Los fenómenos
relativamente recientes de la nueva economía entran en etapa de revisión
crítica; desde el uso de big data
hasta el efecto de la robotización, todo se replantea.
Foto: Javier Joaquin
El bahiense Manuel
Aristarán es uno de los argentinos más reconocidos como experto en big data. El programador vive en Boston,
investiga en el MIT (donde estudió) y la semana pasada lanzó un tuit
provocativo: la tendencia a abrir datos (open
data) "porque sí" ya murió, los fondos globales que la promovían
están congelados y hoy hay que demostrar que esa apertura sirve para algo, o
que el esfuerzo al menos vale la pena. Uno de los fenómenos estrella de la
nueva economía, el supuesto reinado de los datos abiertos, entró en etapa de
revisión crítica.
En la misma semana, la revista Tech Crunch decretó desde un título que "Este ciclo de
realidad virtual ya está terminado". "Desde hace meses la pelea entre
HTC y Occulus ya no es más por definir quién es el Betamax o el VHS de la
industria (en alusión a la famosa batalla por la norma dominante en el video),
sino que ambos luchan porque la suerte de la VR no sea la de los laser
discs". O sea, un formato entero en vías de extinción que no está
alcanzando las promesas de ventas y adopción por parte de consumidores que las
empresas pronosticaban el año pasado. Según el medio, el declive es un secreto
a voces entre inversores y analistas, que ya no apuestan por esta tecnología
(al menos en esta fase) como en 2016.
El ritmo de cambio se está acelerando tanto que también las
tendencias que se ponen de moda se revelan exageradas o erradas mucho más
rápido que de costumbre. Un pronóstico que es tomado como un mantra en el
ambiente de los tecnólogos puede caer en forma abrupta unos meses más tarde, en
la medida en que la hipótesis defendida no se va consolidando en la realidad.
Algo así parece estar pasando con el debate por la
automatización del empleo. El temor a un reemplazo masivo de trabajos humanos
por robots está dando espacio a un consenso mucho más cauto, especialmente
entre los economistas que fueron los pioneros en estos estudios. "No me
convencen los argumentos de una caída masiva del empleo por automatización, aun
teniendo en cuenta que las tecnologías que hoy se están desarrollando son muy
distintas a las del pasado", dijo a la nación Carl Frey, economista de Oxford y autor tres años atrás del paper
más citado en este campo temático, un estudio que escribió junto a Michael Osborne, también de Oxford, en
el cual establecían que un 47% de los empleos de Estados Unidos son
automatizables en los próximos 20 años.
Frey subraya que
el empleo en el mundo no está cayendo y que no lo hará de manera drástica
porque los seres humanos "nunca nos vamos a sentir lo suficientemente
ricos". Mientras lo afirma, señala un gráfico que revela cómo desde 1900
el salario real creció un 800% y en el mismo lapso el tiempo libre para
esparcimiento sólo se incrementó un 10%. Frey
vino días atrás a Buenos Aires, para participar de un seminario sobre el
Futuro del Empleo, que organizó el Boletín Informativo Techint. En el mismo
evento habló un ídolo de Frey, David
Autor, profesor del MIT, pionero y una de las autoridades globales más
encumbradas en esta discusión. Autor
coincidió con Frey en que en el agregado no se esperan variaciones abruptas
en el nivel de empleo por el avance de la tecnología. "Pero eso no quiere
decir que no estemos frente a una dinámica que implica desafíos de política
enormes", advirtió.
Autor dio un
ejemplo reciente ocurrido en los Estados Unidos. Entre 1990 y 2017, la cantidad
de trabajadores textiles en ese país se redujo de 500.000 a 120.000. Esa baja
drástica no es tan significativa cuando se la compara con los más de 120
millones de puestos de trabajo que hay en Estados Unidos, pero Autor remarca que esos 380.000 empleos
se perdieron en unos pocos estados del sur del país, y en particular en algunos
condados donde la industria textil daba hasta un 15% del empleo. En esos
lugares, la automatización tuvo el efecto de un huracán, porque los empleos que
desaparecen no se regeneran automáticamente en el mismo lugar. "Que en el
agregado no haya grandes variaciones no quiere decir que estemos frente a una
dinámica Paretto eficiente, donde ganan todos, hay perdedores en este
juego", coincidió Rafael Rofman,
del Banco Mundial, quien también participó de este debate. Para Rofman, uno de los nuevos desafíos que
se plantean es el de la contención social de "adultos no mayores"
cuya profesión de golpe queda completamente obsoleta, que es un grupo etario al
cual las políticas sociales no suelen atender.
Autor explica que
hoy él está más preocupado por otras tendencias de la nueva economía que por la
destrucción de empleos por máquinas. En particular, contó, hay que seguir de
cerca las "economías de superestrellas", que hacen que grandes
conglomerados pongan barreras muy altas para que entren nuevos jugadores a
competir. Y mencionó un concepto de Dani
Rodrick, de "desindustrialización prematura", por el cual países
en vías de desarrollo pueden alcanzar la cima de su empleo industrial cuando su
ingreso per cápita todavía es bajo.
El profesor del MIT publicó varios estudios que hablan de la
"polarización del empleo", por la cual la automatización pega más en
el centro de la distribución de habilidades -entre los trabajadores
intermedios, administrativos, call center, de "secundario completo"-
que en la parte baja (porque el recurso humano sigue siendo barato) o en la
alta (más específico y difícil de reemplazar). Esto de por sí es una tendencia
a la desigualdad y al deterioro de la clase media. En un trabajo del Banco
Mundial anticipado por la nación un mes atrás se mostró cómo en la Argentina se
da una anomalía: al contrario que en Europa y EE.UU., los trabajos
"cognitivos rutinarios" crecen en términos absolutos y relativos.
Las alarmas por la destrucción masiva de empleos por el
avance de la tecnología suenan menos fuerte, y con ello también otros debates
asociados, como el del ingreso universal para contener este eventual apocalipsis
del trabajo. Ni Frey ni Autor ni Rofman
ni Sebastián Galiani (viceministro de Economía y cuarto orador del
seminario) lo ven como una opción extendida de política pública a corto plazo.
"Hoy me preocupan mucho más las regulaciones de nuestro mercado laboral
que impiden generar más empleo", sostuvo Galiani.
La hipótesis de la debacle de trabajos a gran escala no es
la única que hoy pasó a un estadio de duda y revisión crítica. En la picota
mediática entró también en los últimos tres meses la denominada "gig
economy", la economía de "pequeños encargos" o el nuevo trabajo
en plataformas, a la Uber, de arreglos hogareños, etcétera. Mientras que hasta
2016 se valoraba esta tendencia como una renovación saludable del mercado
laboral, con mayor independencia de horarios y un matcheo -gracias a Internet-
mucho más eficiente entre oferta y demanda, en los últimos dos meses
aparecieron análisis catastróficos sobre el recorrido reciente y los estragos
de la "gig economy" en publicaciones como The New Yorker, The Guardian o El País, que remarcan lo
"quemados" que están por estrés quienes ofrecen su tiempo en
plataformas, sin vacaciones ni cobertura social, a merced de megacorporaciones
de tecnología que no los echan, sino que simplemente los
"desconectan".
Los guionistas de la
serie Lost, que tuvo seis temporadas, contaron una vez uno de sus secretos para
generar tramas tan atractivas: por cada respuesta que se daba en la serie, se
abrían dos nuevas preguntas. Esto le daba al show un componente casi
adictivo, aunque inevitablemente el cierre tuvo un regusto amargo (porque no se
podían resolver los cientos de misterios acumulados de manera casi
exponencial). Con el debate por el futuro
del empleo hay una dinámica parecida: cada
respuesta que se consensúa abre a su vez un cúmulo de nuevas preguntas. Y esto
recién empieza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario