va la segunda consulta: “¿En qué año al ser humano se le ocurrió ponerles rueditas a las valijas?”. Miradas de duda, murmullo entre las butacas de la sala. El presentador hace una pausa y lanza el golpe de efecto: “¡En 1970! Llegamos a la luna antes de que se nos ocurriera la idea de las rueditas”.
Si no es la historia más contada en charlas, workshops y
libros de divulgación sobre innovación y creatividad, le pega en el palo. Es
muy útil para describir dos aspectos centrales del “efecto Eureka”: que la
creatividad no es otra cosa que “unir puntos” (en este caso, “valijas”
con “rueditas”) y que ex post las ideas fuera de la caja suelen parecer fáciles
de lograr, y hasta una tontería, pero ex ante el proceso es bien complicado.
La invención de Bernard Sadow (que llegó 5000 años después
de la ideación de la rueda, un año más tarde de la proeza de la NASA y se
terminó patentando en 1972) está también contada en infinidad de libros de no
ficción. El premio Nobel de Economía Robert Shiller la menciona en dos
de sus obras (entre ellas, Narrativas Económicas) y también en los
clásicos de la complejidad de Nassim Taleb.
La historia sería perfecta si no fuera por un detalle: es
falsa. En su último libro sobre innovación, La madre de las
invenciones: cómo buenas ideas fueron ignoradas en una economía hecha para los
hombres, Katrine Marcal cuenta cómo se sorprendió al encontrar una
foto de una mujer llevando una valija con rueditas en un diario de 1952. Cuando
se puso a investigar advirtió que la ocurrencia databa de fines del siglo XlX,
pero que como se la consideraba un accesorio para damas, nunca llegó al mercado
masivo.
El propio Sadow, el inventor “oficial” del artefacto, contó
en un reportaje que le costó mucho convencer a los directivos las tiendas
departamentales de la época de ofrecer la novedad, porque “la cultura machista”
ponderaba la acción de fuerza de cargar valijas.
El libro de Marcal está lleno de ejemplos de cómo el
recorrido de la innovación está influido por ideología y prejuicios, en este
caso de género. En su recientemente publicado La era exponencial, el divulgador
inglés Azeem Azhar cuenta el caso del tamaño de los teléfonos celulares,
que están diseñados para las manos de los hombres. O el de varios
remedios que son menos eficientes para personas asiáticas o negras, porque las
compañías farmacéuticas diseñan tratamiento principalmente para blancos
occidentales. Y ni que hablar de la replicación de sesgos en los algoritmos de
la inteligencia artificial, que estudiaron economistas como Sendhil
Mullainathan.
Según Azhar, el mito de la “tecnología neutra”
siempre fue muy conveniente para Silicon Valley. Una vez Eric Schmidt,
exCEO de Cisco, sostuvo que “la verdad central de la industria tecnológica es
que la tecnología es neutral, pero las personas no”. Algo similar repite Peter
Diamandis, de Singularity. Esta idea deja las cuestiones éticas afuera: la
culpa es de quienes usan la tecnología, no de quienes la fabrican. “Cuando
construimos tecnología, podemos hacer que las estructuras de poder sean más
durables, codificándolas en infraestructura que es poco transparente y
controlable”, explica Azhar.
El recorrido de la innovación en la historia está
influido por ideologías y prejuicios que, en algunos casos, son de género
El mes pasado, en un largo reportaje, el inversor y
tecnólogo Marc Andreessen retomó un concepto de un famoso colega suyo, Peter
Thiel, el fundador de PayPal, quien sostiene que varias de las
principales tecnologías exponenciales tienen un sesgo a la centralización o a
la descentralización que las vuelve más atractivas para la agenda de los
demócratas o para la de los republicanos. O para China o el resto de
los países de Occidente, si se piensa en forma global.
Por ejemplo, la inteligencia artificial facilita la
centralización y, por eso, dicen Thiel y Andreessen, los demócratas tienden a
tener muy buena relación con los líderes de Silicon Valley. En cambio, las
cripto-tecnologías (el mundo de consenso distribuido o Web 3.0 que se describe
en la nota de tapa de este suplemento) son más atractivas para el ideario
republicano y libertario. En un trazo muy grueso, obviamente.
Y con China sucede algo parecido: prohíbe
instrumentos cripto (que diluyen el poder central y son una amenaza para el
gobierno) y promueve las startups de inteligencia artificial, que el
año pasado superaron en número de nacimientos a las de los Estados Unidos.
La inteligencia artificial facilita la centralización y
por eso se dice que los demócratas tienden a tener buena relación con Silicon
Valley
Inclusive hay toda una línea académica de economistas chinos
que sostienen que la inteligencia artificial podrá volver realidad las
predicciones del Nobel ruso y padre de la programación lineal Leonid
Vitalievich Kantorovich, quien en la década del 70 –luego de no poder calcular
el precio óptimo del acero para la economía de su país con miles de
inecuaciones que trataban de reflejar lo mejor posible la realidad de la cadena
de transacciones y un equipo de los mejores matemáticos de la Unión Soviética
destinados a esa tarea– vaticinó que algún día, cuando el músculo computacional
lo permitiera, los sistemas de planificación superarían en eficiencia a los de
libre mercado.
¿Hay alguna tecnología o avenida de avance que “cierre la
grieta”? El economista y emprendedor argentino Matías Serebrinsky
menciona una avenida de cambio inesperada: la de la nueva revolución de
psicodélicos. “En los Estados Unidos (país a la vanguardia en esta tendencia)
los psicodélicos tienen apoyo de demócratas y republicanos porque la crisis de
salud mental es un gasto enorme para el Estado. Los demócratas están enfocados
en sacar el estigma y no seguir encarcelando a gente por consumir drogas. Los
republicanos ven a las terapias con psicodélicos como una forma de ayudar a
veteranos de guerra que sufren el síndrome de estrés postraumático”, cuenta
Serebrinsky, exPlayStation y Nvidia, luego fundador de CookUnity (una startup
de gastronomía muy exitosa en Estados Unidos) y actualmente al frente del fondo
PsyMed Ventures, que invierte en proyectos de psiquiatría de precisión,
psicodélicos, neurotecnología y terapias digitales.
Serebrinsky chateó la semana pasada con la nacion desde la
convención Wonderland, en Miami, enfocada en nuevos abordajes para la salud
mental. Además de empresario, se convirtió en un divulgador central de esta
comunidad con su podcast Business Trip. Cree que el terreno de negocios que se
viene por aquí es enorme, con usos de estas alternativas inclusive para áreas
no tradicionales, como ayudas y mejoras para casos de ACV, Alzheimer, autismo y
trasplante de órganos, entre otros. Además de su función menos pensada: la de
“cerrar la grieta” (o al menos una) en el cruce de ideología y tecnología.
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