Tener malos jefes es una de las peores cosas que nos pueden
suceder como empleado… y como organización. Pasamos bastante tiempo
interactuando con el jefe de forma que, si tenemos una mala relación, esto
puede ser una carga pesada. Una de las principales causas de problemas
psicosomáticos como el estrés, la depresión y la ansiedad, así como de
“enfermedades de las organizaciones” como la pérdida de talento (rotación
externa) o la falta de compromiso (permanencia inactiva), es la existencia de
jefes tóxicos.
Muchos hemos tenido
la desafortunada experiencia de trabajar con un mal jefe en algún momento de
nuestra vida, y sabemos lo que supone, tanto personalmente (calidad de vida y
equilibrio emocional), como de cara a nuestro desempeño y desarrollo profesionales.
No es una situación excepcional o anecdótica. Si pensamos en cuántas personas
tienen que “sufrir un mal jefe”, los datos resultan abrumadores. Estamos
hablando de millones de personas que odian ir a trabajar debido a lo penosa que
resulta la convivencia con su jefe.
Existen diversas
razones que explican la existencia del jefe
tóxico. Ser jefe, como cualquier otra profesión, requiere de cierto
perfil. Actitudes y capacidades que no
todos tenemos, y menos de forma natural. Sin duda que contar con un talento
natural ayuda y mucho a ser un buen jefe (líder), aunque los componentes experiencial y
educativo resultan clave. Haber contado con un buen jefe, algo que
parece más infrecuente de lo deseado, ayuda mucho a que lleguemos a serlo
nosotros.
Uno de los ejes clave es el de la confianza-respeto. Cuando un jefe no confía -o no respeta- a sus
colaboradores, lo más fácil es que les acabe maltratando, aun sin ser muy
consciente de ello. Cuando, en vez de una persona sólo ve un recurso
instrumental, la cosa empieza a no funcionar.
Los efectos de tener un mal jefe son enormes para empresas y
empleados. Uno de los hallazgos más
importantes es que los jefes son la causa del 70% de la variación del grado de
compromiso de empleados. Esto es un gran problema ya que, a nivel mundial, sólo
el 13% de los empleados están comprometidos con su empresa, lo que se traduce
en miles de millones de euros de pérdidas por baja productividad, absentismo y
rotación, factores directamente ligados a un compromiso bajo. Una gran parte
del nivel de compromiso bajo se explica por la presencia de jefes tóxicos.
Además de los efectos económicos por rotación (costes de contratación y
aprendizaje asociados), se han de sumar los efectos mentales, físicos y
emocionales generados por tener un mal jefe.
En una investigación, Daniel
Kahneman midió el nivel de felicidad de los empleados a lo largo del día,
identificando qué eventos hacían a la gente más feliz o infeliz. Encontró que
“pasar tiempo con su jefe” fue el hecho que provocó más infelicidad.
Los empleados abandonan a sus jefes
Todos hemos oído la
expresión de que la gente no se va de su trabajo, sino de su jefe. Resulta que
este problema es mucho más grande de lo que pensamos. En un estudio realizado
por Gallup, encontraron que el 50%
de una muestra de 7.200 empleados dejó un trabajo "para alejarse de su
manager".
Un mal jefe puede ser
perjudicial para su salud
En un estudio
dirigido a comprender los efectos de los jefes sobre la salud,
encontraron que los empleados que clasificaron a sus gerentes como “buenos
jefes” (“mi jefe me proporciona feedback y me da autonomía”) reducían en más de
un 20% el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, frente a los que
calificaron peor a sus jefes.
Identificando los
comportamientos tóxicos del jefe
La mayoría
descubrimos que un jefe es tóxico cuando interactuamos con él. Éstos son
algunos signos clave que ayudan a esclarecer si estamos o no delante de un mal
jefe:
• Microgestión:
no sólo no delegan, sino que “compiten por ejecutar personalmente el trabajo de
sus colaboradores”, interrumpiendo el hacer de su gente e imponiendo su estilo,
adoctrinando paso a paso, como si su procedimiento fuese la “única mejor forma
de hacer”.
•No dar feedback
adecuado, algo esencial para la gestión de personas. Puede concretarse en
no dar feedback, en dar un feedback estándar por cumplir el trámite, o incluso
mantener una conversación demoledora y cosificante, poco constructiva y
alentadora.
•No elogiar. La
ausencia de reconocimiento por el buen desempeño desalienta los esfuerzos de
los empleados, mientras que una alabanza concreta y sincera a tiempo puede ser
el mejor estímulo para impulsar la excelencia.
•Gestión
“discrecional” de las personas, basada en criterios caprichosos no
alineados con la empresa. La falta de equidad y meritocracia provoca tal
indefensión en el empleado que su compromiso y rendimiento caen en picado. Uno
de los ejemplos más flagrantes es escoger a los favoritos y darles visibilidad,
a cambio de una fidelidad incondicional.
• Hacer caso omiso de
los empleados. Demostrar nula
preocupación por sus colaboradores, desde su situación más personal, hasta su
desarrollo y evolución profesional.
• Ser inconsistente
entre el decir y el hacer. No predicar con el ejemplo, y caer en lo
contrario, como pedir cosas que uno mismo incumple sistemáticamente.
• No ayudar a los
empleados en su desarrollo. Uno de los retos del jefe que aportan mayor
valor a la organización es descubrir las fortalezas de su gente y propiciar los
escenarios para su desarrollo, buscando su mejor contribución. Impulsar el
desarrollo de colaboradores incluso por encima de la posición del propio jefe
es un caso en positivo de este buen hacer.
•Ser impredecible y
generar incertidumbre. Un jefe indeciso, con criterios cambiantes,
arbitrarios, o con reglas ambiguas –dilemas o paradojas- genera situaciones
paralizantes, donde la gente “va a mínimos” al vivir el entorno como hostil.
Este fenómeno se explica incluso desde las neurociencias: entornos inciertos o
amenazantes activan nuestra amígdala (o cerebro reptiliano) para ponernos en
situación de supervivencia (ataque o huida), inhibiendo la actividad del
córtex, donde se encuentran nuestras capacidades superiores (pensamiento
creativo, planificación, resolución de problemas,…). Alguien apuntó que un buen
líder es aquél que gestiona incertidumbres y transmite certezas con las que
poder trabajar. Un jefe tóxico parece funcionar diametralmente al revés.
La cuestión ahora es
si, dicho todo esto, es posible evolucionar como jefe desde un
comportamiento tóxico hasta un liderazgo desarrollador, que realmente
logre la mejor de las contribuciones de los empleados, desde un enfoque
ecológico y sostenible.
Ser consciente de las
limitaciones y sesgos que tenemos
como jefe es un primer gran paso. Sin embargo, no es suficiente. Seguramente
por lo complejo que resulta desmontar hábitos arraigados (Fábula del escorpión y la rana*), el cambio no es fácil.
Precisamente porque de hábitos suelen ir estas cosas, existen ciertas pautas de
fácil implantación que pueden literalmente dar la vuelta a la tortilla,
ayudando en la transformación de jefe
tóxico a líder coach.
Imaginemos un sistema que permitiera identificar y aplaudir
desde lo social comportamientos y logros alienados con la estrategia. Este
sistema apoyará la gestión de personas del jefe, poniendo a su servicio esta
energía motivacional. La práctica del reconocimiento, cuando responde a una
implantación adecuada (estratégica,
social, tecnológica -ver nuestra investigación de 2013), es un gran
aliado.
El reconocimiento desde el ejercicio del mando
responde a 3 de las funciones básicas del liderazgo:
• Comunicar:
ofreciendo información de valor, a modo de feeedback, sobre el comportamiento
del empleado
• Motivar: supone
un refuerzo importante, al valorar positivamente la contribución reconocida
• Desarrollar: al
dar pistas sobre las fortalezas del empleado que pueden llevarle a la
excelencia
En muchos casos, los
sistemas formales de reconocimiento y las herramientas asociadas funcionan a
modo de apoyo, permitiendo el desarrollo progresivo de las habilidades y
hábitos que hacen de un jefe un buen jefe. Practicar y fomentar el
reconocimiento es posiblemente el mejor ejercicio para eliminar muchos de los
malos hábitos en gestión de personas enumerados más arriba.
Si quieres reducir la cuota de toxicidad en la función de
liderazgo en tu organización, impulsa una cultura de reconocimiento... ¡notarás
la diferencia!
*Extracto de la fábula del escorpión y la rana:
Debido a unas lluvias
torrenciales, un escorpión y una rana quedaron atrapados en un pequeño islote,
en medio de un torrente. Tras mucho discutir, el escorpión convenció a la rana
para que le sacase de allí llevándole en su lomo, prometiéndole que no le
picaría. Cuando estaban cruzando, en medio del agua, el escorpión picó a la
rana con su aguijón, diciéndole
“disculpa rana, es mi naturaleza…”
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