Susan David, en
su libro “Emotional Agility”, plantea
que la agilidad emocional o ser flexible con nuestros pensamientos y
sentimientos para poder responder de forma óptima a las situaciones cotidianas
es clave para nuestro bienestar y éxito en contraposición con la rigidez
emocional, sentirnos enganchados por pensamientos, sensaciones y
comportamientos que no nos sirven pero que pueden producirnos alteraciones
psicológicas tales como la depresión o la ansiedad.
La agilidad emocional no implica controlar nuestros
pensamientos o forzarnos a nosotros a pensar de una forma positiva porque
investigaciones realizadas muestran que intentar que las personas cambien sus
pensamientos negativos a positivos frecuentemente no funciona y puede llegar a
ser contraproducente. Mediante la agilidad emocional podemos conseguir
serenarnos y vivir con más intensidad ya que se trata de elegir cómo vamos a
responder a nuestro sistema emocional de alerta. Apoya el enfoque descrito por Viktor Frankl, el psiquiatra que
sobrevivió a un campo de exterminio nazi y que relató sus experiencias en “El hombre en busca”, que mantenía que
“Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio que nos da poder para
escoger nuestra respuesta. En esta subyace nuestro crecimiento y libertad”.
Al abrir eses espacio entre cómo nos sentimos y lo que
hacemos como consecuencia de esos sentimientos la agilidad emocional puede
ayudar a las personas con diversos problemas. Las personas ágiles
emocionalmente son dinámicas, demuestran flexibilidad al lidiar con nuestro
mundo cambiante y complejo. Son capaces de tolerar altos niveles de estrés y de
superar las contrariedades mientras se mantienen comprometidas, abiertas y
receptivas. Entienden que la vida no siempre es fácil pero continúan actuando
de acuerdo a sus valores y persiguen alcanzar metas con sentido. Experimentan
emociones como la tristeza o la ira pero
se enfrentan a ellas con curiosidad y aceptación, no permitiendo que les
desvíen de su objetivo.
La agilidad emocional es un proceso que nos permite estar en
el presente, manteniendo o cambiando nuestro comportamiento para que podamos
vivir de forma que estemos alineados con nuestras intenciones y valores. El
proceso no trata de ignorar los pensamientos y emociones complicadas sino de
enfrentarse a ellas con coraje y empatía para avanzar hacia las metas marcadas.
El proceso de
alcanzar agilidad emocional presenta cuatro pasos esenciales:
I.- Mostrar.
Implica contemplar nuestros pensamientos, emociones y comportamientos con
curiosidad y cariño. Algunos de ellos serán apropiados y válidos para la
ocasión y otros no lo serán. De cualquier manera sean reflejos adecuados de la
realidad o distorsiones dañinas de la misma estas emociones y pensamientos son
parte de lo que somos y podemos aprender a trabajar con ellos y seguir
adelante.
II.- Salir. El
siguiente elemento, tras ser conscientes de nuestros pensamientos y emociones,
consiste en liberarnos de ellas para poder observarlas como lo que realmente
son: sólo pensamientos y emociones. Al hacerlo creamos el espacio, que
describía Frankl, abierto y sin juicios que existe entre nuestros sentimientos
y la respuesta a ellos. Podemos, también, identificar los sentimientos
complicados mientras los experimentamos y encontrar formas más apropiadas de
responder a ellos. La observación imparcial y distante evita que nuestras
experiencias mentales temporales nos controlen.
La visión más amplia que obtenemos al distanciarnos nos
ayuda a aprender a considerarnos como un tablero de ajedrez lleno de
posibilidades en lugar de vernos como una pieza confinada a una serie de
movimientos preordenados.
III.- Conocer
nuestras razones. Después de que hayamos ordenado y serenado nuestros
procesos mentales, así como creado el espacio que necesitamos podemos empezar a
centrarnos en lo que realmente somos: nuestros valores principales y nuestras
metas más importantes. Reconocer, aceptar y distanciarnos de los aspectos
emocionales amenazantes, dolorosos o disruptivos nos permite comprometernos
mejor en una visión más a largo plazo de nosotros que va a integrar los pensamientos
y sentimientos con nuestros valores más íntimos y nuestras aspiraciones, lo que
va a ayudarnos a descubrir nuevos y mejores caminos para llegar a alcanzarlos.
Tomamos miles de pequeñas decisiones todos los días y
nuestros valores centrales nos facilitan el rumbo para mantenernos en la
dirección adecuada.
IV.- Avanzar.
Para ello tenemos que tener en cuenta los dos principios siguientes:
a).- El principio de
las modificaciones pequeñas. Los expertos en autoayuda tienden a contemplar
el cambio en términos de metas elevadas y transformación total pero las
investigaciones realizadas sobre el tema apoyan la perspectiva contraria:
pequeñas y deliberadas alteraciones impregnadas por nuestros valores pueden
marcar una gran diferencia en nuestras vidas.
b).- El principio del
balancín. Debemos encontrar el equilibrio entre el reto y la competencia
para que no nos sintamos complacientes o desbordados sino entusiasmados,
emocionados y fortalecidos por los desafíos.
El fin último de la agilidad emocional es mantener un
sentimiento de reto y crecimiento vivo a lo largo de nuestras vidas. Susan David recomienda que para
conseguirlo debemos:
1.- COMENZAR ANALIZANDO AQUELLOS FACTORES QUE NOS ATRAPAN A
NIVEL EMOCIONAL
La mente humana es
una máquina de creación de significados y una gran parte de ser humano
implica trabajar para hallar un sentido a los billones de bits de información
sensorial que nos bombardean diariamente.
Lo hacemos organizando todas las visiones, sonidos, experiencias y
relaciones que revolotean alrededor nuestro en una narración cohesiva que sirve
a un propósito: nos contamos esas historias para organizar nuestras
experiencias y sentirnos seguros. El problema es que con frecuencia nos
equivocamos y al escribir esas historias nos tomamos libertades con la verdad y
ni siquiera nos damos cuenta de que lo estamos haciendo. Luego aceptamos estos
relatos sin cuestionarnos su veracidad y se establecen en nuestras mentes
perdurando durante años y sin haber sido verificados van a representar la
totalidad de nuestras vidas, por ejemplo “Mis padres se divorciaron tras mi
nacimiento por lo que soy responsable del alcoholismo de mi madre”, “Nadie me
quiere porque yo era el introvertido en una familia de extrovertidos”. El
problema no va a ser sólo que estas historias no siempre exactas que nos
contamos a nosotros mismos nos generen conflictos o sean una pérdida de tiempo o generen situaciones
complicadas a nuestro alrededor sino que
se genera un conflicto entre el mundo que estas historias describen y el mundo
en el que queremos vivir y en el que podemos realmente prosperar.
A lo largo de un día
normal solemos decir alrededor de 16.000 palabras, pero nuestros pensamientos,
nuestras voces internas, emiten miles más. La voz de nuestra conciencia es
una silenciosa pero incansable cotorra que nos bombardea con observaciones,
comentarios e interpretaciones sin pausa. Este narrador interno puede tener
prejuicios, estar confundido o inmerso en la autojustificación o en el engaño,
pero lo peor es que es casi imposible conseguir que se detenga. Aunque con
frecuencia aceptamos que estas declaraciones que surgen de este río constante
de parloteo se basan en hechos reales la
mayor parte son en realidad una mezcla compleja de evaluaciones y juicios
intensificados por nuestras emociones. Algunos de estos pensamientos van a ser
positivos y pueden ayudarnos pero otros son negativos y nocivos para nosotros.
En cualquier caso nuestra voz interior rara vez es neutral o
desapasionada.
Las situaciones que
nos atrapan y que actúan como un gancho se presentan cotidianamente, pueden ser
por ejemplo una conversación dura con nuestro jefe, la interacción que
tememos con un familiar, una presentación o una discusión con un amigo o un ser
querido. Normalmente ante ellas respondemos de forma automática y podemos decir
algo sarcástico, esconder nuestros sentimientos, procrastinar, abandonar, dar
vueltas a la idea, etc. Cuando respondemos de estas formas inadecuadas estamos
atrapados. Llegar a estar enganchados comienza por aceptar nuestros
pensamientos como hechos, posteriormente, con frecuencia, empezaremos a evitar
las situaciones que nos evoquen esos pensamientos y conseguimos que este
cotorreo interno no sólo nos confunda sino que nos agote e impide que
utilicemos mejor los recursos mentales que tenemos a nuestra disposición.
Parte del problema estriba en la forma en que nuestros
pensamientos son procesados. Los seres humanos adoramos crear categorías
mentales y luego introducir los objetos, experiencias y hasta personas dentro
de ellas. Si algo no se ajusta a ninguna de ellas se incluye en una nueva
categoría de “cosas que no se ajustan”.
Pueden ser útiles pero cuando nos sentimos demasiado cómodos y habituados a las
rígidas categorías pre-existentes solemos caer en la utilización de respuestas
inflexibles y habituales ante las ideas, cosas, personas y hasta ante nosotros
mismos.
Estas categorías sencillas y los juicios rápidos a los que
conducen con frecuencia se llaman “heurísticas”
y comprenden desde prohibiciones razonables como no comer carne cruda en
determinados lugares a orejeras como los prejuicios raciales o de clase. Como
en el caso de la tendencia de nuestros
pensamientos de mezclarse con nuestras
emociones la facilidad de adaptar lo que
vemos en “cajas” para una organización
más sencilla y luego de tomar rápidas decisiones intuitivas sobre ellas ha
surgido por una causa razonable: la vida es más fácil si no tenemos que
analizar cada elección y así evitamos caer en la parálisis por el análisis. El
problema se presenta porque cuando realizamos juicios rápidos con frecuencia
sobrevaloramos la información que está accesible y subestimamos las sutilezas
que puede llevar un tiempo encontrar.
En su libro”Thinking
fast and slow” Daniel Kahneman
describe la mente humana como un sistema que opera de dos formas básicas:
a).- El Sistema 1
cuyos pensamientos son rápidos, sencillos, asociativos e implícitos lo que
significa que nos están disponibles para una introspección inmediata, suelen
tener un gran peso emocional y están regidos por los hábitos y que con
facilidad puede conseguir que nos quedemos atrapados. Sus respuestas tienen un
lado oscuro ya que cuando la heurística empieza a dominar la forma en la que
procesamos la información y nuestro comportamiento terminamos aplicando las
reglas de forma inapropiada lo que nos hace ser menos ágiles al ser menos
capaces de detectar las nuevas oportunidades.
b).- El Sistema 2
en el que los pensamientos son más lentos y deliberativos, requieren más
esfuerzo y atención y son más flexibles con respecto a las normas establecidas.
Es en este sistema en el que podemos crear el espacio entre estímulo y
respuesta que Frankl describió.
La autora sugiere que
los cuatro factores que determinan que quedemos atrapados son:
1.- Culpar a nuestro
pensamiento. El orador se culpa de sus pensamientos y acciones o falta de
ellas: “Pensaba que quedaría en mal lugar por lo que en la fiesta no me mezclé
con los demás”.
2.- Falta de
concentración. Susan David utiliza
el símil empleado en meditación sobre la “mente de mono” que describe el
incesante parloteo interno que nos lleva de un tema a otro como un mono
saltando de rama en rama. Cuando nos encontramos en este estado es fácil
terminar imaginando los peores escenarios o dramatizando problemas insignificantes
con lo que no estamos viviendo la realidad del momento y no estamos concediendo
a nuestra mente el espacio necesario para encontrar soluciones creativas. Este
tipo de mentalidad se encuentra obsesionada con el pasado: “No puedo perdonar
lo que hizo” y por la atracción del futuro “No puedo esperar a abandonar mi
trabajo y decirle a mi jefe lo que pienso”. Nos aleja de la vida real y de lo
que es mejor para nosotros.
3.- Ideas
sobrevaloradas. Han podido ser útiles en determinadas circunstancias opero
no nos van a llevar más adelante e impiden que tengamos la suficiente agilidad
para adaptarnos a las nuevas situaciones y avancemos.
4.- Justicia a
ultranza. En las cortes de justicia dicen que nunca conseguimos la justicia
sino que lo más a lo que podemos aspirar es a conseguir el mejor acuerdo
posible. Esta necesidad de defensa de que
la justicia de nuestro caso sea validada o un tratamiento injusto
confirmado puede robarnos años de nuestra vida si dejamos que nos dominen. En
muchas familias y en muchas partes del mundo feudos han persistido durante
tanto tiempo que nadie recuerda que los originó. Irónicamente a pesar de ello se perpetúa el sentido de
injusticia con lo que nos estamos privando de cosas buenas que pueden surgir.
Heráclito,
experto en el arte de la paradoja decía que nunca tenemos que meternos en el
mismo río en dos ocasiones con lo que quería decir que el mundo está cambiando
constantemente por lo que nos presenta nuevas oportunidades y situaciones. Para
sacar el mayor partido de éstas debemos romper continuamente las reglas
antiguas y formular otras nuevas. Las soluciones más frescas e interesantes con
frecuencia afloran cuando miramos las cosas con los ojos del principiante. Este
es uno de los pilares de la inteligencia emocional.
Isabel Carrasco
Isabel Carrasco
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