Cómo los presidentes enfrentan las decisiones muchas veces más apoyados en la fe que el cálculo y la probabilidad.
El ex ministro de Economía Juan Sourrouille, fallecido este año, contó que Raúl Alfonsín le preguntó una vez: “Dígame, Juan,
¿del 1 al 10, con cuánto se siente cómodo usted a la hora de tomar una
decisión?”. El economista lo miró y se quedó callado unos segundos. Dubitativo,
le respondió. “Con 8 o 9 me siento seguro”.
“Me parece demasiado”, respondió enseguida el
presidente. “Con un 3 a mí me alcanza”.
Hacía poco que el presidente había designado a su nuevo
ministro. Sourrouille había reemplazado a Bernardo Grinspun, el economista que
había elegido Alfonsín para arrancar como ministro de Economía en el primer
gobierno de la vuelta de la democracia en 1983.
Los resultados no solo no llegaron con Grinspun, sino que la
situación empezó a ponerse más complicada. Joaquín Morales Solá, en la edición
de Clarín del domingo previo a la designación de Sourrouille,
contó que Alfonsín había recibido a Cavallo en la Casa Rosada unos meses antes,
por recomendación del senador radical por Córdoba, Fernando de la Rúa. Alfonsín le preguntó a Cavallo
por qué no bajaba la inflación. Y el Mingo le respondió que el problema
era el déficit fiscal.
“Cavallo dice que no bajó el déficit fiscal y ustedes me
dicen que sí bajó, ¿cómo es esto?”, dijo Alfonsín mirando a Grinspun.
Alfonsín eligió a Sourrouille. Lo citó a una
cena en Olivos. Era febrero de 1985.
Durante la comida, milanesas, ensalada mixta y un sifón, el
economista expuso un cuadro de situación con cada uno de los puntos que él
creía más importantes y hacía un comentario. Peronismo, elecciones legislativas
de 1985, gasto público, Banco Central.
Sourrouille cerró diciendo: —Señor Presidente, no veo garantías para el éxito.
—Tampoco yo —respondió Alfonsín—. Pero peleemos y
vamos viendo.
Si hay un mantra que se aplica a la conducción de la
política económica es el de “no sabemos pero intentémoslo”.
No pasó mucho tiempo hasta que el equipo económico de
Alfonsín se encontró con una oportunidad delante de sus narices. Alfonsín
viajaría a Washington a entrevistarse con Ronald Reagan.
La Argentina tenía una historia para contarle al mundo por
aquel entonces. Había solamente treinta y cuatro países con democracia y
Alfonsín era un actor reconocido por haber contribuido a engrosar esa lista.
Tal era la relevancia de la figura del presidente argentino que, por iniciativa
del Congreso de Estados Unidos y el respaldo de la Casa Blanca, había sido
invitado a dirigirse al Parlamento de Estados Unidos, en el que habían hablado
veintiocho presidentes en veinticuatro años.
Todo eso pasó y hasta hubo una reunión en el Salón Oval. De
un lado estaban Alfonsín, Caputo y Sourrouille. Del otro, Reagan junto al
secretario del Tesoro, James Baker; el asistente del Tesoro, David Mulford; el
jefe de Asesores, Donald Regan, y el secretario de Estado, George Schultz.
“Ahora les hablará de economía Juan”, dijo Alfonsín.
Sourrouille expuso los ejes de un trabajo que había llevado a cabo durante su
paso por la Secretaría de Planificación. Se llamaba “Lineamientos de una
estrategia de crecimiento económico 1985-1989”.
Entre 1983 y 1984, un grupo de economistas pensó la
Argentina hacia adelante. Creían que una de las principales conclusiones era
que un tipo de cambio alto alentaría el crecimiento y el empleo. Pero como
cuenta Juan Carlos Torre en su libro reciente Diario de
una temporada en el quinto piso, antes debían asegurarse financiamiento para
poner en marcha una estabilización. Pero eso vendría más adelante y sería lo
que se llamaría Plan Austral (escenas de futuras columnas en
este espacio).
En Buenos Aires, y tras una cena en Olivos, donde acudieron
varios miembros del Gabinete, Sourrouille se acercó a Alfonsín y le dijo:
“Tenemos algún indicio para llevar a cabo algo”.
Alfonsín, que se podía jugar con un 3 o un 4, miró a su
economista: —¿Usted tiene un indicio? —le repreguntó.
—Sí.
—Si usted dice que tiene un indicio, entonces me quedo
tranquilo. Vaya a seguir trabajando.
Alfonsín se fue a
dormir.
Torre recuerda una frase del entonces presidente el día que
sus economistas le presentaron el programa. “A los economistas les hace falta
el 75% de seguridad para actuar, a los políticos nos sobra con el 25%
restante. Yo tengo fe que esto va a andar bien y vamos a salir adelante”.
Los economistas se mueven en un mundo de cálculos y certezas. Los políticos
sólo en la acción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario