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domingo, septiembre 05, 2021

La economía de Pancho Ibáñez y el Ministerio de la Complejidad: cuando “todo tiene que ver con todo”

En la oficina pública de Las 12 pruebas, Asterix y Obelix se ven atrapados por una burocracia imposible. Archivo

Diez años atrás, el economista del comportamiento Sendhil Mullainathan hizo foco en un problema recurrente de las políticas públicas (y de las grandes organizaciones en general): los incentivos suelen estar alineados para que la gente más inteligente y mejor paga se la pase encarando “proyectos desde cero” (cuanto más grandilocuentes, mejor), y queden pocos recursos para la “última milla”, de usabilidad o de interface con usuario final de una determinada iniciativa. Aeropuertos donde la gente se pierde, escuelas de última generación sin presupuesto para maestros, etc.

Para solucionarlo, Mullainathan propuso crear un “Ministerio de los Detalles”, con personal capacitado y muy bien pago, que debería rastrear e identificar estos proyectos a los cuales les falta “cinco p’al peso” y hacerlos fluir. Desde el punto de vista de los recursos públicos, la dinámica resulta infinitamente más barata que iniciar todo el tiempo proyectos faraónicos desde cero.

Hay otro desafío transversal que amerita pensar en formar una oficina que reporte a la Presidencia: “El Ministerio de la Complejidad”. Parece un chiste sacado de una película de los Monthy Python (El Ministerio del Andar Tonto), o la oficina pública de Las 12 Pruebas, donde Asterix y Obelix casi se vuelven locos con la burocracia imposible.

Pero si se la analiza de cerca la idea no es tan descabellada. “La complejidad no es una forma de ver el mundo nueva, pero sí mucho más valiosa hoy en día, con un mundo que se volvió infinitamente más complejo (en el sentido de aumento de los nodos y conexiones) que hace dos o tres décadas”, marca a la nacion la física Viktorisha Semeshenko, que nació en Uzbekistán (en la exUnión Soviética), estudió en Trieste y en Grenoble y hoy investiga en el IIEP de Económicas de la UBA.

Los sistemas complejos comenzaron a ser estudiados en profundidad a principios de los 70 en la Física y luego en ciencias naturales. Los investigadores comenzaron a advertir esquemas dinámicos, no líneales, con alta interdependencia entre sus partes e impredecibles en su comportamiento. La descripción de “nodos unidos por conexiones” se puede adoptar a casi todo: desde el cuerpo humano hasta nuestro hábitat, el mercado, la sociedad, etc: todo es un sistema complejo. En la actualidad,el gran divulgador de la complejidad –en un nivel general– es el inversor y filósofo Nassim Taleb, con sus best seller El Cisne Negro y Antifragil.

A fines de los 80 este abordaje entró de lleno en la economía a partir del trabajo conjunto de físicos y economista en el legendario Instituto Santa Fe, en los EE.UU.

“La economía de la complejidad recién tiene poco más de 30 años y aún no fue del todo absorbida por la profesión, pensemos que a la teoría de los juegos y a la economía del comportamiento les llevó entre 40 y 50 años hacerlo”, señaló semanas atrás Brian Arthur, en un resumen sobre la actualidad de esta agenda que escribió para Nature. “La economía de la complejidad relaja los principales supuestos del esquema neoclásico, de agentes representativos y racionales, y en este nuevo paradigma el equilibrio no se da por sentado”, describe Arthur.

Semeshenko y otras teóricas del área, como Rita Gunther McGrath (de Columbia) creen que muchos de los cambios y tecnologías de las últimas tres décadas provocaron un aumento exponencial de la complejidad del planeta, y eso hace que los problemas y desafíos centrales que enfrentamos hoy deban abordarse de otra manera. En los 80, 4500 millones de personas vivían en la pobreza, con regímenes autoritarios, sin Internet y en compartimentos estancos con respecto al resto de la humanidad. Las marcas eran “cajas negras” donde los consumidores no podían interactuar entre sí por redes sociales. Los medios comunicaban de manera unidireccional y las noticias no se resignificaban a cada segundo.

“Cuando estos compartimentos se empezaron a romper y aumentaron las interrelaciones entre distintas partes, todo se volvió mucho más difícil de predecir”, dice McGrath.

Frente a este panorama, surgen preguntas inquietantes: ¿El mundo se volvió “demasiado” complejo para el cerebro humano? ¿La tarea de los líderes –presidentes, CEO, etc.– se convirtió en una misión imposible?

“La complejidad no está superando al cerebro humano pero sí desafiando el proceso evolutivo. Estamos fuera de control cuando no logramos reconocernos como autores de los desequilibrios que por su magnitud destruyen patrones organizadores de la vida”, explica ahora a LA NACION Azucena Gorbarán, experta en complejidad y directora de AMG. “Tuvimos siempre una visión mecaninicista, errónea, y estos desequilibrios que hemos creado son más profundos que la capacidad de autorregulación de nuestro planeta. Desde esta perspectiva, la pérdida de control indica la falta de conciencia de que somos nosotros la causa del problema”, agrega Gorbarán.

Hay otros especialistas que ven un panorama más distópico. El novelista y escritor de tecnología Tim Maughan inauguró una columna con esta temática: “Nadie está al volante”. “Muchas de las cosas que ocurrieron en los últimos años parecen no tener sentido: Trump presidente, virus y cambio climático mortales, etc. Hay una razón simple por la que el mundo a veces parece volverse incomprensible: porque es incomprensible”, dice Moughan, quien pone el énfasis en la cantidad de tecnologías autónomas que regulan hoy desde las redes sociales hasta la logística de bienes a nivel global, y que muy pocos –o nadie por sí solo– entienden en su complejidad extrema.

En un muy buen libro que publicó en 2018, El trabajo más difícil del mundo: la Presidencia de los EE.UU., John Dickerson, corresponsal del programa 60 Minutos, argumenta que el trabajo de primer mandatario se volvió una entidad destinada al fracaso y a promover desilusión, no importa cuán buen líder sea la persona elegida. Cuando el cargo se creó, la cantidad de tareas y expectativas eran manejables, hoy en un mundo ultracomplejo no hay manera de dejar conforme a una mayoría.

“Es cierto que es imposible en la complejidad cumplir con todas las expectativas de sociedades cada vez más diversas, con desequilibrios que afectan la vida de todos”, dice Gorbarán, “cuanto más lejos estemos del entendimiento del fenómeno social, más difícil será ese rol”.

El creativo Carlos Pérez colecciona metáforas para el rol del liderazgo en la hipercomplejidad: arreglar el motor del avión en pleno vuelo, atarse las zapatillas mientras uno corre o escribir una obra de teatro mientras transcurre.

Chateando para esta nota, la física Semeshenko escribió que le resulta cada vez más fascinante el “misterio” de la complejidad. El corrector de Whatsapp reemplazó este término por “ministerio”, y así surgió la idea del título para este artículo. Como diría Pancho Ibañez, “Todo tiene que ver con todo”. Y ahora más que nunca.

Sebastián Campanario 

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