Estamos en tiempos de oda al
emprendimiento y a la autonomía personal.
Suena fatal querer ser
funcionario o trabajar por cuenta ajena, y la receta que se nos prescribe como
ideal es la de ser dueños plenos de nuestra vida: No tengas jefes, sé tu
propio jefe.
¿Qué voy a decir yo de eso? Pues
mira, que no está mal viendo el pobre trackrecord que acreditamos como sociedad
emprendedora, y que tiene muchas ventajas el hecho de buscarte la vida por tu
cuenta, siempre y cuando eso vaya con tu personalidad, y estés preparado/a
para soportar todas las cargas que de eso se deriva, y que debes conocer.
En fin, emprendamos, seamos
nuestros propios jefes, nos recomiendan “de palique”, porque si me atengo a la
realidad, predicando con el ejemplo veo todavía a muy poca gente.
Así que hoy me apetece poner
algunas comillas al mantra de la autonomía y la independencia que escucho con
fruición, para que entendamos bien los costes reales (y menos visibles) que
tiene “liberarse” en los términos que se nos aconseja. O si quieres, dicho al
revés, voy a hablar de algún problema que tiene ser tu propio jefe, y
cómo esto suele ser a veces una fuente de frustraciones para determinadas
personas.
Tener un jefe parece malo, pero
puede ser muy ventajoso. Veamos. Un jefe te limita las opciones pero termina
ayudándote a simplificar. Gracias a él siempre tienes la excusa de que has
tenido que elegir entre las opciones que te puso otro. En cambio, si tienes
libertad para elegir, siendo tu propio jefe, entonces la responsabilidad de
elegir bien recae solo en ti, y en nadie más que en ti. Eso aumenta las
expectativas y también la posibilidad de frustración. Si eliges mal, eres tú
quien ha fallado. No hay chivo expiatorio para endosarle la culpa.
Por otra parte, hablemos de ese
deporte tan latino que se llama “critica-al-jefe”. Es un vicio, un
jueguito que engancha, un liberador de toxinas, una válvula de escape para
quitarse de encima cualquier reproche, y eso relaja un montón. Tiras la puerta
del despacho, y te vas maldiciendo al jefe de tus desgracias porque, total, no
está en tus manos la solución. Y si la empresa anda mal y vas al paro, te
estás ahorrando la sensación de fracaso, porque las razones de que eso haya
pasado obedecen a las gilipolleses que hizo otro, aunque tú hayas estado
acomodado o apático hacia todo lo que venía ocurriendo.
Habría que añadir una ventaja
más: si hay un jefe al final de la cadena de producción controlando la calidad
para poner el sello de salida, uno puede relajarse. Es lo que ocurre en la
mayoría de los casos: no soy el último eslabón entre la empresa y el cliente,
así que cualquier fallo que lo corrija el de arriba. Así se vive más tranquilos
con toda seguridad.
Todo esto lo he descubierto por
dos razones: 1) Pasé hace tiempo de tener jefes a ser “jefe”, 2) Hablo con
muchos empresarios que son jefes, y que se quejan (los buenos) del poco interés
que tienen sus trabajadores para asumir responsabilidades (por cierto, no es mi
caso).
Esa especie de pavor que produce
el momento de tomar una decisión difícil, tan frecuente en la vida del emprendedor y cuyo
resultado llevará su etiqueta como responsable único, equivale a toneladas de
estrés que no se las deseo a nadie. Lo he vivido, y francamente, es jodidísima.
Por eso entiendo a la gente que opta por el “que mande otro, no quiero tirar
de ningún carro”.
Esa realidad conecta directamente
con la voluntad 2.0 que presuponemos a los trabajadores. Es de suponer que si
“optan” por perder libertad (o potencial de ingresos) trabajando para otro,
tampoco quieren que les endosen el sobrecoste de decidir sobre asuntos muy
complejos que afectan a otros porque eso implica zamparse un pedazo de
responsabilidad, y con ello, de culpa si las cosas no van bien. Así que la
gente elije el camino más corto, y más simple: que el “dueño” que se come el
jamón, también se coma el hueso.
En mi caso, que no me considero
una persona demasiado acomodada, ni me conformo con cualquier cosa (con la
madurez empiezo a ver esto casi como un defecto), he experimentado lo duro que
es ser “jefe” y voy aprendiendo las ventajas de ceder responsabilidad y de
compartir el premio, o la losa, de los éxitos/fracasos. Pero esto tiene una
solución compleja porque no es nada fácil delegar con todas sus consecuencias
si los otros no quieren cargarse de problemas. A veces recuerdo con nostalgia
aquellos tiempos que trabajaba para otros. Tenía menos estrés porque no
tenía que decidir, y apelaba al legítimo derecho de rajar del jefe cada
vez que algo no salía bien. Siempre tenía la excusa de pensar: “bueno, solo
he intentado elegir la mejor opción entre las que me puso el jefe”, y me
quedaba tan pancho.
Este asunto no es baladí. Está en
el meollo del coraje de emprender. No critico a los que tiran balones fuera
porque creo que es humano. Es una excusa para simplificar, y evaporar estrés.
Si eres de los que la has usado, y te funciona, piénsate bien esto de la
autonomía y la libertad que se supone como derecho en el paraíso del
emprendimiento.
No es así. Nunca serás de
verdad tu propio jefe porque ahora lo serán tus clientes. Pasarás de tener
un solo jefe (bueno o capullo) a muchos clientes-jefes (estupendos, buenos,
mediocres, capullos, patéticos, etc.) que te exigirán más que a nadie, y con
los que tendrás que ser más paciente y tolerante de lo que eras antes porque
afecta directamente a tu imagen y tu bolsillo.
Ya lo he dicho muchas veces, ser emprendedor no es
un chollo y merece un respeto. Así que antes de lanzarte a la piscina, silencia
los cantos de sirena que difunden los evangelizadores
profesionales. Conócete primero, calibra tus expectativas, descubre qué
tipo de vida te apetece hacer y dónde concentrar tus fuentes de endorfinas…
porque créeme, tener jefe (y no serlo tú) puede ser para algunos la opción más
saludable.
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