La construcción grupal
o individual de una impresión que más tarde se cristaliza es uno de los
desafíos que afrontan las personas, las comunidades y las empresas.
La llamada "posverdad"
viene de hace mucho, solo que ahora le han puesto nombre. Equivale a darle
credencial de ciudadanía en la sociedad e interviene en distintos ámbitos.
Entre ellos, naturalmente, las empresas.
Es hija de los rumores, amplia y profundamente desarrollado
por Jean Noël Kapferer en un libro
que se llama, precisamente, "Rumores.
El Medio de Difusión más Antiguo del Mundo" (Emecé, 1987), donde
encontramos un párrafo que dice: "La opinión pública se construye más a
partir de impresiones que de hechos. Por tanto, una mera acusación, basta"
.
En español la palabra no ha sido incorporada aún, pero el diccionario Oxford la toma en su versión
original, "post-truth", y
la define como "un adjetivo que trata de representar la ausencia de
racionalidad en un debate público o en una percepción colectiva, porque el
valor de la verdad pasa a un segundo plano, dejando aspectos racionales por
argumentaciones eminentemente pasionales, sustentadas en creencias populares o
individuales".
Parafraseando el célebre consejo recibido por el ex
presidente Bill Clinton, "son
las creencias, estúpido". No
importa la verdad, sino lo que se quiere como verdad. Un excelente artículo
de Fernando Trias de Bres, publicado
en El País Semanal, analiza este
neologismo y le pronostica poca vida, aunque reconoce que la posverdad reduce
la ansiedad de la disonancia cognitiva, esto es, cuando dos ideas se
contraponen lo cual provoca, sin duda, una de las situaciones más
enriquecedoras del pensamiento y, en especial, del aprendizaje.
Trias de Bres
apunta que se prefiere hablar de posverdades y no de mentiras, debido a la
velocidad con que circulan las noticias sin confirmar su veracidad.
"Leemos rumores y les concedemos toda la credibilidad", apunta. Por
supuesto, cada uno elige a qué creer, de modo que lo cierto queda muy lejos,
hasta perderse en una intricada maraña de subjetividades.
Las redes sociales
han potenciado las creencias, hasta el punto de dejar a las empresas expuestas
tanto interna como externamente. Las corridas financieras son el exponente más
cabal de estas situaciones. Si aparece el rumor de un movimiento negativo
respecto a la moneda extranjera o al quiebre de un banco, existe el peligro de
producir un desastre.
También las
organizaciones en sí mismas, sus relaciones con el personal, quedan en la
vidriera de las redes sociales, categorizándolas entre aquellas donde vale la
pena trabajar respecto de las que ni siquiera merecen que se presente un CV. O
que tal vez sea preferible evitar.
Las muy conocidas encuestas
de clima u opinión organizacionales son, en realidad, la detección de las
posverdades, que tienen una construcción que es necesario atender, porque reflejan lo que se siente y vive el
personal dentro de la empresa. Es un aspecto que tiene una verdad
contundente, que permanece en el mismo rango de veracidad que las que la
dirigencia se ilusiona. La peor decisión es ignorarlas o darlas por falsas y
punto.
Cuando no existían las facilidades de la tecnología, provista por los celulares,
tablets y computadoras, uno de los mejores sitios para obtener la opinión
generalizada eran los baños y sus inscripciones espontáneas. Allí era posible
enterarse de la disconformidad con alguna medida empresaria o la reputación de
un jefe o gerente. No sin motivo se optaba por diseñar carteleras vidriadas,
para impedir que se agregaran leyendas manuscritas. Cuando una posverdad crece y se consolida es imprescindible sofocarla
con racionalidad.
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