Sostiene Simon Sinek en su recomendable libro ‘Los líderes
comen al final‘, que la Madre Naturaleza (MN) nos ha programado desde el inicio
de los tiempos con un eficaz y poderoso sistema de incentivos que nos
recompensa por mantenernos con vida, a nosotros y a los que nos rodean,
cuidándonos con sustancias químicas que nos aportan bienestar cuando actuamos
alineados con este objetivo fundamental. Ahora, tras miles de años de
evolución, somos completa y absolutamente dependientes de esos complementos
químicos que ya son parte esencial de nuestras vidas.
De todas las hormonas y neurotransmisores que existen, el
autor identifica cuatro elementos básicos que contribuyen decisivamente a
nuestros sentimientos positivos y que genéricamente llama ‘felicidad’:
endorfinas, dopamina, serotonina y oxitocina (EDSO). Cuando experimentamos una
sensación de satisfacción o de alegría, seguramente una o varias de estas
hormonas estarán circulando por nuestro torrente sanguíneo aunque, en realidad,
no existen para hacernos sentir bien, sino que cada una de ellas contribuye a
otro propósito mucho más práctico y vital: la supervivencia de la especie.
Cuando nuestro prehistórico antecesor del paleolítico tenía
que salir a cazar para poder comer, se veía sometido a interminables sesiones
de persecución que podían durar días hasta que abatía a su presa, así es que,
cuando se encontraba extenuado para poder continuar, la MN le incentivaba con
un chute de endorfinas que le hacía sentir placer en el dolor, algo parecido a
lo que les pasa hoy en día a los corredores de maratones, con la diferencia de
que en aquellos tiempos lo que estaba en juego era su propia vida y la de su
tribu. Si no cazas, no comes, y sino comes te mueres…y desapareces como especie. Las endorfinas nos aportan el impulso necesario para seguir adelante cuando estás agobiado. Hasta tal punto lo tenía claro la MN que consiguió que,
con este apoyo químico, cazar o cultivar la tierra se convirtieran en
actividades adictivas para los seres humanos de aquel tiempo, de manera que no
esperaran a no tener comida para salir a por ella.
En la actualidad, el cuerpo ya no recompensa con endorfinas
la búsqueda de alimentos, tan solo hay que ir al supermercado de la esquina
para encontrarlos, así es que las actividades de las que disponemos para obtener
una inyección de endorfinas son el ejercicio físico, la conexión con la
naturaleza, dedicar tiempo a aficiones, la relajación y los masajes, el sexo…
y, sobre todo, la risa, la mejor productora de endorfinas que existe. Igual no
toca más sexo en la oficina, pero algo más de sentido del humor sí sería muy
recomendable.
Por otra parte, cuando nuestros antepasados, durante sus
largas batidas de caza, localizaban una pista, unas huellas en la arena o
divisaban a lo lejos al animal, una vez más, la MN les pegaba otro apretón,
esta vez de dopamina, para que no se rindieran, para que perseveraran hasta
alcanzar el objetivo. La dopamina nos convierte en una especie orientada hacia
las metas tangibles y visibles (quizá por eso nos gusta tanto tachar tareas de
nuestras listas de ‘cosas pendientes’). Cuanto más exigente es la tarea, cuanto
más desafiante es el reto, cuanto más trabajo y esfuerzo requiere, mejor nos
sentimos al conquistarlo, pues mayor es el chute de dopamina.
Nuestra capacidad de trabajar duramente y de perseverar en
el esfuerzo se debe a las endorfinas y nuestro talento para concentrarnos en la
tarea hasta alcanzar las metas y objetivos propuestos, al poder motivador de la
dopamina… pero siendo necesaria esta capacidad del líder para crear contextos
en los que se generen estas dos hormonas, no es suficiente todavía para ser
reconocido como tal por sus potenciales seguidores.
El ser humano, desde que existe, es un individuo pero
también es miembro de un grupo. Es un ser social que convive con la tribu, que
toma decisiones que no solo le afectan a él mismo sino también a los demás y
que colabora con los otros para sobrevivir. De hecho, lo que nos hace
esencialmente diferentes como especie es nuestra capacidad para colaborar y
trabajar en equipo, lo que nos ha permitido progresar y adaptarnos a cualquier
entorno. Tanto si nos gusta como si no, no somos suficientemente fuertes como
para sobrevivir solos y mucho menos para evolucionar, así es que, de nuevo la
MN tenía previsto otro par de regalitos químicos para animarnos a aplicar y a
desarrollar estas capacidades sociales imprescindibles para nuestra
supervivencia; la serotonina y la oxitocina, sin efecto tan inmediato como las
dos anteriores pero cuyos beneficios duran más tiempo.
Como seres sociales que somos, no solo queremos sino que
necesitamos la aprobación y el reconocimiento de los demás. Necesitamos sentir
que, sobre todo los miembros de nuestro propio equipo, nos valoran a nosotros y
al esfuerzo que hacemos en beneficio del grupo. Cuando nos ponemos al servicio
de los demás, la serotonina nos hace sentir genial y gracias a la valoración y
el respeto que recibimos de los demás miembros del grupo que nos anima a seguir
haciéndolo. Por otra parte, también funciona en sentido inverso, y los beneficiados
por nuestra entrega se sienten asimismo incitados por la serotonina a
esforzarse para que nos sintamos orgullosos de ellos. Ella nos motiva a
asegurarnos de que cuidemos de quienes nos siguen y ayudemos a quienes nos
guían. Lo cierto es que, si para liderar hay que servir, dedicar tiempo y
energía en beneficio de los demás resulta ser un pre-requisito indispensable
para el liderazgo, y es la serotonina la que nos impulsa a hacerlo.
Por último, la oxitocina, la sustancia química favorita de
la mayoría, también conocida como la hormona del amor, nos proporciona la
sensación de amistad, lealtad y confianza profunda aunque, como las demás, no
existe para hacernos sentir bien, sino para ayudarnos a sobrevivir. Sin ella no
podríamos forjar vínculos sólidos de confianza, no tendríamos nadie en quien
confiar, ni amigos, ni pareja, ni podríamos criar a nuestros hijos, de hecho,
ni siquiera les amaríamos… la oxitocina es la hormona que nos hace seres
sociales y nos permite cooperar, colaborar y a trabajar en equipo. Nos ayuda a
progresar, a evolucionar como especie y nos hace mejores personas, pues a
medida que aprendemos a confiar siendo a la vez dignos de confianza, más fluye
y más fuertes son nuestras conexiones, vínculos y relaciones. El contacto
físico libera la oxitocina, un apretón de manos, un abrazo un poco más largo de
lo normal, chocar las palmas, pasar el brazo por encima del hombro… demuestran
a los demás nuestra disposición a confiar.
Cuando en una organización, empresa o equipo, el líder no es
capaz de generar espacios en los que las personas se sientan a salvo, confiadas
y protegidas por un ‘círculo de seguridad’, espacios en los que se liberen
serotonina y oxitocina, entonces aparece el cortisol. Mal asunto para crear
relaciones de confianza y trabajar en equipo. El cortisol también es una
hormona imprescindible para nuestra supervivencia que nos pone alerta y en
tensión para evitar peligros inminentes, pero las oficinas, el trabajo o el
deporte no deberían ser espacios en los que nuestras vidas se sientan
amenazadas. De hecho, no lo son, pero nuestro cerebro, primitivamente
programado, no es capaz de percibir la diferencia y reacciona como si lo
fueran, con el consiguiente impacto y desgaste en nuestros cuerpos (ansiedad,
angustia, depresión, estrés…). Mientras que la oxitocina refuerza nuestro
sistema inmunológico, el cortisol, mantenido demasiado tiempo en nuestro
cuerpo, lo pone en grave peligro.
Podríamos decir que el liderazgo es una pura cuestión de
bioquímica y que los mejores líderes son aquellos capaces de preparar un
selecto ‘happiness cocktail’ para todos los miembros de sus Equipos, compuesto
por las cantidades justas y equilibradas de las cuatro ‘hormonas de la
felicidad’. Estos líderes además de ser trabajadores ejemplares e inasequibles
al desaliento, con ambiciosos objetivos y metas claras que persiguen sin
descanso (a tope de endorfinas y dopamina), también… ¡sobre todo!, se preocupan
de proteger y cuidar a las personas y las relaciones, poniéndose a su servicio
para co-crear juntos empresas y organizaciones más humanas con las que sus
integrantes se puedan identificar, se quieran comprometer y a las que se
sienten orgullosos de pertenecer (serotonina y oxitocina).
Podemos animar, pero no podemos motivar a nadie. La
motivación de cada persona viene determinada por los incentivos químicos que
todos llevamos dentro y que responden a nuestro deseo de repetir las conductas
que nos hacen sentir bien y evitar las que nos causan dolor. El líder es un
artista creando contextos, espacios y relaciones en los que se liberen en cada
momento las sustancias químicas adecuadas que encajen con la naturaleza propia
del ser humano, creando así un equipo de personas capaz de motivarse a sí
mismo. ¡Cuánto vale eso!
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