¿Para qué ocuparnos de la administración de nuestro
tiempo? Entre otros motivos para optimizar la formulación y concreción de
nuestros objetivos personales y laborales; para analizar la manera en que
planificamos nuestras actividades y la consistencia con la correspondiente
programación de nuestro lugar de trabajo; para incorporar nuevas estrategias
que permitan modificar la organización de nuestras tareas y para comprender los
modelos conceptuales que permiten visualizar la manera en que se percibe, se
programa y se describe el tiempo como variable imprescindible de nuestra vida.
¿El
tiempo es sólo lo que marcan nuestros relojes? ¿Con qué variable de origen
físico se relaciona ese ritmo que marca un artefacto creado por los humanos?
¿“Pasa” igual el tiempo cuando estamos aburridos que cuando estamos haciendo
algo que despierta nuestro interés? ¿No hay un ritmo que nos fija nuestro
cuerpo? Sin ir más lejos, el ciclo de sueño y vigilia y su relación con la luz
natural, ¿no es un ejemplo de estos ritmos que impone nuestra naturaleza?
¿Usamos igual el tiempo los latinos que los asiáticos, o los habitantes de
Europa del Este?
En primer lugar, administrar el tiempo no es sólo
una cuestión de herramientas, sino que hacerlo efectivamente implica organizar
o, en su caso, reorganizar nuestra mente.
El segundo tema de importancia es la diferenciación entre el
tiempo cronométrico, cuantitativo, medido por el reloj y la calidad del tiempo
invertido, relacionado con nuestros objetivos, medido por la metáfora de la
brújula.
En tercer lugar, resulta de relevancia analizar las características
fundamentales del tiempo como variable siempre presente en cualquier actividad
humana.
Por último, tener en cuenta que una parte sustantiva de mejorar nuestra
administración temporal es tener un adecuado balance entre urgencia e Importancia.
No
podemos administrar nuestro tiempo efectivamente si no conocemos y formulamos
explícitamente nuestros objetivos principales, tanto personales como laborales.
No es un tema menor ocuparnos de aquellos factores que funcionan como
desperdiciadores temporales, tanto operativos como psicológicos, y que están
relacionados con actitudes muy fuertemente arraigadas en nosotros, las que, por
ser automáticas, nos resultan invisibles. Por ejemplo, las reuniones, las
llamadas telefónicas, nuestros hábitos de uso de Internet y del correo
electrónico, nuestra capacidad y facilidad para delegar, saber decir
oportunamente NO, entre otros.
Administrar
mejor nuestro tiempo es un aprendizaje, o mejor dicho un reaprendizaje mediante
el cual deberemos desterrar hábitos muy fuertemente arraigados en nosotros.
Cabe aclarar que pensamos en el aprendizaje como un proceso vinculado en forma
íntima a la capacidad de actuar. Esa es la mirada de aprender que nos
interesa.
También
debemos distinguir de qué modo podemos aprender, es decir si mejoramos nuestra
capacidad de actuar, pero en el marco de la misma “mirada” de la realidad, bajo
las mismas premisas que nos hacen ser poco efectivos, o hablamos de buscar
nuevas acciones, cambiando radicalmente nuestra percepción de la realidad que
queremos abordar.
Finalmente, debemos hacer foco en los factores que
obstaculizan el aprendizaje, tanto los relacionados con la nueva realidad a la
que queremos ajustar nuestra acción, así como los relacionados con la ansiedad
que el proceso en sí mismo nos genera.
Todo
aprendizaje implica cambio, transformación, subvertir una realidad que nos
insatisface transformándonos en ese proceso. Es esa maravillosa capacidad de
ser protagonistas en la construcción de nuestra vida lo que nos hace esencialmente
humanos.
Nota
escrita por el Ing. Jorge Galatro, responsable del seminario “Administración
del Tiempo”, integrante de la oferta académica del Programa de Liderazgo Ejecutivo para Directivos y Gerentes de Cámaras Empresarias.
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