Homer Simpson es el reflejo del profesional insatisfecho,
vive en la 'jaula dorada' de un empleo al que se aferra sin remedio consciente
de que es lo mejor que puede encontrar. Trabaja como inspector de seguridad en
una planta nuclear, una ficción irrepetible. Fox
Los personajes de
ficción ponen en bandeja un espejo perfecto en el que reflejar nuestras
virtudes y defectos profesionales. El escaqueo laboral de Homer Simpson es el contrapunto al ego desbordado de Sheldon Cooper, un físico que no tiene
pudor en decir lo que piensa.
¿Dejarías en manos de Homer Simpson la seguridad de una
central nuclear? Padre de tres hijos y con una mujer un tanto especial, este
personaje de ficción no es realista y tampoco es algo que persigan sus
creadores, pero su comportamiento da mucho juego cuando se trata de asimilarlo
a algunos de los trabajadores más tóxicos. Tanto es así, que ha generado el síndrome de Homer Simpson, uno de los
más dañinos para las organizaciones de carne y hueso.
Javier Cantera, presidente
del Grupo BLC, ha utilizado al protagonista de Los Simpson como punto de
partida de su último libro, El síndrome
de Homer Simpson y otros perfiles psicológicos en la empresa (Ed. Almuzara),
para identificar a profesionales reales con los que todos nos cruzamos a diario
en la oficina. "Homer está en continuo bucle de insatisfacción laboral y
de trastornos alimentarios asociados que provocan malestar a muchos
trabajadores en la actualidad", comenta Cantera, quien atribuye a este
espécimen "frases asesinas que emergen en el momento de hablar, como 'con
el frío que hace fuera', 'quien cae en el desempleo no encuentra
trabajo'...". Menciona Cantera dentro de este grupo aquélla que le dijo un
sindicalista en la mesa de negociación: "Me engañaréis en el salario, pero
no en el trabajo".
Ficción y realidad
Explica Juan San
Andrés, consultor de organización, que si Homer fuera real "tiene una
personalidad en la que lo genético pesa bastante. Es inmaduro, irresponsable,
infantil y primario en sus reacciones y necesidades. Cuando las cosas te vienen
en los genes, la educación sólo puede mitigarlas o endulzarlas en su
expresión". Sin embargo, Fernando
Botella, CEO de Think&Action, opina que "uno se vuelve Homer
porque está desenganchado de lo que hace. La satisfacción personal de hacerlo
lo mejor posible y de mantener una alta ética del trabajo pueden ayudar a
escapar de este síndrome".
Pero parece que no es sólo una cuestión interna. Pilar Jericó, presidenta de Be-Up,
recurre a la Teoría de las necesidades de McClelland para explicar que la
motivación del individuo se debe a la búsqueda de la satisfacción de tres
necesidades: logro, poder y afiliación.
"Estos tres requisitos conducen al desafío, que es lo que acelera el
desarrollo de potencial. Los profesionales más ociosos son los más críticos
porque carecen de reto, y eso genera conflicto en las organizaciones y en los
grupos de trabajo". Una afirmación que refuerza Puri Paniagua, socia de Pedersen and Partners, para quien "el
funcionariado o cualquier cultura que iguale la compensación y limite la
posibilidad de desarrollo profesional, favorece el perfil Homer".
'Sincericidas' y
perfeccionistas
Este no es el único personaje que pulula en las
organizaciones, donde también habitan los soñadores como Mafalda, los sincericidas, que dicen lo que piensan
sin medir las consecuencias, como Sheldon Cooper -el físico protagonista de la
serie americana The Big Bang Theory-, o aquéllos que padecen el síndrome del
Doctor House, "que genera directivos precavidos, recelosos, que siempre piensan
lo contrario a lo que dicen los empleados y que caen en un estado de continua
autojustificación de su quehacer por las actitudes de los empleados",
apunta Cantera.
Y en todo este maremagnum no podemos olvidar al perfeccionista, en opinión de Paniagua, un tipo claramente genético:
"Suelen ser personas que se exigen en el aspecto físico, en el aprendizaje
o el éxito económico; todo lo perciben como un reto que deben superar.
Presentan rasgos patológicos cuando no son capaces de disfrutar de lo que consiguen".
Botella añade
que, en el perfeccionista crónico, "el principal factor es un exceso de
exigencia y ésta puede ser endógena (se la impone él mismo) o exógena (procede
de un jefe o de toda la organización). En la autoexigencia hay que distinguir
entre la que persigue la excelencia en el trabajo, que es positiva, y la que
responde al puro perfeccionismo. Esta última es la más perniciosa porque suele
provocar el efecto contrario al perseguido".
Sin embargo, San
Andrés cree que, "los buenos managers y gestores de proyectos saben
sacar partido de los perfeccionistas asignándoles tareas en las que la calidad
puede ser crítica y que no obstaculizan, si se demoran, el trabajo del resto.
Su habilidad para anticipar defectos potenciales en las cosas puede ser muy valiosa
en ciertas circunstancias".
Jericó asegura
que "existen trabajos que requieren este tipo de perfiles, como los que se
refieren a cuestiones legales y de análisis". No obstante, llama la
atención sobre un aspecto a tener en cuenta: "Los que son tremendamente
perfeccionistas por miedo a equivocarse prefieren no hacer nada y caen en el
síndrome de Homer Simpson. Algunos tienen mucha ira contenida. Su problema es
la parálisis por el análisis, y en un mundo en el que todo va muy deprisa se
quedan rezagados".
Malos que no lo son
tanto y que hacen reír
El sentido del humor para quitar hierro a una situación
grave o conductas imprevisibles, son facetas que sacan a la luz la
vulnerabilidad de personajes tan nocivos como 'Sheldon Cooper' o 'Homer
Simpson'. Fernando Botella, CEO de
Think&Action, explica que el 'personaje amarillo' aunque es un poco
chapuzas "no tiene inconveniente en equivocarse y está dispuesto a
aprender de sus errores; tampoco le importa mostrarse cómo es, algo raro y
valioso en las organizaciones".
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