Qué ofrece el país
asiático y qué está dispuesta a hacer la Argentina para llegar a las góndolas
más atrayentes del mundo.
SHANGAI.- Primero, a
no deprimirse: todavía no hay una alfombra roja para que los productos
argentinos se vendan de a miles en las codiciadas góndolas de China. Peregrinar
una y otra vez hacia el otro lado del mundo y vender materia prima es, por
ahora, la receta que puede abrir la puerta oriental.
Segundo, a
ilusionarse: de a poco, la Argentina construye un camino menos empinado
para llegar al mercado más atractivo del planeta.
Seducir a una mínima parte de los compradores chinos es una
de las ambiciones de la gran mayoría de las empresas modernas. Alrededor de
1400 millones de potenciales clientes y una economía que creció a un ritmo de
dos dígitos ahora luce "desacelerada" con proyecciones de expansión
de alrededor de 6% anual son, por lejos, las razones por las que todos
ambicionan la excursión. Las corporaciones de todo el planeta se posaron aquí.
Solas -las más grandes- o arropadas por sus gobiernos -las
medianas o pequeñas-, empresas de todo el mundo se movieron a China. ¿Qué hizo
la Argentina en este tiempo? Construyó una relación sobre la base de compras de
productos chinos y a una creciente exportación de bienes de algunos rubros,
pero terminó con un enorme déficit en la balanza comercial.
Las posibilidades de revertirlo ahora se multiplican por dos
razones. Por un lado, el cambio de gobierno en la Argentina reflotó la agenda
bilateral. Pero por sobre todo, China puso énfasis en una de sus prioridades.
Conseguir la llamada seguridad alimentaria es una cuestión de políticas
públicas. No es para menos. Aquí todo se cuenta de a millones. Sólo la decisión
de permitir un segundo hijo traerá a la tierra millones de chinos en la próxima
década, la mayoría de ellos, nacidos en la promisoria clase media. Y para poder
alimentarlos, obviamente, se modificaron y flexibilizaron algunas barreras.
A pocas estaciones del centro de Shanghai, la ciudad que es
capital económica de China, casi de camino al mar, se ubica gran parte del
espacio que el gobierno oriental le ofrece a los países de todo el planeta para
llegar a sus consumidores. Es quizá el campamento de playa comercial más atractivo
del planeta. Se trata de 120 hectáreas, ubicadas en distintos lugares
estratégicos, en las que se estableció un régimen de zona franca. Los terrenos
están cercados y llenos de grúas, lo que indica que en esos millones de metros
cuadrados habrá enormes construcciones en poco tiempo. Todo está planificado
para que el mundo entero venga a vender sus productos.
Hay que traspasar un enorme arco con letras chinas, rojo, y
ahí sí se llega a la playa de desembarco más importante de China. Hace pocos
años, el gobierno que ahora maneja Xi Xinping, decidió una apertura comercial.
Se empezó con 30 kilómetros cuadrados de zonas francas cercanas a Shanghai, uno
de los puertos más importantes. Actualmente, ya se multiplicó por cuatro aquel
número.
Dentro de ese perímetro de lo que los chinos llaman zona
piloto, hay beneficios varios. "Tenemos facilidades para la
convertibilidad de la moneda, hay menos burocracia y además, se habilitó una
ventanilla única para los trámites", explican en la Zona Franca Waigaoqiao,
una empresa estatal que maneja los terrenos y las facilidades. "Ahora se
obtiene una "licencia de business" [licencia de negocios] en cuatro
días. También se cambió la manera de aprobación de ingreso de mercancías. Antes
había 400 posiciones que debían tener autorizaciones expresas. Ahora se bajó a
no más de 120 ítems los que quedan sujetos a aprobación", dice una
responsable de la empresa a una delegación argentina. Cuenta, además, que
ninguno de esos productos protegidos tienen que ver con alimentos sino con
electrónica o materiales sensibles para la defensa. Insiste, intérprete de por
medio, que en ese predio reina la sencillez burocrática. La experiencia
asombra: es un pequeño occidente dentro de oriente.
Ya funcionan alrededor de 18.000 empresas entre las que
están las corporaciones más importantes del mundo. Desde estudios de abogados
(que pueden llegar e instalarse siempre y cuando tengan un socio local) hasta
las principales automotrices, la variedad de compañías y sectores es enorme.
La Argentina llegó a "espiar" la zona franca con
una delegación de 30 empresas de alimentos de la Región Centro, integrada por
Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. El grupo, que estuvo en China coordinado por el
Consejo Federal de Inversiones (CFI), instaló un importante stand en la SIAL,
la feria de alimentos más importante del mundo por la que pasaron alrededor de
80.000 compradores, mayoristas muchos de ellos, de origen chino.
Fue el embajador de la Argentina en China, Diego Guelar, el
que dio precisiones. "Vamos a tratar de instalarnos. Pero hay que ir
despacio", dijo ante un grupo de empresarios y funcionarios provinciales
en el stand de la exposición. Lo acompañaba, equipo de mate en mano, Ricardo
Negri, secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, que por esos días estaba
en China. Negri había sido algo más cuidadoso: "Lo estamos pensando, pero
queremos que se haga bien. No podemos fallar en este mercado".
Todo por hacer
Aquellas palabras resonaron fuerte cuando llegó la hora de
la presentación formal. Los chinos no sólo seducen por su mercado sino que han
iniciado un cortejo cercano con los países que tienen productos que les
interesan. La Argentina es uno de ellos. Entonces, vendieron el paquete de
beneficios.
El primer paso es
alquilar -nada es gratis- un lugar en los depósitos fiscales de la zona.
Claro que se podría agregar valor a mano de obra en este territorio, pero para
el país el beneficio es otro. Consiste en apoyar bienes argentinos en suelo
chino sin tributar impuestos. "Sólo se liquidan y se pagan los tributos
internos cuando se vende al mercado local", aclararon en la reunión en las
modernísimas oficinas de la empresa estatal. Nada que no ocurra en otras zonas
francas, sólo que la complejidad y tamaño del mercado lo hacen distinto.
Pero ésa es la primera estación del camino que abrió China
al mundo. Pabellones de miles de metros
cuadrados esperan los productos importados. Si un país, o un grupo de
empresas, deciden instalarse en el predio impositivamente protegido, aquel
brazo occidental del gobierno chino ofrece un pabellón del país para
promocionar los productos. Chile o Australia, justamente dos competidores de la
Argentina en aquel país, ya tienen instaladas sus ferias. El complejo opera así:
se entrega una planta libre y cada país la decora como quiere. Allí dentro, las
empresas que son parte del emprendimiento tienen sus productos. Algo como una
exposición de las que se conocen en la Argentina. Desde bodegas hasta
universidades chilenas están instaladas en aquel rincón de China.
El espacio es visitado por comerciantes mayoristas que miran
en la exposición, eligen, compran y entonces ahí sí, la mercadería se localiza
desde la zona franca al territorio. En teoría, en los depósitos fiscales espera
stock de lo exhibido.
Para apuntalar la mudanza de inversores y comerciantes, el
gobierno oriental no se anda con pequeños proyectos. El plan maestro incluye la
construcción de un millón de metros cuadrados de viviendas para que quienes
tengan sus negocios allí no necesiten viajar. Aquellos habitantes de una
verdadera ciudad de comercio exterior pueden disfrutar de 400.000 metros de la
llamada área de negocios, 350.000 de shopping y de una escuela del Reino Unido
que ya se instaló en la zona, además de varias chinas. Hay campos de deporte y
miles de metros cuadrados dedicados al espacio verde.
Finalmente, un tercer
condimento llenó los ojos de los directivos argentinos. La empresa dueña de
la zona franca tiene, además, una cadena de supermercados llamada Direct Import
Goods Center (DIG) que es una verdadera revolución comercial. Por ahora, se
trata de 40 sucursales, aunque aspiran a llegar a 100 en el corto plazo.
No hay manera de darse cuenta que se está en China al
ingresar a estos locales si no fuera por las letras de los carteles y por las
peceras llenas de especímenes de peces y mariscos vivos que esperan a su
comprador. Lo demás son todos productos premium importados. Los mejores aceites
de oliva del planeta; jamón; leche de Australia o Nueva Zelanda; vinos
franceses, españoles o chilenos (sólo hay una marca argentina); tés ingleses o
golosinas americanas. Una réplica de un supermercado del barrio más acomodado
de cualquier país capitalista del mundo. La clase media china busca esos
productos.
En aquellas góndolas de exhibición nadie pagó aún los impuestos
internos, trámite que sucede ni bien la mercadería pasa por la caja
registradora. Recién entonces, la pieza se localiza y se verifica la
importación a China. El esquema es una melodía para el exportador argentino.
Pero a no ilusionarse del todo: hay que pagar algún costo por estar exhibido
ahí. La buena noticia es que los precios de los productos están a nivel de
cualquier tienda de occidente, y millones de chinos están dispuestos a
convalidarlos.
Así espera China al
mundo. La Argentina tomó nota del tema. Diego Guelar y su grupo de gente en
la embajada son, quizá, los mejores aliados de los empresarios que intenten la
excursión. Hay que cruzar el mundo y llegar. Vale la pena.
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